Es tan cierto que Álvaro Uribe se lanzará a la Alcaldía de Bogotá apenas deje la Presidencia, como también lo es que no la tiene del todo asegurada. Hay personas que creen lo contrario, entre ellas el oscuro (porque viste de negro, ojo) J.J. Rendón, quien dijo que “si él quiere, nadie le gana”. Pero Uribe podría estar cometiendo un grave error político, como cuando en el referendo de 2003 se le advirtió, se le recomendó, pero no hizo caso. Ahora bien, no se descarta que Rendón le esté 'recetando' precisamente lo que no le conviene, en su condición de asesor de Juan Manuel Santos…
http://www.semana.com/noticias-opinion-on-line/uribe-bogotanos/141339.aspx
De cualquier modo, no debe extrañar que un antioqueño de pura cepa pretenda hacerse al mando de la capital de Colombia, pues está en su derecho democrático. Si no lo estuviera, ya se les habría cerrado el paso a los de origen lituano, por ejemplo. Lo que sí causa extrañeza –y subida de tono- es que pretenda ganarse el favor de aquellos a quienes ha fustigado con dureza verbal en repetidas ocasiones, al extremo de haber motivado en la muy uribista María Isabel Rueda una columna titulada “¿Por qué Uribe odia a los bogotanos?”, donde se expresaba en estos términos: “Que Uribe gobierne con los paisas, está bien. Pero que no insulte a los bogotanos cada vez que puede”. Por cierto, ella ya anunció que a Uribe en versión alcalde no le jala, quizá para sacarse la espinita.
De todas las cosas que el aún Presidente ha dicho de los bogotanos (¿y bogotanas?), hay tres que demandan atención: la primera, cuando habló –al menos en dos ocasiones- de “sepulcros blanqueados”; la segunda, donde afirmó que la dosis personal la defendía “la socialbacanería bogotana que se mete a consumir coca a los baños"; y la tercera, en la que se refirió a ese "circulito de amigos sociales de Bogotá que dirigen unos medios de comunicación y se la pasan cuestionando al hombre de la periferia".
La primera de las acusaciones no es nueva, pues coincide con la visión que gentes de otras partes tienen sobre los bogotanos, a quienes unos juzgan como solapados o taimados, y otros con santandereana franqueza como hipócritas, al punto de definir a Bogotá como la capital mundial de la hipocresía. (En Vivir para contarla, García Márquez dice que “los distinguíamos por sus ínfulas de emisarios de la Divina Providencia”). Así que en esto, alguna razón podría caberle a Uribe.
En torno a la segunda imputación, es sabido que el hombre tiene una pelea casada con la socialbacanería nacional, sólo que la bogotana no le huele a simpatía con la guerrilla, sino a droga. Pero es el tercer señalamiento el que reviste especial interés, porque habla de “ese circulito de amigos sociales de Bogotá que dirigen unos medios de comunicación”, a sabiendas de que él trajo o atrajo a su círculo de poder a dos bogotanísimos primos copropietarios de medios, el vicepresidente Francisco Santos primero y luego a quien nombró su ministro de Defensa, Juan Manuel.
¿Acaso su vindicta pro periférica y anti altiplánica se refería a otros, no a este par? Pues si la cosa es así y el círculo en realidad es “circulito”, sería muy fácil identificar a quiénes aludía con sólo exceptuar a los citados. Pero eso no ocurre, misteriosamente.
Por lo mismo y tanto, si hiciéramos un ejercicio mental –no exento de picardía- y asumiéramos que en efecto Uribe se refería a esos dos Santos (y de pronto a un tercero), cobraría sentido la infidencia que por allá en 2007 soltó el Presidente, cuando dijo que su hoy vicepresidente había llegado a la campaña no a pedirle empleo, sino ese puesto. Y hasta donde sabemos, ni el primero se retractó ni el segundo lo ha desmentido. Sea como fuere, la conveniencia siempre ha sido mutua, pues a Uribe también le sirvió abrirse espacio en los conventículos de esa oligarquía bogotana que tanta desconfianza le produce.
Vistas las cosas desde este ángulo, se debería concluir que Uribe no trajo ni atrajo a ‘Pachito’ a su redil, sino que éste se le habría metido al rancho. Y si perseveramos en el mismo esquema hipotético-analítico, Juan Manuel Santos sería la comprobación de que al que no quiere caldo se le dan dos tazas, pues es sabido que después del hundimiento de la segunda reelección Uribe confiaba –ahí sí- en dejar en las ‘buenas’ manos de su coterráneo y discípulo predilecto Andrés Felipe Arias la sucesión de su mandato, hasta que el escándalo de Agro Ingreso Seguro se le convirtió en la cuota inicial de su propia hecatombe, que le abrió las compuertas del poder a un bogotano de espíritu colaborador y maneras (iba a decir marrullas) exquisitas, pero quien podría terminar, según dicen reputadas malas lenguas, por traicionarlo.
Lo anterior explicaría entonces por qué Uribe tendría tanto interés en ser el próximo alcalde de Bogotá: en parte porque no puede abandonar su pregonada “vocación de servicio”, pero en parte significativamente mayor por razones de supervivencia.
Para rematar, el motivo por el cual no tiene del todo asegurada la alcaldía, es el mismo que hoy le sirve de lección política: porque como se escucha en algunas regiones de Colombia, sobre todo en la costa Caribe, “en los bogotanos no se puede confiar”.
Y si no nos creen pregúntenle a Juan Lozano, quien ocho días antes de la elección para Alcalde ganaba en todas las encuestas.
1 comentario:
Lo peor que le podría pasar a esta ciudad son 3 años más de lo mismo.
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