lunes, 2 de agosto de 2010

Lina en abstracto y en concreto


Fue tal la dicha que a Lina Moreno de Uribe le produjo la inminente partida de la Casa de Nariño, que nos dejó de despedida un emotivo mensaje, impregnado de ternura y poesía, donde para nada aparece la nostalgia por el abandono del poder. Muy al contrario, con expresiones como “mi trasteo se ha transformado en un alegre ritual de gratitud”, o “empaco todas estas fibras de humanidad en la caja de mi corazón”, trasluce el alborozo de regresar al estado de feliz ciudadana anónima, filósofa y literata, para más señas.

http://www.semana.com/noticias-opinion/lina-abstracto-concreto/142524.aspx

De Lina dice la revista Semana que “la sencillez es su modo de vida”, y que “expresa sus opiniones con tanta franqueza y liberalidad, que una vez Uribe le preguntó si ella era miembro de la oposición”. Esto último es tan cierto que, si hicieran una encuesta entre los más enconados opositores de su marido, una cifra superior al 90 por ciento aparecería como simpatizante o incluso admiradora de la ya casi ex Primera Dama.

Hablando precisamente de su independencia intelectual, esculqué entre revistas viejas en busca de una columna que recordaba haber leído, escrita por ella para la revista Diners, donde le hablaba a Pablo para que entendiera Pedro. Y la encontré: tiene fecha octubre de 2007, se titula “La piedad y el Poder” (sic), y su lectura permite entrever que la propiedad de expresarse en abstracto no era exclusiva del Presidente de Colombia. Según fuentes bien informadas de la época, la columnista acogía allí los ruegos que le hacían familiares de secuestrados por las FARC, para que abogara ante “Uribe” –como ella misma acostumbra llamarlo- por su liberación.

Hablamos de un texto de impecable factura que, asiéndose al pretexto filosófico de reflexionar sobre Antígona (“esa muchacha griega que por amor a su hermano quebranta las leyes de la ciudad”), nos sumergía en la búsqueda de referencias a dolorosos episodios nacionales. La exposición del relato parte de una tragedia: la muerte que en medio de la batalla se propinan dos hermanos, uno defendiendo a Tebas y otro atacándola. Lina no señala culpas, sino que expone: “Para el que ha muerto defendiendo la ciudad, el nuevo gobernante decreta honores (…); y para el que murió atacándola, el desierto, la entrega de su cadáver a los animales de rapiña, el olvido”.

No se requiere curso de detective para asemejar dicha trama al conflicto que hoy se sigue librando entre colombianos, unos a favor de derrocar un sistema que juzgan injusto, y otros acudiendo a cuanto esté a su alcance para impedirlo. Según la autora de tan intrigante reflexión, la lucha se libra entre “héroes trágicos masculinos, seres que han excedido los límites de lo humano”, y su pedido es una manifiesta invocación a la piedad, entendida ésta como “un acto de justicia”.

Hay una intención semántica que desde el título se expresa en femenino, con una “piedad” en minúscula y un “Poder” en masculina grafía, y ya entrada en materia apunta a que este último –el Poder- no es un problema teórico, sino que depende también “del carácter de quienes lo ejercen”. Del mismo modo que Sófocles el dramaturgo necesita de una figura femenina para resolver la confrontación entre el poder público y un amor filial, Lina la ensayista acude al mismo recurso, cuando así interroga: “¿Qué paradoja es ésta en la que un asunto claramente político, es decir a primera vista muy masculino, se resuelve por medio de una figura femenina?”

Si aludía a otra Piedad (Córdoba) –entonces mediadora ante las FARC con el aval de la Presidencia- no nos concierne, aunque tampoco se excluye. Pero sí permite escuchar con claridad a una mujer que reclamaba “piedad para ese ser cuya naturaleza está hecha de padecer”, en un símil que muy posiblemente aludía a los secuestrados por la guerrilla.

El reclamo lo hacía una mujer culta y sensible, forzada a ser ecuánime y a no alzar la voz, pues obraba su condición de cónyuge de un gobernante a cuyo ejercicio escapó cualquier consideración de piedad, ni con su enemigo ni con las víctimas de éste. Lina era consciente de una estructura de Poder que no se dejaba transformar con cantaletas, pero no por ello se amilanaba, sino que afirmaba su desacuerdo con unas valoraciones que según ella “dan al hombre una superioridad sobre la mujer”.

Pese a que se trataba de una invocación a la compasión humana (dirigida sin duda alguna a su señor esposo), la columna citada no tuvo ninguna repercusión en otros medios, cual si hubiera sido escrita por una mano fantasma o, más factible aun, se hubiera dado la orden de silenciarla. Sea como fuere, allí se expresaba en mítica extrapolación una Lina Moreno de Uribe fraternal, muy femenina, compasiva y valiente, mediante un texto ubicado en una dimensión si se quiere ‘abstracta’ del conflicto, pero ante todo humana, demasiado humana.

Habremos de extrañar a esa Lina que cuando escribía nos ponía a desentrañar las claves de lo que dijo, por un lado, y de lo que quiso decir con lo que no dijo, por otro. De todos modos, la nueva Lina –liberada por fin de las cadenas del poder que detentaba (aunque rara vez ejercía)- desde la semana entrante regresa al mundo de los que ya pueden hablar en concreto.

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