La importancia del diálogo que en la actualidad adelantan el gobierno
de Juan Manuel Santos y los indígenas del Cauca radica en que constituye un
verdadero laboratorio de paz, cuyos resultados serán decisivos para saber si el
país está en condiciones de abrir la puerta a la reconciliación nacional o si,
acogiendo las tesis de una ultraderecha fortalecida por los ocho años en
apariencia victoriosos de Álvaro Uribe, se lanza de nuevo por el abismo de la
confrontación suicida.
En apariencia, sí, porque si en ocho años de guerra total Uribe no
pudo acabar con “la culebra” del terrorismo y hoy asistimos a un resurgimiento
de la capacidad de las FARC para hacer daño, es porque los golpes que lograron
asestarle no se compaginaban con el anunciado “fin del fin”, sino que fueron
más mediáticos que reales. De ello dan cuenta por ejemplo los falsos positivos,
operación propagandística de corte fascista tendiente a inflar en miles las
cifras de bajas guerrilleras, si nos atenemos al número de ejecuciones
extrajudiciales reportado por las Naciones Unidas: 1.400 casos que comprometen
a cerca de 2.400 víctimas, de los cuales 126 fueron menores de edad.
Sea como fuere, es en el escenario de los diálogos en Cauca donde a
Santos se le presenta la oportunidad dorada de deslindarse definitivamente de
su antiguo jefe, tarea para la cual contaría con el apoyo de una comunidad
internacional abiertamente a favor de la paz, si decidiera jugarse sus restos
por esta vía, segura a largo plazo pero tremendamente azarosa al mediano y corto,
porque sonaría a “debilidad con el terrorismo”, según el libreto del uribismo. Como
dijo Daniel Samper Pizano en su última columna, “aspiramos a que Santos dé un
giro firme y construya en torno a su gobierno un movimiento progresista, que
atienda las necesidades y derechos populares”.
Si habláramos de paz –tanto como de guerra- al presidente le
convendría entonces escuchar la voz de Feliciano Valencia, vocero de la
Asociación de Cabildos Indígenas del Cauca (ACIN), cuando pide que “nos tengan
confianza, y también se lo pedimos a la sociedad, porque sentimos a veces que
todavía nos ven como seres inferiores”. Tenerles confianza a los indígenas significaría
–para ubicarnos en el contexto de la negociación- que por primera vez se les
dejara controlar su propio territorio, reconociendo que esa institucionalidad
estaría dirigida por sus propias autoridades.
El problema de fondo está en creer que hacerles esa concesión sería un
triunfo de la guerrilla, en la medida en que la autonomía indígena obligaría a
que el Ejército se fuera, mientras que las Farc se quedarían. Lo cierto es que
si hubiera confianza entre las partes, esta se traduciría en credibilidad,
consistente en “confiar” en que los nasas se encarguen de impedir que ese otro
actor armado se asiente en sus territorios. Si el gobierno se atreviera a darse
la pela en concederles dicha autonomía a los indígenas, su generosidad se vería
compensada con la consolidación de un clima de confianza entre las partes, con
muy positivas consecuencias de ahí en adelante.
Lo anterior se complementa con la sorpresiva propuesta
del gobernador del Cauca, Temístocles Ortega, para que su departamento sea el
escenario de un encuentro entre el Gobierno y las Farc, con el propósito
concreto de poner fin al conflicto. Y es aquí donde Juan Manuel Santos podría
asestarle un certero golpe de opinión al uribismo, haciéndoles ver al país y al
mundo entero que arroja el lastre de una nociva y desgastada estrategia
guerrerista para jugarse los restos –como buen jugador de póquer- en abrirle
decididamente y sin temores las compuertas a la paz.
Así las cosas, no sólo habría que cogerles la caña a los indígenas
sino también al gobernador del departamento más golpeado por el conflicto
armado, para demostrar quién tiene la sartén por el mango y cuál es el
verdadero propósito de reconciliación nacional que lo anima. Es innegable que
un viraje tan radical generaría un profundo malestar entre los sectores más
reaccionarios del país, y en consecuencia se alzarían voces iracundas que
hablarían de la desmoralización de las tropas o de que el presidente “se la
fumó verde”, pero ya es tiempo de que nuestro presidente asuma el papel de
estadista liberal que se le vio en su discurso de posesión, y saque ahora sí de
su bolsillo la tan mentada pero a la vez tan extraviada llave.
Como dijo el analista Alejo Vargas en reciente columna para Caja de
Herramientas: “si Santos no abandona su tesis, que ha mostrado ser
contraproducente, de que no se va a enfrentar con Uribe, esto va a conllevarle
costos políticos que pueden ser altos”. En otras palabras, lo que de él se
espera –ya sin dilaciones- es que tenga por fin el coraje de ponerle el
cascabel al gato.
Twitter:
@Jorgomezpinilla
No hay comentarios:
Publicar un comentario