Lo que ocurrió en Colombia al día siguiente de la aprobación de la
reforma a la justicia fue un verdadero tsunami de indignación nacional, cuya
más fuerte marejada se empezó a sentir en las redes sociales de Internet, en particular
Twitter y Facebook.
En menos de 24 horas, sin que hubieran convocado a una sola
manifestación de protesta callejera (ni siquiera a un flashmob), miles o quizá millones
de colombianos conectados en la red lograron dar al traste con esa especie de
‘asociación para delinquir’ que se fraguó la noche anterior, cuando pretendían
legislar en causa propia mediante una oscura repartija de poderes y prebendas que
alcanzaba para todos, incluso para los secretarios generales de Senado y
Cámara, Emilio Otero y Jesús Alfonso Rodríguez, quienes de la noche a la mañana
quedaron aforados, o sea ‘igualados’ a la condición de congresistas,
magistrados y ministros.
La onda sísmica de la indignación llegó hasta Río de Janeiro, donde el
presidente Juan Manuel Santos asistía a la Cumbre ambiental de Río +20. No fue
sino darle un vistazo a su cuenta de Twitter para percibir hasta dónde se
elevaba la cresta de la ola, de modo que puso rumbo de regreso a Bogotá y en el
camino redactó a las volandas un discurso que leyó al filo de la medianoche en
alocución televisada, donde anunció su oposición al texto aprobado pero cuya real
intención fue la de neutralizar el referendo contra la reforma que con pasos de
gigante se abrió en todos los ámbitos y amenazó con poner en peligro no sólo
una eventual relección suya, sino la misma gobernabilidad de su mandato.
Lo llamativo del asunto es que se trató de una oleada de indignación que
entre la madrugada y la noche de un solo día impidió que un grupo de ‘legisladores’
amangualados lograra salirse con la suya, e invita a reflexionar sobre el papel
cada vez más activo que viene desempeñando el mundo virtual de los ciudadanos
internautas sobre el mundo real de los políticos y gobernantes en general.
El primer campanazo de alerta lo dio el video que mostraba al senador Eduardo
Merlano negándose a la prueba de alcoholemia, quien terminó convertido en un
hazmerreir de la red, pese a que salió indemne, pues logró conservar su curul. Pero
lo ocurrido a raíz de la aprobación de la reforma a la justicia bien puede calificarse
como un poderoso maremoto que sacudió los cimientos de la política y sirvió
para sentar un importante precedente: de ahora en adelante no les quedará tan
fácil a los políticos meterle el dedo en la boca a la ciudadanía, como lo
intentaron en la noche del histórico miércoles 20 de junio y como venía
ocurriendo de tan impune y frecuente manera.
En columna
anterior ya habíamos mencionado que “un fantasma recorre el mundo, el
fantasma del descontento”. Allí advertíamos cómo mientras los indignados no
pasaran de la protesta virtual o callejera a organizarse, o sea a actuar
políticamente para lograr cambios sustantivos, estarían condenados al fracaso. El
problema de fondo radica en que denigran de los políticos, pero en la práctica desconocen
que necesitan de líderes y de partidos para canalizar su indignación.
En Colombia el caso más reciente de indignación canalizada se dio con
la Ola Verde, un movimiento de raigambre juvenil –también surgido de las redes sociales-
que en la pasada campaña presidencial estuvo a punto de provocar una revolución
de las costumbres políticas, si no fuera porque Antanas Mockus encarnó la
semilla de su propia destrucción con sus infantiles errores y contradicciones,
mientras que el tiro de gracia se lo dio Enrique Peñalosa al aceptar el apoyo
de Álvaro Uribe a la campaña de partido Verde a la alcaldía de Bogotá, obrando así
como el gusano en la guayaba, que acabó por contaminar toda la fruta.
Lo ocurrido con la indignación provocada por la reforma a la justicia
marca un avance extraordinario, pues de la simple ola de protesta se pasó a la
acción, mediante el llamado al referendo revocatorio, que fue en últimas lo que
obligó al presidente Santos a ‘pellizcarse’ y a los políticos a aplicarse el
mea culpa, o sea a acompañar al Ejecutivo en su propósito de hundir el acto
legislativo.
Ahora se trata de impedir que esos mismos políticos traten de enredar
la pita, como muy seguramente habrán de intentarlo, y para ello es fundamental
que a la ola política de la indignación se le sumen formas organizativas que
conduzcan al surgimiento de nuevos líderes y nuevos colectivos, que a su vez ayuden
a consolidar una conciencia masiva actuante, transformadora y, por qué no
decirlo, revolucionaria.
DE REMATE: La gente entiende como participar en política el votar en elecciones, lo cual es un craso error. A ello obedece que sea tan alta la abstención, pues consideran como una ‘virtud’ no elegir a políticos corruptos. El error radica en que al abstenerse, están contribuyendo a elegir precisamente a esos mismos corruptos: ante la ausencia de votos más calificados, ellos tienen su clientela asegurada. Pero esto será tema de otra columna, cuando insistiremos en la conveniencia del voto obligatorio.