lunes, 27 de julio de 2020

Petro y De la Calle: ¿qué se traen entre manos?




Pensaba titular esta columna “Petro, De la Calle y el regreso de las ideas liberales”, pero la habrían leído cuatro pelagatos, por lo que preferí algo efectista. Además, lo hice pensando con el deseo: nada quisiera yo más que el arquitecto del acuerdo de paz con las Farc, Humberto de la Calle, y el candidato presidencial que perdió con el mejor programa de Gobierno posible, Gustavo Petro, se trajeran algo entre manos.

El asunto es que De la Calle se fajó el domingo 19 de julio una columna en El Espectador titulada Centroizquierda, en la que propuso “construir una coalición que en el 2022 haga presencia con un programa compartido, construido de manera transparente y sin equívocos”. Y en tal dirección explicó que se trata de una “ingeniería a la inversa”, donde cada uno de los interlocutores comience por fijar los puntos en los que no está dispuesto a ceder, “las líneas rojas”. (Ver columna).

Días después Petro le respondió con columna en Cuartodehora.com titulada “¿Un pacto histórico?”, donde le dijo a De la Calle que “acepto su propuesta”, aunque desde su propio prisma: “Yo estoy proponiendo es un pacto histórico, que no solo implica un gobierno de coalición en 2022, sino una serie de reformas que tienen como hilo marchar hacia la democracia”. (Ver columna).

Propuesta y respuesta muestran el talante de ambos: mientras De la Calle propone una mecánica para destrabar la discusión y propiciar el diálogo (propio de un negociador de paz), Petro, envuelto en su criticable -aunque corregible, espero- aire de grandeza, se muestra más interesado en concretar unas reformas a las que pretende darles una dimensión histórica.

Se trata de cambiar la historia, por supuesto, pero esto solo es posible mediante una coalición de centroizquierda, y para lograrlo se requiera de una mecánica entre las partes para construir un gobierno compartido. O sea que de entrada parecieran darse unas condiciones mínimas para la construcción de un acuerdo entre Petro y De la Calle, que permita ver luz al final del tenebroso túnel de oscuridad, confusión y caos en que hoy nos hallamos.

Humberto de la calle trata de crear un clima de entendimiento del centro hacia la izquierda, y es el momento que Petro no puede dejar pasar. Cometería el mismo error que Fajardo, cuando el Partido Liberal en cabeza de César Gaviria se mostró dispuesto a un entendimiento con él antes de la primera vuelta, pero este salió con que se entendería exclusivamente con el candidato, no con el “corrupto” liberalismo. Si esa alianza entre Fajardo y De la Calle hubiera cuajado, hoy el presidente de Colombia sería Fajardo, pues la unión de ambos habría derrotado a Petro en el primer envión.

Puedo estar equivocado, pero siempre tuve la impresión de que en la pasada campaña a la presidencia Fajardo parecía más interesado en abrirle el camino de regreso al poder a su paisano Álvaro Uribe, tanto cuando se negó a unir fuerzas con los liberales como cuando después de la primera vuelta anunció su voto en blanco. Lo cierto es que si en ese momento hubiera decidido apoyar a Petro, hoy estarían gobernando ambos. Pero fue irresponsable con el país -y hasta infantil- y prefirió irse a ver ballenas al Pacífico. Así, le entregó la presidencia a Duque. Y ah cosa llamativa, desde entonces se le ha visto más tibio que nunca, hablando en abstracto de la lucha contra la corrupción pero sin señalar a ningún corrupto en particular.

La propuesta de De la Calle tiene un aspecto positivo: una eventual alianza (acuerdo, coalición, yo qué sé) entre este y Petro representaría una oportunidad “histórica” para que la centroizquierda logre por fin desembarazarse del pesado y tóxico fardo llamado Sergio Fajardo, más cuando este mismo ha ratificado que “nunca me uniría a Petro”.

La oportunidad histórica es la misma si Fajardo decidiera sumarse a la consulta que propone De la Calle, que si decidiera lanzarse solo, pues en ambos casos sería derrotado.

Ahora bien, mi humilde opinión es que Petro se equivoca en la feroz oposición que adelanta contra Claudia López, y en esta línea recojo un trino de León Valencia donde considera que “para ganar la presidencia en el 2022 se necesitan”. (Ver trino). A Claudia la necesita, a Fajardo no, y a Jorge Robledo… bueno, a Robledo también.

En más de una ocasión he insistido en que se trata de sumar, no de restar ni de dividir (de esto último se encarga la caverna uribista) y he agregado que bastaría con que Petro y Robledo se acordaran de cuando formaban parte del mismo partido y dejaran a un lado las diferencias o las resolvieran, pues esa unión bastaría para servirles a ambos la Presidencia de la República en bandeja de plata.

Ahora es Humberto de la Calle el que se le adelanta a Robledo -y a Fajardo- en su propuesta de una “mecánica” democrática, amplia, incluyente, para nada sectaria.

Así las cosas, imagino una consulta de la centroizquierda en marzo de 2022 a la que confluyan por igual Gustavo Petro, Humberto de la Calle, Jorge Robledo, Camilo Romero y el exalcalde de Bucaramanga Rodolfo Hernández (quien me manifestó su interés en participar), incluso el mismo Fajardo si por primera vez decidiera actuar con criterio democrático, no egoísta. Y “que gane el mejor”.

Continuando en la tónica de pensar con el deseo, si me preguntaran cuál fórmula prefiero, diría que Humberto de la Calle a la presidencia y Petro de vice. ¿Por qué Petro no a la presidencia? Porque el primero tiene talante de estadista y poder de convocar a su alrededor; mientras Petro disocia y presenta dificultades para armar equipo. De todos modos, Petro trae el mejor programa de gobierno y ambos encarnan ideas liberales.

DE REMATE: Aquí no se trata de “lo que yo quiero”, sino de lo que entre todos los amigos de la centroizquierda podamos construir: un gobierno compartido.

martes, 21 de julio de 2020

El magnicidio de Álvaro Gómez y “los otros muertos”




El pasado lunes 20 de julio se realizó una charla virtual desde la cuenta de Instagram del investigador Ariel Ávila en torno al libro Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, tomando como punto de referencia “los otros muertos”. Haré aquí un resumen, con una velada intención: despertar su curiosidad -sí, la de usted- para que compre el libro. (Aquí puede ver la charla completa).

Los otros muertos fueron el general Fernando Landazábal y el académico Jesús Antonio ‘Chucho’ Bejarano, quienes habrían sido asesinados por el mismo motivo que el dirigente conservador: sabían demasiado.

Pero hay un tercer muerto que no se puede quedar por fuera: el humorista -y líder social- Jaime Garzón. En la entrevista que me concedió el exembajador de EE.UU. en Colombia, Myles Frechette, cuando le pregunté quiénes creía que fueron los autores de ese homicidio, así respondió: “yo creo que eran también personas en el Ejército”.

El general Landazábal fue asesinado el 12 de mayo de 1998. Tres días antes, según cuenta el exparlamentario Pablo Victoria en el libro Memoria de un golpe, Landazábal le dijo: “Pablo, quiero hablar con usted, pero otro día, porque yo sé quién mandó asesinar a Álvaro Gómez” (pág. 277). Quedaron en que hablarían el domingo 13, pero fue asesinado el día anterior a las 7:50 a.m., cuando salía de su casa. Fue el mismo Victoria quien tituló ‘Landazábal sabía demasiado’ y resulta muy intrigante que lo hubiesen matado justo un día antes de revelarle a él su secreto: como si Victoria le hubiera contado a alguien de la cita o como si… en fin.

En referencia al homicidio del académico e intelectual ‘Chucho’ Bejarano, el entonces editor Judicial de El Tiempo, Édgar Torres, encuentra un modus operandi que se repite: “las circunstancias en que ocurrió el asesinato del exconsejero (Bejarano) se asemejan a las que rodearon la muerte de Fernando Landazábal Reyes. El general en retiro fue asesinado en la calle por un sicario que le disparó también a quemarropa, crimen que en más de una declaración ante la Fiscalía se habría atribuido a sicarios próximos a redes civiles de inteligencia de la extinta Brigada XX”.

¿Quiere saber la relación entre la Brigada XX y el asesinato de Gómez Hurtado? Está en mi libro, de cuyo contenido básico se puede enterar aquí.
 
En la página 111 cuento que según un informe de Semana de septiembre de 1996 titulado El gran misterio, las reuniones de los que fraguaban el golpe contra Samper se hacían en las madrugadas, en un apartamento cerca de Unicentro. “Se acordó un plazo de 60 días para ejecutar el golpe, se dijo que se establecería una sede provisional de gobierno en Cartagena y que se “le ofrecería a Álvaro Gómez encabezar una junta cívico-militar de seis personas en la que sólo estaría un militar”. Y agrega la revista que para integrar esa junta se revisaron distintos nombres, entre los que estaba el de Pablo Victoria, y se consideró a Jesús Bejarano para ofrecerle el ministerio de Defensa.

Bejarano, a quien Semana consultó, “confirmó el ofrecimiento, aclarando que lo descartó de plano por considerarlo absurdo. Se abstuvo de suministrar cualquier detalle sobre las personas que lo buscaron para hacerle la propuesta”.

Es aquí donde se entiende por qué Bejarano se convirtió en otro hombre que sabía demasiado: como digo en el libro, su lealtad a los golpistas que le hicieron la propuesta –lealtad expresada en el silencio que guardó ante el periodista de Semana– le habría costado la vida, pues sus asesinos debían asegurarse de que tan sensible información nunca pudiera salir de su boca.

En lo referente a Jaime Garzón, en la entrevista con Frechette fue él quien lo trajo a colación, como si quisiera que yo le preguntara: “¿Quién mató a Jaime Garzón? Hay personas en Colombia que cuando con sus escritos o con sus palabras se convierten en foco de sospechas, simplemente los matan”. Ni corto ni perezoso, le pregunté quién o quiénes creía que estuvieron detrás de ese crimen, y así respondió: “Yo creo que eran también personas en el Ejército. Había una sección del programa de Jaime Garzón donde él comenzaba diciendo: “¡El Quemando Central se permite informar que...!”. Algunos militares me preguntaban si eso no me parecía demasiado. Yo les dije: “Miren, en una cultura política sana hay muchas opiniones y hay que escucharlas todas. Él tiene el perfecto derecho de decir eso”.

Si hemos de creerle a Frechette, parece que ciertos militares no le “copiaron”.

Ligado a lo anterior, dos oficiales del Ejército aparecen implicados tanto en el asesinato de Álvaro Gómez, como cuatro años después en el de Jaime Garzón: el general Rito Alejo del Río y el coronel Jorge Eliécer Plazas Acevedo. Al primero lo vinculó el exparamilitar Edwin Zambrano, alias “William”, quien afirmó a un tribunal de Justicia y Paz que “para agosto de 1995 se hizo un consenso de milicias de las autodefensas en la finca Campo Dos en la vía a Valencia, presidida por Carlos Castaño, Vicente Castaño y varios narcotraficantes como Varela, Hernando Gómez Bustamante, alias Rasguño, y el general Rito Alejo del Río”. Según Zambrano, allí el general Del Río “determinó que el operativo más seguro sería a la salida de la universidad donde laboraba el doctor Gómez, y que la única forma era filtrar la seguridad por medio del mismo Estado”. (Ver declaración).

En lo referente al coronel Plazas Acevedo, dos testimonios lo vinculan: el de alias ‘don Berna’, quien lo ubica en la Brigada XIII de Inteligencia Militar Ejército entregando a los sicarios la información requerida para ubicar y matar a Jaime Garzón al día siguiente, por los días en que su superior inmediato era… adivinen quién: el general Rito Alejo del Río. Está además el testimonio de Diego Edinson Cardona, conocido como ‘El hombre clave’, quien afirmó que Plazas fue el encargado del trabajo de vigilancia del perímetro, previo al asesinato de Gómez Hurtado.

Esto es lo que hasta aquí puedo contar, pues no se trata de ponerme de sapo y revelar el final de la película.

DE REMATE: La “velada intención” de la que hablé arriba se completa si cuento que la cuarentena no es obstáculo para adquirir el libro: entra a la página de Librería Nacional o de Ícono Editorial (en Lerner ya se agotó) y paga con tarjeta crédito o débito, y se lo lleven hasta su casa. Y sin riesgo de contagio…

lunes, 13 de julio de 2020

Historia de cinco ciudades




Tres de los cuatro municipios del área metropolitana de Bucaramanga tienen en común que sus alcaldes fueron puestos ahí por sus antecesores: Bucaramanga, Floridablanca y Girón. El cuarto municipio de dicha área presenta una situación diferente, porque brilla con luz propia: Piedecuesta. Pero hay un quinto municipio que no se quedará por fuera de nuestra mirada analítica sobre Santander: Barrancabermeja.

BUCARAMANGA es un caso llamativo, pues con Juan Carlos Cárdenas opera el “se les dijo, se les advirtió, se les recomendó, pero no hicieron caso”. Se trataba de un aparecido en la política, alguien que hizo su carrera como ejecutivo de Cemex -en Bogotá y Perú- y un buen día aterriza en su natal Bucaramanga y se va donde Uribe a pedirle el aval (ver video) y como este no se lo da, corre a donde Rodolfo Hernández… y este sí se lo da.

Hoy Bucaramanga tiene un alcalde abandonado por los mismos que lo entronizaron, comenzando por el exalcalde Hernández y continuando con la eufemística Liga Anticorrupción que le sirvió para poner en el concejo a cuatro pupilos suyos, más los tres verdes que se hicieron elegir con la misma fórmula. Entre ellos Carlos Parra, quien pese a ser “concejal de Gobierno” muestra en esta caricatura de Diego García lo que piensa sobre el segundo trimestre del gobierno de Cárdenas.

El descontento en Bucaramanga se siente a flor de piel. Usted le pregunta al taxista, al empresario o al hombre de la calle por el alcalde, pero este no existe. ¿Dónde está el que durante la campaña se rasgaba las vestiduras por Santurbán? Permitiendo que destrocen los Cerros Orientales. ¿Y por qué tal grado de desconexión? Porque el primíparo Cárdenas es un señor que se desvive por el sector empresarial, del estrato 4 para abajo todo le huele a feo. El único mérito que hasta ahora se le conoce es que se negó a seguir a pie juntillas los lineamientos del ingeniero-constructor que lo hizo elegir. ¿Para bien o para mal? Está por verse.

GIRÓN se parece a Bucaramanga en que el anterior alcalde impuso al siguiente, pero solo en eso. Carlos Román es el ‘Iván Duque’ de John Abiud Ramírez, actúa bajo su sombra tutelar, en reunión donde está su jefe no abre la boca, viven además en el mismo conjunto. Es un personajillo que siendo concejal se ganó la lotería cuando Abiud -o ‘Avión’, como le dicen- lo escogió como su sucesor. Ahora Abiud quiere convertirse en el director administrativo de la Cámara después de que no le cuajó la candidatura a la Gobernación, y mientras define su futuro político direcciona a Román para que acabe de exprimir los recursos de Girón mediante el intento de privatizar los servicios de educación, salud y administración de la alcaldía. (Ver columna mía al respecto, Cómo privatizar una alcaldía).

FLORIDABLANCA conserva su parecido con Bucaramanga en lo “sucesorio”, pero se diferencia en que su alcalde Miguel Ángel Moreno es un muchacho capaz, bien intencionado, más inteligente que Román (el de Girón) pero tiene un problema: les sirve a dos amos. Mientras su papá Alirio Moreno intenta ser el cerebro detrás del trono, el hijo está en deuda con quien lo puso ahí, Héctor Mantilla. Esto se traduce en que cuando quiere hacer algo, si no lo frena uno lo frena el otro. O sea, no tiene margen de maniobra. Si un día de estos decidiera amarrarse los pantalones, tendría que decirles a sus dos jefes políticos “déjenme gobernar”.

PIEDECUESTA es la cara de mostrar en el área metropolitana: otro “pelado” que quiere hacerlo bien y cuenta a su favor con que tiene margen de maniobra. Podría decirse que Mario José Carvajal llegó a la alcaldía con el voto de opinión (no era el favorito en las encuestas) y, aunque se presentó por firmas, fue respaldado por los partidos Liberal, Conservador, Mira, AICO, Colombia Justa Libre, Centro Democrático y el movimiento Salvemos a Piedecuesta.

Mario José es un tipo sencillo, carismático y de trato humano, con preparación académica. Pese a su juventud ha trasegado en la política, lo cual le da un bagaje en lo público. Su “bautizo de fuego” se dio con una avalancha que dejó cinco personas fallecidas, cuatro desaparecidas, 11 heridas y 1.464 damnificadas. Enseguida, les cayó la pandemia. Esto se debe destacar, porque a diferencia de Girón y otros municipios donde han aprovechado la pandemia para hacer de las suyas, no existen datos que permitan decir que en Piedecuesta estén usando de manera indebida los recursos de asistencia social ni contratando para favorecer a los suyos.

Otro aspecto llamativo de Piedecuesta: su Plan de desarrollo fue elaborado con verdadera participación de las comunidades, sin aplicaciones sofisticadas, recurriendo al Whatsapp. Además se debe reconocer un eficaz manejo de la imagen del alcalde, a cargo de su asesora de Comunicaciones, Sandra Sánchez.

BARRANCABERMEJA, mi ciudad natal, se parece a Bucaramanga en que una gran expectativa de cambio terminó en decepción, y se parece a Floridablanca en que su alcalde tiene un limitado margen de maniobra. Alfonso Eljach venía pidiendo pista, se le concedió, fue elegido tras tres intentos fallidos, y el estallido de la pandemia puso en evidencia que su pretendida independencia política se le hizo añicos, tanto en términos de contratación (allá el 70 por ciento de la vida económica se manifiesta en contratos) como de conformación de su gabinete, repartido por cuotas politiqueras entres los que le dieron su apoyo en la campaña.

No podemos aseverar que Eljach haya tenido participación en los sobrecostos -denunciados por la Contraloría -en mercados o elementos de bioseguridad, en consideración a que el tema estaría ligado a las ‘obligaciones’ de campaña adquiridas, que lo tendrían maniatado. Sea como fuere, estamos tras la pista de algo que quizá nos obligue a dejar de ser condescendientes.

Lo preocupante, de todos modos, es que el descrédito que hoy acompaña a Eljach podría dar un nuevo aire a las pretensiones de Jonathan Vásquez y su peligrosa alianza con el clan Gnecco, pero igual se lo renovaría a un joven como Nicolás Contreras, quien parece un buen prospecto.

La principal conclusión que se saca de todo esto apunta a la inutilidad -por no decir el craso error- de la elección popular de alcaldes promulgada durante el gobierno de Belisario Betancur, bien intencionada porque pretendía “devolverle el poder al pueblo”, pero terminó por propiciar la conformación de poderosos clanes cuya “lucha” nunca ha sido la reivindicación de las causas populares sino el apoderamiento del erario, con un objetivo claro: enquistarse a perpetuidad.

Como decía un amigo mío, la elección popular de alcaldes les dio un poder inmenso a personas que ni siquiera saben redactar una carta.