miércoles, 27 de junio de 2012

La indignación como ola política



Lo que ocurrió en Colombia al día siguiente de la aprobación de la reforma a la justicia fue un verdadero tsunami de indignación nacional, cuya más fuerte marejada se empezó a sentir en las redes sociales de Internet, en particular Twitter y Facebook.

En menos de 24 horas, sin que hubieran convocado a una sola manifestación de protesta callejera (ni siquiera a un flashmob), miles o quizá millones de colombianos conectados en la red lograron dar al traste con esa especie de ‘asociación para delinquir’ que se fraguó la noche anterior, cuando pretendían legislar en causa propia mediante una oscura repartija de poderes y prebendas que alcanzaba para todos, incluso para los secretarios generales de Senado y Cámara, Emilio Otero y Jesús Alfonso Rodríguez, quienes de la noche a la mañana quedaron aforados, o sea ‘igualados’ a la condición de congresistas, magistrados y ministros.
La onda sísmica de la indignación llegó hasta Río de Janeiro, donde el presidente Juan Manuel Santos asistía a la Cumbre ambiental de Río +20. No fue sino darle un vistazo a su cuenta de Twitter para percibir hasta dónde se elevaba la cresta de la ola, de modo que puso rumbo de regreso a Bogotá y en el camino redactó a las volandas un discurso que leyó al filo de la medianoche en alocución televisada, donde anunció su oposición al texto aprobado pero cuya real intención fue la de neutralizar el referendo contra la reforma que con pasos de gigante se abrió en todos los ámbitos y amenazó con poner en peligro no sólo una eventual relección suya, sino la misma gobernabilidad de su mandato.

Lo llamativo del asunto es que se trató de una oleada de indignación que entre la madrugada y la noche de un solo día impidió que un grupo de ‘legisladores’ amangualados lograra salirse con la suya, e invita a reflexionar sobre el papel cada vez más activo que viene desempeñando el mundo virtual de los ciudadanos internautas sobre el mundo real de los políticos y gobernantes en general.

El primer campanazo de alerta lo dio el video que mostraba al senador Eduardo Merlano negándose a la prueba de alcoholemia, quien terminó convertido en un hazmerreir de la red, pese a que salió indemne, pues logró conservar su curul. Pero lo ocurrido a raíz de la aprobación de la reforma a la justicia bien puede calificarse como un poderoso maremoto que sacudió los cimientos de la política y sirvió para sentar un importante precedente: de ahora en adelante no les quedará tan fácil a los políticos meterle el dedo en la boca a la ciudadanía, como lo intentaron en la noche del histórico miércoles 20 de junio y como venía ocurriendo de tan impune y frecuente manera.

En columna anterior ya habíamos mencionado que “un fantasma recorre el mundo, el fantasma del descontento”. Allí advertíamos cómo mientras los indignados no pasaran de la protesta virtual o callejera a organizarse, o sea a actuar políticamente para lograr cambios sustantivos, estarían condenados al fracaso. El problema de fondo radica en que denigran de los políticos, pero en la práctica desconocen que necesitan de líderes y de partidos para canalizar su indignación.

En Colombia el caso más reciente de indignación canalizada se dio con la Ola Verde, un movimiento de raigambre juvenil –también surgido de las redes sociales- que en la pasada campaña presidencial estuvo a punto de provocar una revolución de las costumbres políticas, si no fuera porque Antanas Mockus encarnó la semilla de su propia destrucción con sus infantiles errores y contradicciones, mientras que el tiro de gracia se lo dio Enrique Peñalosa al aceptar el apoyo de Álvaro Uribe a la campaña de partido Verde a la alcaldía de Bogotá, obrando así como el gusano en la guayaba, que acabó por contaminar toda la fruta.

Lo ocurrido con la indignación provocada por la reforma a la justicia marca un avance extraordinario, pues de la simple ola de protesta se pasó a la acción, mediante el llamado al referendo revocatorio, que fue en últimas lo que obligó al presidente Santos a ‘pellizcarse’ y a los políticos a aplicarse el mea culpa, o sea a acompañar al Ejecutivo en su propósito de hundir el acto legislativo.

Ahora se trata de impedir que esos mismos políticos traten de enredar la pita, como muy seguramente habrán de intentarlo, y para ello es fundamental que a la ola política de la indignación se le sumen formas organizativas que conduzcan al surgimiento de nuevos líderes y nuevos colectivos, que a su vez ayuden a consolidar una conciencia masiva actuante, transformadora y, por qué no decirlo, revolucionaria.


DE REMATE: La gente entiende como participar en política el votar en elecciones, lo cual es un craso error. A ello obedece que sea tan alta la abstención, pues consideran como una ‘virtud’ no elegir a políticos corruptos. El error radica en que al abstenerse, están contribuyendo a elegir precisamente a esos mismos corruptos: ante la ausencia de votos más calificados, ellos tienen su clientela asegurada. Pero esto será tema de otra columna, cuando insistiremos en la conveniencia del voto obligatorio.

miércoles, 20 de junio de 2012

El Padrino y los Intocables



De la larga lista de cercanos a Álvaro Uribe que han sido señalados, acusados y/o condenados por la justicia (Andrés Felipe Arias, Bernardo Moreno, María del Pilar Hurtado, Luis Carlos Restrepo, Edmundo del Castillo, Diego Palacio, Salvador Arana, Juan José Chaux, José Miguel Narváez, los generales Rito Alejo del Río y Mario Montoya, su primo Mario y su hermano Santiago, etc.), hay dos nombres que reúnen ciertas preocupantes similitudes: Mauricio Santoyo Velasco y Jorge Aurelio Noguera Cotes.
Como es sabido, Santoyo fue el jefe de seguridad de Uribe durante su primer periodo constitucional (2002-2006) y luego enviado como agregado a la embajada de Colombia en Italia, mientras que Noguera le duró como su director del DAS hasta el 2005, cuando los escándalos y las revelaciones de Rafael García lo obligaron a prescindir de tan “buen muchacho”, de quien además dijo que por él metía la mano al fuego, y lo mandó de cónsul a Milán, también Italia.

Al margen de la coincidencia italiana (que no deja de ser llamativa) la principal radica en que ambos no sólo se convirtieron en ‘intocables’, sino que fueron nombrados en los dos más sensibles y neurálgicos cargos relacionados con la seguridad nacional. ¿Cómo pudo ocurrir –se pregunta atónito cualquier desprevenido espectador- que el gobernante que centró su accionar en el rescate de la seguridad y que hoy no deja de trinar porque ésta supuestamente decayó en el gobierno de Juan Manuel Santos, haya puesto la suya propia y la de la presidencia en manos de dos personas (acusada una, condenada la otra) tan íntimamente ligadas con el paramilitarismo y el narcotráfico?

Pero ahí no paran las coincidencias: el expediente contra Santoyo señala, sumada a la acusación por narcotráfico, que entregó a los altos mandos de las AUC y de la 'oficina' de Envigado información clasificada y de inteligencia sobre las investigaciones que llevaban las autoridades de Colombia con la colaboración de Estados Unidos e Inglaterra. Noguera, por su parte, fue hallado culpable de poner el DAS al servicio de los grupos paramilitares comandados por Hernán Giraldo y Rodrigo Tovar Pupo Giraldo, alias ‘Jorge 40’, y de suministrarles información que les sirvió tanto para evadir operativos contra ellos, como para consumar el asesinato del profesor Alfredo Correa de Andreis y de líderes sindicales, siendo condenado a 25 años de cárcel por concierto para delinquir, homicidio agravado y abuso de autoridad.

Una tercera coincidencia (¿o ya es la cuarta?) alude a las ‘chuzadas’ o escuchas ilegales que para el caso de Santoyo se habrían hecho en número superior a 1.500 contra miembros de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, ASFADDES, cuando se desempeñó como jefe del Gaula en Medellín (1995-96), período coincidente con la gobernación de Álvaro Uribe. En lo referente a Noguera, una resolución de acusación de 2009 del fiscal Guillermo Mendoza contra éste reza que "durante los años 2003, 2004 y 2005, sin que mediaran las órdenes judiciales de rigor ordenó vigilancias y seguimientos en contra de integrantes y organizaciones no gubernamentales de derechos humanos, así como de personalidades reconocidas en temas de paz".

De donde surge la inquietud de querer saber si, una de dos:

1   1 - Estamos ante dos individuos tan habilidosos y de tan refinada mente criminal que, cada uno por su lado, lograron meterle al Presidente de Colombia semejantes golazos a su seguridad personal e institucional.
2   2 - Álvaro Uribe buscó y contrató precisamente a personas que reunieran esos perfiles, para el desarrollo y aplicación de su muy particular visión de la Seguridad Democrática.

Es la justicia la que algún día deberá resolver semejante enredo, pero ello no impide mientras tanto cavilar en torno a si en efecto Mauricio Santoyo y Jorge Noguera fueron dos buenos muchachos de Uribe que terminaron traicionando su confianza (en cuyo caso habría que hablar de infinita torpeza por parte del mandatario), o si más bien fue que pudieron escalar tan altas cumbres porque desde un principio contaron con la protección de un buen 'padrino'.


DE REMATE: En su defensa, Uribe dijo que "a mí nadie me habló mal del general Santoyo". Pero es que, ¿podía haber acaso alguien tan temerario como para hablarle mal de Santoyo a Uribe?

domingo, 17 de junio de 2012

El Watergate de Nixon y la 'bobadita' de Uribe



El caso Watergate -del que se cumplen 40 años este 17 de junio y alude a las ‘chuzadas’ telefónicas que condujeron a la renuncia del Presidente de Estados Unidos- guarda similitudes con el expediente que cursa en Colombia  por las escuchas ilegales del DAS, y es la razón para que algunos columnistas de prensa lo hayan llamado el DAS-Gate. Hay una excelente película de Ron Howard que nos brinda luces al respecto, de la que hablaremos más adelante.

Por ahora, baste recordar que el Watergate tuvo su detonante en una serie de escándalos políticos durante la presidencia de Richard Nixon, que acabaron con una imputación criminal a consejeros como Bob Haldeman y John Ehrlichman, y la dimisión del propio Presidente el 8 de agosto de 1974. Los escándalos comenzaron con el arresto de cinco individuos que entraron a la sede del Comité Demócrata Nacional, en el edificio Watergate, en Washington, el 17 de junio de 1972. Las investigaciones llevadas a cabo por el FBI y después por el Comité de Watergate en el Senado, revelaron que ese robo fue sólo una de las múltiples actividades ilegales autorizadas y ejecutadas por el equipo de Nixon. También revelaron el alcance de sus crímenes y abusos, que incluían fraude en la campaña, espionaje político y sabotaje, auditorías de impuestos y escuchas ilegales a gran escala.

La película a la que hacemos referencia se llama Frost versus Nixon y muestra el enfrentamiento en el que al final se convirtió una entrevista pagada –por David Frost a Nixon-, donde el primero termina por arrancarle al Presidente dimitente una confesión de culpa. (En Colombia también se presentó un enfrentamiento entre el presidente Uribe y el periodista Daniel Coronell, y cualquier parecido es coincidencia).

En los tres años posteriores a su renuncia, Richard Nixon permaneció en silencio. Sin embargo, en el verano de 1977, el hombre aceptó conceder una única entrevista y contestar a preguntas sobre su mandato y el escándalo Watergate. Nixon sorprendió a todos al escoger a David Frost como confesor televisivo, seguro de que podría con quien era un alegre presentador británico de televisión, de modo que así se ganaría de nuevo los corazones y las mentes de los estadounidenses. Fueron cuatro entrevistas de una hora cada una, que obtuvieron la mayor audiencia de un programa de noticias en la historia de la televisión norteamericana. Más de 45 millones de televidentes vieron cómo Nixon y Frost se enfrentaron en un fascinante duelo verbal durante cuatro noches. Los dos eran conscientes de que sólo podía haber un ganador, como en efecto lo hubo: David Frost.

Podríamos extendernos narrando con deleite los preparativos de las entrevistas y el desarrollo que ya en escena se le dio a cada tema, pero baste transcribir de la última entrevista lo pertinente al momento en que el entrevistado confiesa su culpa. Aquí el parecido con lo ocurrido durante el gobierno de Uribe reside en que Nixon no sólo veía a sus cómplices Haldeman y Erlichman como ‘buenos chicos’ (aunque él sí se desprendió de ellos), sino en que se declaró partidario del ‘todo vale’, si quien lo practica es el Presidente:

FROST: Si Haldeman y Erlichman eran los responsables cuando usted se enteró ¿por qué no los mandó a arrestar? ¿No es eso encubrimiento?

NIXON: Quizá debí haber hecho eso. Llamar al FBI y decir “ahí están”. Tómenles las huellas digitales y enciérrenlos. Yo no soy así. Yo conocía las  familias de Haldeman y Ehrlichman desde que eran chicos. Y la presión para incriminarlos se hizo abrumadora. Así que lo hice: corté un brazo, luego el otro. Siempre he dicho que lo que hicimos no era criminal. Cuando uno es presidente debe hacer muchas cosas que no son, en el sentido más estricto, legales. Pero las hace porque es lo mejor para la nación.

F: Espere, ¿está diciendo que en ciertas situaciones el presidente puede decidir si beneficia al país hacer algo ilegal?

N: Cuando lo hace el Presidente, significa que no es ilegal. Eso es lo que creo. Pero me doy cuenta de que nadie más comparte ese punto de vista.

F: ¿En ese caso aceptará, para aclarar las cosas de una vez por todas, que fue parte de un encubrimiento y que sí violó la ley?

En ese momento su asistente Jack  Brennan interrumpe la entrevista y se lleva a Nixon a una habitación vecina. “¿Qué pasó? ¿Arrojaste la toalla? ¿Te compadeciste de mí?” le pregunta Nixon, y Brennan le responde: “sólo sentí que si iba a hacer alguna revelación emocional, debería tomarse un momento para planearla. ¿Cuántas consecuencias devastadores podrían tener las revelaciones no planeadas?” Pero continúa la entrevista:

FROST: Discutíamos el periodo del 21 de marzo al 30 de abril, y los errores que cometió, y me preguntaba: ¿los describiría como más que “errores”? Esa palabra no parece ser suficiente…

NIXON: ¿Qué palabra usaría usted?

F: Creo que hay tres cosas que a la gente le gustaría oír: una, que hubo más que errores. Hubo actividad ilegal, y quizá haya sido un delito. Segunda, que “sí abusé del poder que tenía como Presidente”. Y tercera: “el pueblo americano padeció una agonía innecesaria y pido perdón por eso”.

N: Bueno, es verdad, cometí errores. Errores poco dignos de un Presidente, que no alcanzaron el nivel de excelencia con que soñé cuando era joven. Hubo momentos cuando no asumí esa responsabilidad y estuve involucrado en un encubrimiento, como usted lo llama. Y por todos esos errores siento un pesar muy profundo. Nadie puede saber qué se siente renunciar a la Presidencia.

F: ¿Y el pueblo americano?

N: Lo defraudé. Defraudé a mis amigos. Defraudé al país. Y lo peor de todo, defraudé a nuestro sistema de gobierno. Ahora pienso, “todo es demasiado corrupto”. Defraudé al pueblo americano y tengo que cargar con ese peso el resto de mi vida. Mi vida política se acabó…

Un primer plano final muestra la cara de Richard Nixon devastada por la soledad y la derrota. Todo como resultado de unas simples escuchas al partido rival, mientras que las ocurridas en Colombia cobijaron desde políticos opositores (e incluso aliados) hasta periodistas críticos y… ¡la mismísima y soberana Corte Suprema de Justicia¡

Así las cosas, si hubiera que encontrar una diferencia básica entre los expresidentes Nixon y Uribe, ésta salta a la vista: mientras el primero se vio obligado a renunciar y se ganó el repudio de la opinión pública, el segundo conserva su prestigio casi intacto mientras alega –tan orondo como impune- que lo de las chuzadas del DAS fue una simple “bobadita”.

sábado, 9 de junio de 2012

La película de Laura


Esta columna pretende analizar el antes y el después de las declaraciones que Laura Moreno concedió a Semana.com el pasado 1 de marzo, donde se defendió de la acusación que le formuló la Fiscalía con motivo del asesinato de Luis Andrés Colmenares ocurrido el 31 de octubre de 2010, noche de Brujas.

Escogí el tema con base en el recuerdo de la primera vez que escuché esa entrevista, cuando aún no existían testigos diferentes a ella y su amiga Jessy Quintero. En ese momento quedé convencido de que Laura decía la verdad, no porque en efecto Luis Andrés se hubiera suicidado, sino porque existía la posibilidad de que al desaparecer en la oscuridad del parque El Virrey hubiera caído en manos de anónimos antisociales sedientos de una víctima indefensa, que lo hubiesen linchado y arrojado de nuevo al caño. Ese jueves 1 de marzo que escuché su versión la sentí genuinamente angustiada, atrapada en un malentendido que algún día debería resolverse a su favor, y desde el fondo del corazón me solidaricé con su drama personal.

http://www.semana.com/opinion/pelicula-laura/178777-3.aspx

Hoy, conocidas las revelaciones de Wilmer Ayola que le han dado al caso un súbito giro de 180 grados, retrocedo la película de la ‘confesión’ de Laura a Semana y descubro –cual marido cuya esposa le ocultó durante mucho tiempo una horrible verdad- cuán fácil puede ser para un hombre de buenas intenciones y mirada desprevenida caer en el engaño de las apariencias que le brinda una mujer bonita y de semblante lloroso.

Aquí la película es otra pues, de confirmarse la versión de Ayola, significaría que siempre estuvimos ante una verdadera maestra de la actuación que tuvo los arrestos y la sangre fría para mantenerse a la cabeza de una mentira compartida por dos familias, la de ella y la de su exnovio (o novio, vaya uno a saber) Carlos Cárdenas, sin omitir a los tres energúmenos compañeros que habrían participado tanto de la orgía de golpes como del manto de silencio que se habría tendido a partir de aquella fatídica noche de excesos.

Y hablo de excesos porque parto de considerar que ninguno de ellos tuvo la intención expresa de matarlo, sino que llevados por la euforia del licor, los sentimientos pasionales y quizá alguna ayuda de tipo psicoactivo, pretendieron darle una lección de superioridad al ‘negro’ (como le decía Laura en muestra de cariño a Luis Andrés), pero se les fue la mano. Y los pies, por supuesto.

Dice Ayola: “Lo que yo vi fue que Luis Colmenares trató como de hablar y la persona que estaba dentro de la camioneta se baja con una botella en la mano y le da un golpe en la cabeza. Yo vi cuando cayó, no dijo nada, y sonó duro cuando le dieron el botellazo. No sé si la botella se rompió".

Debió ocurrir que cuando Cárdenas –ateniéndonos siempre a la versión de Ayola- le descerrajó a Colmenares el botellazo en la cabeza creyó que el golpe no sería mortal, sino que la botella se partiría en fragmentos, al mejor estilo Hollywood, y que con ese acto de supremacía sellaría una victoria ante su bulliciosa tribu, como en la extraordinaria novela El señor de las moscas, de William Golding: un grupo de niños náufragos en una isla, a quienes sus condiciones de vida los convierten en asesinos y salvajes. Carlos Cárdenas no sabía que con semejante tramacazo le estaba dando a su rival el ´golpe de gracia’ que habría de desgraciar varias vidas, la del que se iba y la de los que asistieron a tan macabro ritual.

Ahora volvamos al libreto aportado por Laura Moreno en la entrevista referida, donde ella intenta explicar por ejemplo por qué terminó esa noche con el celular de la víctima: “Yo eso no lo he tenido claro… todavía es algo que tengo en mi mente que no he logrado aclarar. Pero sé que el celular lo tengo del momento en que él habla con una persona en inglés, hasta que pasamos la calle y él sale a correr. En ese lapso de tiempo es que yo logro tener el celular de él. No sé si es porque él me lo da, no sé si porque Jessy me lo da, no sé por qué lo tengo pero… en ese recorrido de tiempo es que yo lo tengo”.

Unos meses después, frente a los micrófonos de Noticias Caracol su memoria se aclara y recuerda que “yo cojo el celular en el momento en que Luis Andrés termina su última llamada. Recogemos el perro (caliente), pasamos la calle y en ese momento es que yo recojo el celular. Ese es el momento en el que él corta la llamada con la persona que está hablando en inglés y sale a correr”.

Versión que se contradice con la del testigo ya citado, según la cual “Luis Colmenares no gritó. La mujer que estaba en esa reunión se acercó, le arrebató el celular de la mano y le dio una cachetada en la cara".

Expongo las versiones de uno y otra, a sabiendas de que sólo uno de los dos dice la verdad, y que será la justicia la que despeje el intríngulis. Pero suponiendo que el testimonio aportado por Ayola fuera el acertado, significaría que estuvimos todo el tiempo aferrados a nuestra silla comiéndonos las uñas frente a una tragedia que hoy se revela como el duelo a muerte entre dos hombres por una mujer, de donde habrían salido un claro triunfador y una pareja ligada a partir de esa noche por un pacto de complicidad y silencio.

¿Hasta cuándo? Es la pregunta que queda sin resolver en este capítulo de tan apasionante novela.

lunes, 4 de junio de 2012

¿Un falso positivo de las Farc?



Tiene toda la razón el presidente Juan Manuel Santos cuando, frente al comunicado apócrifo de las Farc que acogía el marco jurídico para la paz, plantea la pregunta obvia: ¿quién y qué buscan con esto?

En busca de una respuesta, lo primero a considerar es que se trata de una jugada muy inteligente, venga de donde viniere. Si se quiere pensar que proviene de las oficinas de Inteligencia del Ejército, tendría un talante del mismo cuño de la operación Jaque, sólo que ya no sobre un terreno de combate, sino en el frente de la propaganda. En este escenario no sobra entonces advertir que tiene el sello ‘Santos’, si se traslada el teatro de operaciones a una mesa de póquer: alguien que 'caña' para hacer creer algo, así después se sepa que estaba cañando.
Ahora bien, lo que tampoco se puede descartar es que el habilidoso hacker que logró profanar la página de Radio Café Stereo provenga de las propias filas de la insurgencia, a la manera de un ‘topo’ que no es que trabaje para el enemigo, sino que decidió vulnerar los protocolos de su organización y en acto temerario (por no decir suicida) les metió semejante golazo de sinceridad a sus camaradas.

Y es que, si se mira con objetividad el dichoso comunicado, ese podría ser el punto de vista de un guerrillero con mediana formación política que está cansado de la guerra, anhelante de otra forma de vida o esperanzado en que por fin se dé la reconciliación nacional (o al menos un cese al fuego), por lo que decide exponer con tan osado estilo su propio punto de vista sobre la coyuntura, aprovechando si se quiere un descuido del editor web.

Aun sin recuperarse del asalto informático, un portavoz de radiocafestereo.nu salió apresurado y aturdido por el golpe a decir que eso había sido “un nuevo episodio repugnante de este tipo de falsos positivos, contrario a cualquier norma del derecho internacional humanitario” (Ver El falso positivo Informático de Chucky). Falso positivo, sí, pero que en proporción de cara y sello pudo originarse en uno u otro lado de la contienda.

En cualquiera de los escenarios posibles, nada habría sido más benéfico al propósito de la paz que ese comunicado hubiera sido auténtico, y es ello lo que nos mantiene aferrados a tal hipótesis. Auténtico, sí, pero no porque el Estado Mayor de las Farc haya sido el autor de su contenido, sino porque quisiéramos creer que ciertamente es la expresión de un sector de la “guerrillerada” que se tomó a la brava la vocería de los que quieren la paz, al precio incluso de plantear un cisma.

En este terreno Semana ya había advertido fisuras en las Farc, con base en el análisis de dos comunicaciones diferentes a esa revista por parte de los miembros del Secretariado Iván Márquez y Pablo Catatumbo, donde no parecían ponerse de acuerdo en torno a si tenían o no personas secuestradas con propósito extorsivo.

El comunicado en mientes respira una redacción defectuosa (“Al fin se empezaron abrir las puertas…”), pero esto daría tanto para pensar que no fue escrito por el Secretariado de las Farc, como que tampoco es una invención de Inteligencia del Ejército o de la tan mentada mano negra, pues en caso tal habrían sido lo suficientemente ‘inteligentes’ para darle apariencia de autenticidad. En otras palabras, el golpe propagandístico habría sido más contundente si se hubieran esmerado en imitar con mejor pulso el estilo del Secretariado.

Es por ello que no debemos (en realidad no queremos) desechar la hipótesis esbozada. Hay sólo dos puntos que estarían sujetos a controversia: uno donde sugieren que “para los enemigos del pueblo, que siempre creyeron que la guerrillerada nunca nos  someteríamos a la entrega de las armas y la desmovilización, esta es la oportunidad (…)”, porque eso de someterse suena a rendición; y otro en el que hablan de “la consolidación a través de la democracia de nuestro proyecto político ¡Marcha Patriótica!”, pues es sabido que las Farc siempre han negado su vinculación a dicho movimiento, bien sea porque es cierto o porque reconocerlo significaría exponer a sus integrantes a un nuevo exterminio, como el de la Unión Patriótica.

Pero nada descarta que en el interior de las Farc haya guerrilleros ilusionados con el fin de las hostilidades y con la posibilidad de “pasar de conformar un gran ejército del pueblo a un gran ejército social”, a sabiendas de que todavía cuentan con el apoyo requerido en ciertas regiones del país para apostarles a los votos como la más legítima vía para abandonar las armas, de modo que hubieran sido esos inconformes los que tuvieron acceso a la ‘llave’ requerida para hacerse escuchar así del Secretariado y del país entero: “Presidente Santos, usted tiene las llaves para la paz y nosotros tenemos el cerrojo, por primera vez en la historia del conflicto armado en Colombia”.

Sea como fuere, nuestra resistencia a creer que fue una treta de los enemigos de la paz se sustenta precisamente en que, míresele por donde se le mire, la divulgación de esos planteamientos les sirve más a los amigos de la paz que a los partidarios de la guerra.