Hay dos noticias de
reciente factura que producen vergüenza de ser colombiano: una, la designación
de Alejandro Ordóñez como embajador de Colombia ante la OEA; dos, el triunfo de
los corruptos en la consulta del pasado domingo 26 de agosto.
Lo de Ordóñez es vergonzoso
porque se trata de un exprocurador manchado por actos de corrupción, que se
hizo reelegir repartiendo puestos y prebendas entre magistrados y congresistas, y por tal motivo fue despedido de su cargo por el Consejo de Estado. Ahí el
discurso del presidente Duque a favor de la consulta anticorrupción se
contradice con sus actos de gobierno, y les dan sentido a estas palabras de Matador: “El bisoño presidente Iván Duque acaba de decir “Colombia
no aguanta más corrupción” y nombra a Ordóñez embajador ante la OEA. Explíquenme
eso”. (Ver
trino).
Obedientes a Matador en
busca de una explicación, a favor de Duque obraría que ciertos
cargos son decisión autónoma de su jefe, Álvaro Uribe: el de Ordóñez, sin duda;
el del empresario Guillermo Botero convertido en MinDefensa, el del repitente MinHacienda
Alberto Carrasquilla, el de Alicia Arango en MinTrabajo, el de su cuñado Carlos
Enrique Moreno como Súper Consejero Presidencial…
Así no sea de la ‘cuerda’
de Duque, no deja de ser vergonzoso para la nación que un homófobo y fanático
religioso como Ordóñez sea nuestra representación oficial ante la Organización
de Estados Americanos (OEA). Un verdadero “mosco en leche” en un entorno
progresista, según acertado trino de Humberto de la Calle. (Ver trino).
Pero la verdadera vergüenza,
el verdadero oso en carne propia ante los ojos del mundo ocurre cuando invitan
a los 36’421.026 colombianos que componen el censo electoral a que con
su voto ejerzan el mandato ciudadano de limitarles el margen de acción a los
corruptos, y ni siquiera una tercera parte de ellos (11’667.702) acude a la
cita con la decencia: si quisiéramos ver el vaso medio vacío bastaría recordar
que a la pasada elección presidencial acudieron 18 millones de votantes, y para
verlo medio lleno se diría que la consulta anticorrupción obtuvo 1’294.622 más
votos que los 10’373.080 que sacó Iván Duque.
Es innegable que esos casi
doce millones de votos constituyen un capital político y son un mensaje de
advertencia a los corruptos, pero no alcanzó al nivel de un ‘tatequieto’, que
lo habría sido si se hubiera llegado al umbral. Acudiendo al repertorio popular
fue más bien a un nivel ‘traqueto quieto’, donde tendrían razón los que dicen
que faltó el último centavo para completar el peso.
No nos llamemos a engaños,
los corruptos están de plácemes, tuvieron buen recibo mensajes como este trino
de Álvaro Uribe el mismo día de la consulta, a temprana hora: “El dr Petro me
acusa de delitos de lesa humanidad, clama para que me lleven a la cárcel y para
eso hace gastar 300 mil millones”. (Ver trino). En honor a la verdad
esa plata la hizo gastar el mismo Uribe, pues la consulta iba a ser el día
anterior a la elección presidencial -en cuyo caso habría costado 25 mil
millones- y puso como condición para apoyarla que la pasaran al 26 de agosto, y
por eso quedó costando más de 300 mil millones, y llegado el día de su
realización le volteó el rabo (de paja).
Según Daniel Samper Ospina,
el resultado final de la consulta “es un hito de nuestra historia. Lo de hoy
representa un silencioso movimiento ciudadano que se levantó sin ruido para
pedir que el país cambie. Este no es el final de una historia sino su comienzo”
(Ver
video). En coincidencia con el youtuber de 44, Jorge Cardona Restrepo
considera en su muro de Facebook que “más de once millones y medio de votos
tienen un significado y un impacto político inmenso, sin precedentes en
Colombia; se ha partido en dos la historia política y electoral de la nación”.
Eso es cierto
y es la parte que nos consuela en la derrota, pero la otra cara de la moneda
deja ver que los congresistas seguirán percibiendo sus morrocotudos salarios y
no habrá iniciativa legal que de ahora en adelante los obligue a rebajarlos, y quedará
en veremos la cárcel sin detención domiciliaria para los corruptos y la prohibición
de volver a contratar con el Estado, y los mismos congresistas se encargarán de
prolongar en el tiempo la adopción de pliegos tipo en la contratación pública,
y embolatarán lo de máximo tres períodos en corporaciones públicas o lo
estirarán a cinco… y así.
No es que estemos en plan
de llorar
sobre la leche derramada, al menos no en este caso. Se trata es de aprender
a caminar con pies de plomo sobre un sendero plagado de espinas y rastrojo,
donde la sola certeza de saber que quien hoy maneja las riendas del poder
presidencial es Álvaro Uribe y no Iván Duque, nos sirve de catalizador para
entender por qué en una circunstancia como la actual un pesimista es un
optimista bien informado.
Y si no me creen, esperemos
a que arranquen las “negociaciones” con la rama de la justicia a ver cómo Duque
le cumple a su patrón el mandado de transformar las Altas Cortes en una sola, a
la medida de la impunidad que tanto necesita.
Lo más triste de todo es ver
el grado de complacencia o complicidad de los medios de comunicación con ese
sujeto. Como dijera con demoledora lucidez Sara Tufano en columna
para el Tiempo, “¿Por qué los medios han normalizado el uribismo? ¿Por qué
no le critican a Uribe su enfermiza egolatría, su populismo fascistoide? ¿Por
qué no cuestionan al Centro Democrático, un partido autocrático con un jefe
supremo a quien sus seguidores le rinden obediencia absoluta y consideran un
prócer de la patria?”.
DE REMATE: La única parte
positiva de semejante disparate (un país que llevado de cabestrillo por un
megalómano autoritario primero se manifiesta mayoritariamente contrario a la
paz y luego les brinda visa de residencia permanente a los corruptos) es que
por estos días no tengo previsto ningún viaje al extranjero. Me sentiría muy
avergonzado ante los oficiales de inmigración que vieran la procedencia de mi
pasaporte...