martes, 24 de noviembre de 2020

Borgen, de Netflix: algo huele bien en Dinamarca

 


Tomado de El Espectador

Ahora que el noble ejercicio de la política se ha envilecido tanto con prácticas engañosas, rufianescas o clientelistas -desde las toldas de Trump hasta las de Álvaro Uribe, pasando por un César Gaviria que vende su partido por un plato de lentejas- cae como bálsamo refrescante la serie Borgen, de Netflix, pues nos permite soñar esperanzados en que puede haber políticos empeñados en hacer de este un mejor mundo, o al menos en hacer lo correcto. (Ver Borgen).

Borgen es la sede de los tres poderes de Estado, incluido el parlamento. Birgitte Nyborg es la mujer que en su versión colombiana yo hubiera querido conocer, como política y como persona, incluso para proponerle matrimonio, a ojo cerrado.

Birgitte encarna a una ciudadana que quiere contribuir con sus ideas a la construcción de su país, y un día se le brinda la posibilidad de ser la primera ministra de Dinamarca, encabezando un gobierno de coalición, tras un ruidoso debate electoral precedido de un caso de corrupción que enturbiaba el ambiente.

Aquí debemos diferenciar un gobierno parlamentario -como los de Dinamarca o Italia- de uno presidencial, como el de Colombia. En el primero su cabeza siempre está a disposición del parlamento, en el segundo los gobernados se deben aguantar al presidente elegido hasta que este termine su período.

Allí hay multiplicidad de partidos, como hoy en Colombia, pero la diferencia es que en Dinamarca los políticos y los partidos están sometidos a un estricto control por parte de las instituciones democráticas y de la misma ciudadanía, con encuestas que reflejan su pensar o mediante el actuar de organizaciones no gubernamentales presentes en la resolución de conflictos con unos y otros sectores.

Entre esas fuerzas se dan duros enfrentamientos de poder, que incluyen recurrir a bajezas, actos corruptos o traiciones en la búsqueda de sus objetivos. Bajeza es por ejemplo que la hija de Birgitte padece crisis de ansiedad por la obligada ausencia de su madre y es llevada a consulta psicológica, y tanto políticos opositores como medios amarillistas aprovechan el delicado drama familiar para atacar a la primera ministra, haciéndola ver como la culpable de lo que tiene la hija.

Borgen es el vívido retrato de una democracia actuante, pero encarna a la vez una profunda reflexión sobre la independencia que desde lo ético debe reinar entre política y periodismo, e igual sobre las relaciones que se establecen en toda pareja afectiva cuando están mediadas por las circunstancias del poder.

Diríase entonces que son tres los temas que en Borgen invitan a reflexionar: el manejo del poder político y administrativo, el manejo de los medios frente al poder de los políticos, y el manejo de las relaciones de poder en la pareja.

Ocupa un lugar especial el vínculo laboral y afectivo entre dos periodistas que trabajan en el mismo medio, comienzan como novios y terminan viviendo juntos, además convertidos en asesores de prensa de Birgitte Nyborg, primero Kasper Juul y luego Katrine Fønsmark. A esta última no dudaría en calificarla como la coprotagonista de la serie, una mujer íntegra y corajuda a todo nivel, como su jefa.

También en lo periodístico -o sea en lo que atañe al suscrito- no puede quedar por fuera el director de Noticias de TV1, Torben Friis, a quien casi se le destruye el matrimonio por un romance con una de sus periodistas (Pía), mientras lucha a brazo partido contra el parecer de los dueños del canal que quieren imponerle alocadas ideas comerciales para atraer nuevas audiencias.

En la contraparte de Torben está El Eksprés, periódico sensacionalista dirigido por Michael Laugesen, un sujeto con fuertes entronques en el ámbito político, quien encarna algo muy parecido a Vicky Dávila en Semana: una persona sin escrúpulos, respaldada por un poderoso esquema empresarial, dispuesta a pasar por encima de la ética y de quien sea para imponer su propia agenda política.

No es posible terminar esto sin hacer el debido aterrizaje de la trama en Colombia, en consideración a que aquí también, como reza el eslogan de ElUnicornio.co, “la realidad supera la fantasía”.

Según el estratega político Ancízar Casanova, “estamos atravesando por una verdadera revolución política, que involucra sobre todo a la población joven, y la mayoría pretende desconocerlo. Sobre todo los medios de comunicación tradicionales, que siguen atados al Establishment y desconocen que esa revolución ciudadana vendrá acompañada de grandes cambios. En esta transformación las redes sociales jugarán el papel preponderante de unión, cohesión e impulso de la acción colectiva”.

Así como doña Vicky encarnaría al Laugesen de la serie, Birgitte Nyborg tendría su émula en Claudia López, la alcaldesa de Bogotá: una mujer muy capaz, que ha sabido meterse a los trancazos por las grietas de un sistema obsoleto, pero cuyo talón de Aquiles parece ser su obsesión por alcanzar la Presidencia de la República; es algo que a todas luces la trasnocha, y por eso sus decisiones no siempre recogen el sentir de la capital.

DE REMATE: La enseñanza que a mi modo de ver dejan las dos grandes protagonistas de Borgen, Birgitte Nyborg y Katrine Fønsmark, es que en política solo hay una manera de hacer las cosas: la correcta.

martes, 17 de noviembre de 2020

Legisladores, ¡fúmense un bareto!

 


Tomado de El Espectador

Esta columna se inspira en un video de La Pulla de El Espectador titulado “Las mentiras para prohibir la marihuana”, y en lo que durante un Debate de Semana TV le propuso Matador al exministro de Defensa Juan Carlos Pinzón: “fúmese un bareto y verá que se relaja y ve la posición desde otro lado”. (Ver video de Matador).

El punto de partida es la reciente decisión de la Cámara de Representantes, de mayoría gobiernista, de tumbar el proyecto que pretendía regular el uso recreativo de la marihuana. Tiene razón María Paulina Baena en que nuestros legisladores son expertos en insistir en lo inútil, pues “es un imposible ético-jurídico, un atentado contra la autonomía individual prohibirle a un ciudadano en uso de sus facultades racionales que se intoxique, o se emborrache, o estrelle su cabeza contra las paredes o, llegado a un extremo, se suicide”. (Ver columna Santos, ¡legalízala!).

Hoy creo que la invitación de Matador a Pinzón debería extenderse a los congresistas que tumbaron la iniciativa: ¡fúmense un bareto! A no ser que estemos tratando con gente psicótica o paranoica, es previsible que se relajarían y verían sus posiciones desde una óptica diríase “ensoñadora”, y tal vez descubrirían que le están poniendo demasiada tiza a una sustancia con dos reconocidos efectos, a saber: que produce mucha risa y que le despierta al usuario unas insufribles ganas de comer. 

Lo digo por experiencia: la primera vez que la probé tenía 20 años, estudiaba Comunicación Social en la U Jorge Tadeo Lozano de Bogotá y lo hice porque una chica que me gustaba mucho me preguntó a rajatabla: “¿Usted se traba?”. Yo no tenía la más mínima intención de aparecer ante ella como un mojigato, aunque no le veía inconveniente a probarla, así que le respondí: “¡Claaaaro!”. Ella, no del todo convencida de mi actuación, me dijo: “Yo voy a subir al salón de trabas, no sé usted”. Y subí con ella.

Esa tarde la pasé embelesado mirando las formas fascinantes de las nubes que se ofrecían ante mis ojos desde la ventana de un salón del cuarto piso de la Tadeo Lozano, y luego me fui con la mujer que me había “envenenado” (el término fue de ella), caminando cuando caía la noche por la carrera cuarta hasta la calle 19, en cuya esquina había un local de repostería griega de nombre Anatolian, al que entramos impelidos por un apetito voraz y dimos cuenta de una cantidad pantagruélica de pasteles. Y fue uno de los días más agradables de mi vida, y en parte se lo debo a esa hierba.

No soy marihuanero, ni tengo cara de serlo, pero no veo inconveniente en reconocer que desde aquel día disfruto del consumo esporádico -muy de vez en cuando- de un “bareto”, con dos condiciones básicas para hacerlo: que sea con compañía femenina (varones, abstenerse), y que no incluya trago u otras sustancias psicoactivas. Y llegado el caso agregaría una tercera condición: buena música y comida a la mano.

Años después de aquella tarde sicodélica fui consultor de Naciones Unidas en el Plan Distrital de Prevención de Drogas (UNDCP), durante la alcaldía de Juan Martín Caicedo Ferrer, y si la memoria no me falla otro consultor que allí conocí -yo consultor de medios, él científico- fue el psiquiatra que luego se convertiría en Comisionado de Paz del gobierno Uribe, Luis Carlos Restrepo, con quien hice amistad y durante alguna noche de desocupe en el patio de una institución que él tenía para rehabilitar a drogadictos, por los lados del barrio Pontevedra, nos fumamos un bareto. O dos, ya no recuerdo.

En el programa que mencioné arriba, cuando Vicky Dávila le preguntó a Pinzón si en su pasado había consumido alguna droga, este respondió con verticalidad de chafarote: “Nunca, Vicky. E invito a todos a que no lo hagan. Sobre todo, a esos que para justificar su consumo y sus malos hábitos quieren meter al resto de la sociedad”. (Ver video).

En esto último Pinzón no se equivoca, pues Matador lo invitaba (a él, no a la sociedad) a meterse en el cuento, a probar para que de verdad supiera de qué estaba hablando, algo así como “trábese y verá que lo que usted piensa sobre la hierba es erróneo, porque no conoce sus efectos”.

Es obvio que el psicorrígido Pinzón no corrió a probarla, pero es a él y quienes comparten su visión plagada de miedos a quienes les conviene saber lo que hace 60 años viene ocurriendo en torno a las drogas: que se trata de “un problema inventado”, que dejaría de existir si no hubiera prohibición. Así piensa Mauricio García Villegas en columna para El Espectador, donde dice algo que le cae a Juan Carlos Pinzón como policía al bolillo: “Los políticos viven de vender emociones, más que ideas, y en el caso de la derecha lo que venden es miedo, autoridad y represión”. (Ver columna).

Sea como fuere, la discusión sobre la legalización de la marihuana no es reciente. En 1977, hace 43 años, el líder conservador Álvaro Gómez Hurtado escribía esto en un editorial El Siglo: “Hace un tiempo esta propuesta parecía un exabrupto. Hoy ya no lo es, y su discusión sigue envuelta en multitud de precauciones mojigatas”. (Ver columna). Y seguimos varados, insistiendo en lo inútil.

Es obvio que al gobierno del subpresidente Iván Duque no le interesa el tema, pues la caverna está tratando más bien de regresarnos a la prohibición del aborto sin excepciones, y son los mismos que besan el anillo del obispo pedófilo mientras se muestran partidarios de leyes que metan a los homosexuales a la cárcel, porque para esa gente es delito ser gay y es delito fumar marihuana.

Es hora de dejar la doble moral de la godarria colombiana, y no me tiembla la voz para decir que no le veo nada de malo a fumarse un bareto, pues es preferible eso a emborracharse con alcohol o caer en algo tan asqueroso como comer ostras crudas.

Y “el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra”.

DE REMATE: Dije arriba que disfruto del consumo esporádico de la hierba, pero mentí; debo decir disfrutaba. La verdad es que años atrás me correspondió dejar de probarla, del mismo modo que mi cuerpo ya no resiste tomar aguardiente ni fumar cigarrillo, pero sí disfruta un whisky en las rocas o una cerveza bien fría. O dos.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Una “Semana” después de Trump

 


Tomado de El Espectador

Son obvias las consecuencias negativas que traerá para el gobierno de Iván Duque su injerencia en la campaña electoral norteamericana a favor de Donald Trump, injerencia comprobada y que incluyó la participación del embajador de Colombia, Francisco Santos, según contó el expresidente Juan Manuel Santos: su primo el embajador llamó a un contratista del Pentágono para preguntarle cómo podía ayudar a Trump, y “esa persona le dijo (…) que estaba cometiendo un gran error, que incluso podría ser ilegal". (Ver noticia).

Pero hay una segunda clase de consecuencias en las que no se ha reparado, y apunta a los medios de comunicación que en Colombia han tomado una posición abiertamente favorable al uribismo, hoy en declive. Del mismo modo que con Donald Trump el gobierno de Duque desconoció que las relaciones con otros Estados parten del reconocimiento de un eje bipartidista, esos medios colombianos -como RCN, El Tiempo o Semana- han venido desconociendo que se trata es de hacer periodismo, no relaciones públicas ni activismo a favor de una causa política determinada. Y hacer periodismo es ir en busca de la verdad, y el medio que no cumple con esta misión falta a la ética.

El caso de Semana reviste especial importancia porque nunca antes en la historia del periodismo se había dado algo tan sorprendente, que una revista de tanto prestigio y credibilidad, cuyo origen se remonta al expresidente y patriarca liberal Alberto Lleras Camargo, hubiera dado de la noche a la mañana un vuelco ideológico de 180 grados para caer en brazos de la extrema derecha.

En alguna columna anterior dije que hoy Semana es fiel reflejo de la aguda polarización política, y que allí conviven el uribismo fanático de una tropilla integrada por Vicky Dávila, Salud Hernández-Mora, Andrea Nieto y Luis Carlos Vélez, frente a una contraparte representada por figuras como María Jimena Duzán, Ariel Ávila (ya por fuera) o Antonio Caballero, y dije en consonancia que una mitad de su redacción se dedica a hacer periodismo… y la otra mitad a hacer propaganda uribista.

Lo que no dije -y hoy lo tengo más claro- es que a raíz de la compra del 50 por ciento de la revista por parte de la familia Gilinski se generó una nueva composición societaria, y en la práctica esto se expresa en que Gabriel Gilinski se apropió de Semana.com (o sea del área digital) y puso al frente a una “periodista” de abierta preferencia uribista, Vicky Dávila, mientras que Felipe López se quedó con la revista impresa que todos los sábados le llega a un número cada vez más reducido de suscriptores, para desdicha del verdadero periodismo.

Nadie puede negar que ese apoderamiento de lo digital por parte de un empresario que según le confesó a Daniel Coronell (después de echarlo) llegaba con Semana TV a hacer el Fox News colombiano, ha traído como consecuencia inmediata la pérdida de credibilidad, y en forma de súbito bajonazo.

No sería un error afirmar que el punto de quiebre se presenta a raíz de la orden de detención que le dictó la Corte Suprema de Justicia a Álvaro Uribe el pasado 4 de agosto, frente a la cual doña Vicky jugó un papel de rabioso portaestandarte de la defensa uribista del capturado, hasta el punto de haber proferido unos días antes -enterada de lo que venía en camino- una amenaza contra el alto tribunal en estos términos: “Si a Uribe lo ponen preso, les doy una pésima noticia a sus malquerientes: no se acabarán los problemas que tiene Colombia. Tampoco llegará la paz que todos deseamos. Quizás la violencia se agudice. La Corte tiene la palabra”. (Ver columna).

El anuncio se convirtió en profecía, pues en coincidencia con la orden de detención arreció la violencia en número de masacres y asesinatos selectivos. Pero de eso no se le puede culpar a doña Vicky, aunque sí al gobierno, por incapaz o por cómplice, vaya uno a saber.

Sea como fuere, de lo que sí se le puede culpar es de haber utilizado su columna y el medio que dirige (¿dirigía?) para asumir una defensa tan rabiosa de su admirado Álvaro Uribe Vélez, que llegó hasta violar tanto la reserva del sumario mediante la publicación del expediente, como la vida privada del testigo Juan Monsalve al divulgar una conversación con su hermana, vulnerando así sus derechos a la intimidad personal y familiar de ambos. (Ver noticia).

Hoy la opinión pública es consciente de que doña Vicky se pasó de la raya, del mismo modo que se pasó de la raya el embajador Francisco Santos cuando contactó a alguien del Pentágono para ofrecer la ayuda de su gobierno a favor de Trump. Esto traerá consecuencias -negativas, por supuesto- para ambos.

En lo que a ‘Pachito’ Santos respecta, es de Perogrullo predecir que su puesto en la embajada de EE.UU. no llega hasta el 20 de enero del año entrante, día de la posesión de Joe Biden. Y en cuanto a Vicky Dávila, tampoco se requiere ser capcioso para entender a qué obedece la reciente incorporación de la periodista Mónica Jaramillo al equipo de Semana.com. (Ver noticia). ¿Le están buscando el remplazo a alguien…? Me suena, me suena que no solo a don Francisco.

Así las cosas, en este convulsionado escenario político y mediático se aplica el refrán “A rey muerto, rey puesto”.

Pero el daño a la credibilidad de Semana ya está hecho, y como periodista independiente hago votos sinceros para que logre reponerse de semejante crisis. Al menos la revista impresa, hoy con el mejor director posible y en tal medida no merecedor de que por cuenta de un caprichoso copropietario yupi termine por irse a pique tan importante medio.

DE REMATE: Se le felicita al demócrata Joe Biden, pero se le advierte: en sus cuatro años de gobierno no podrá quitarse de encima a Donald Trump, a menos que lo pongan preso por evasión de impuestos. De no ser así, se le va a convertir en algo parecido al tóxico e insufrible Álvaro Uribe Vélez de Juan Manuel Santos.

martes, 3 de noviembre de 2020

El Horacio Serpa que conocí

 


Tomado de El Espectador

Contrario a lo que se piensa, que mi amistad con el dirigente liberal Horacio Serpa era de vieja data, lo conocí el 2 de enero de 2009, iniciando él su segundo año como gobernador de Santander. Le había pedido una entrevista para El Espectador y acudí algo escéptico a cumplirle la cita, extrañado de que la hubiera puesto para ese día, el primer viernes de un año nuevo que pintaba como un largo puente festivo. Por tanto, sospechaba que se excusaría.

Pero ahí estuvo, puntualísimo a las 8 de la mañana. La primera pregunta tuvo que ver entonces con esa insólita puntualidad, y me respondió que en su despacho se manejaba la Hora Serpa, y acudió a una anécdota: tras ser elegido representante a la Cámara por Santander, el primer día llegó muy cumplido al recinto vacío, y así permaneció durante horas, hasta que la señora del aseo le advirtió: “señor, no es bueno que llegue tan temprano; de pronto se pierde algo y le echan la culpa”.

La primera cualidad que vi en Serpa fue precisamente su sentido del humor, reflejado además en que después de la publicación de la entrevista me llamó para decirme “usted me hizo quedar más inteligente de lo que soy”. Y me invitó de nuevo a su oficina y -para sorpresa mía, pues yo residía en Bogotá- me ofreció vincularme a su equipo de trabajo, como editor de Publicaciones y Contenidos.

Otra cosa que admiré de él fue su franqueza, pues me brindó claridad en que a la salida de la Gobernación pretendía crear su propia revista virtual y me quería al frente como editor general.

Esa ruptura geográfica con la capital fue motivo ya no de admiración sino de gratitud con el paisano, pues se convirtió en el culpable de regresarme a vivir a la tierra de la que había partido muchos años atrás, me salvó de seguir viendo en una ciudad fría, caótica, neurótica y en obra negra permanente.

No me equivoco si digo que Horacio Serpa llegó a considerarme amigo suyo, pese a las dificultades que tuve para explicarle que yo no llegaba a su revista virtual, Ola Política, a hacer activismo a favor de una causa, sino a hacer periodismo -con contenido político- a favor de las ideas liberales.

Ahora bien, me consideraba un privilegiado al trabajar con alguien que había sido detective en los almacenes Sears de Barranquilla, ministro de diversas carteras, Comisionado de Paz, embajador en Washington y tres veces candidato a la Presidencia de Colombia, y nunca le rehuyó al debate que le planteaba alguien con ideas diferentes. Fue ahí, en la diferencia de criterios antes que en la coincidencia de propósitos, donde más aprendí a apreciarlo.

Parte de mi sentimiento de gratitud se vio plasmado en la idea que le expuse a finales de 2014, unos días después de que la periodista conservadora María Isabel Rueda me hizo echar de Semana. Por esos días ella lo acusaba con saña feroz de haber instigado en compañía de Ernesto Samper el asesinato de Álvaro Gómez, y le propuse la publicación de un libro en forma de entrevista, centrado en los avatares y desventuras del Proceso 8.000, donde pudiera dar explicaciones detalladas sobre lo ocurrido durante el gobierno del que fue ministro del Interior los cuatro años, de principio a fin.

Pero él quería algo más extenso y profundo, que abarcara su vida entera, su primer empleo como juez promiscuo de Tona, su nombramiento como alcalde de Barrancabermeja, su trayectoria como congresista, su exitoso papel en la Constituyente de 1991, las tres campañas a la presidencia y su visión personal sobre rivales como Andrés Pastrana o Álvaro Uribe. Y el proyecto quedó plasmado en el libro Objetivo: hundir a Serpa, de Ícono Editorial, en cuyo lanzamiento se atrevió a decir que yo lo había entrevistado “con un bisturí en la mano”.

Pero eso no fue culpa mía sino de él mismo, porque antes de someternos a maratónicas jornadas de grabación me pidió que buscara a sus detractores y les preguntara qué querían saber, que él les iba a contestar todo. Eso hice, y el resultado fue un cuestionario excesivamente crítico y de ahí el título del libro. Tengo eso sí la tranquilidad de que sus palabras muestran a un líder que no le temía a la controversia y que siempre tuvo una respuesta sincera, a veces desabrochada (como cuando habló del “viejito gagá”) a todos los cuestionamientos que le hicieron en su vida política.

Hoy, tras su fallecimiento, guardo la plena convicción de que Colombia habría sido un mejor país si en 1998 el país hubiera elegido a Serpa y no a Andrés Pastrana, e igual si cuatro (y ocho) años después hubiera sido Serpa y no Álvaro Uribe. Hoy seguimos pagando las consecuencias de tan funestas equivocaciones, tres consecutivas.

En el tema de la paz, la solución siempre estuvo en manos de la persona más experimentada en cuanto encuentro o negociación se dio con las guerrillas del ELN y las FARC, comenzando por el gobierno de Virgilio Barco, pasando por el de César Gaviria y llegando hasta Samper, pero a la hora de las definiciones las FARC prefirieron a Pastrana cuando lo invitaron a tomarse una foto con Tirofijo, porque sabían que a él (y al país entero) sí le podían meter el dedo en la boca, mientras que a Serpa no. Y el resto ya se conoce, y no sobra mencionar algo que dijo en el libro aquí citado: “la primera vez me derrotaron en nombre de la paz, la segunda en nombre de la guerra”.

Una de las preguntas finales que le hice fue si pensaba en la muerte, y así respondió: “Yo pienso en la muerte, sí. Quiero que me incineren y me metan en una cajita, y las cenizas las boten en el río Magdalena. Sería un final de película. Ah, y que no me llegue la parca antes de que se firme la paz. Espero que el de arriba, siempre tan considerado conmigo, me escuche esta súplica”.

El primer deseo no se le pudo cumplir, porque se atravesó la pandemia del coronavirus, y el segundo quizás tampoco. Si bien es cierto que en 2017 se firmó la paz con las FARC, hace dos años Colombia cometió de nuevo otra de sus más funestas equivocaciones: eligió a la persona menos indicada.

DE REMATE: Si me preguntaran quién creo que debe ser el hombre que nos gobierne en 2022, respondo sin vacilar que Humberto de la Calle. Él hizo posible el acuerdo de paz y es la persona idónea para impedir que lo hagan trizas. Cuenta -como Serpa en su momento- con la experiencia requerida. Si los dirigentes de la centro-izquierda quisieran dar ejemplo de grandeza, anteponer sus egos y pensar en la salvación del país, se unirían en una sola voluntad y lo harían elegir presidente.