martes, 31 de agosto de 2021

Alejandro… ¿magno candidato?

 


Tomado de El Espectador 

No soy de los que creen -como sí cree el profesor Germán Ayala, columnista de El Unicornio- que Alejandro Gaviria es “otra ficha del régimen”. Por el contrario, considero que tiene vuelo propio y sobrados méritos, como académico y pensador, y en lo político como un hombre de ideas liberales.

Lo llamativo de su irrupción en la pasarela electoral es que produjo un ruido muy superior al del santandereano Rodolfo Hernández, tal vez porque a este último la gente ya no lo toma en serio, pese a que aparece tan bien rankeado en las búsquedas de Google y a que algunos creen que “podría ser el próximo presidente”.

¿Por qué tanto ruido, entonces? Porque “sin querer queriendo” la candidatura de Gaviria entró a competir en igualdad de condiciones con Gustavo Petro, y puso a tambalear la opción de Sergio Fajardo, debilitando a su vez el variopinto repertorio de candidatos de una Coalición de la Esperanza donde todos los que allí están aspiraban por igual a desplazar a Fajardo, pero han quedado como invitados de piedra al convite electoral. Sobre todo Jorge Enrique Robledo, quien le había cerrado la puerta con trancas a Gaviria.

En este contexto, por muy procaz que suene, quizás tiene algo de razón un trino de @ANIBALBET donde dice que “la izquierda se está orinando del miedo con el Dr. Gaviria”. (Ver trino).

Para decirlo en plata blanca, la verdadera medición de fuerzas entre la izquierda y el centro en la primera vuelta va a estar entre Alejandro Gaviria y Gustavo Petro. Si el uribismo no mete baza “subversiva” para impedir que haya elecciones en 2022 (como he dicho en repetidos trinos que puede ocurrir, pues estamos en manos de un poderoso aparato mafioso que controla el poder a su amaño), entre estos dos estaría el próximo presidente de la República.

Y si me pusieran a elegir entre uno y otro… he de confesar que ahora no la tengo clara. A Gaviria como intelectual y humanista lo descubrí hace apenas seis meses, a raíz de una larga charla con Los Danieles. Antes de eso me era por completo indiferente, un burócrata más y pare de contar. Pero luego vine a saber que había publicado un libro sobre Aldous Huxley (Otro fin del mundo es posible), escritor británico de quien yo había leído ávido Un mundo feliz y A las puertas de la percepción. Y leí su libro y quedé impactado, en parte porque su admiración por Huxley y por George Orwell es la misma del suscrito, en parte porque descubrí en él un claro pensamiento liberal, el de los verdaderos liberales de antaño, un librepensador como Darío Echandía, un conductor de la Revolución en marcha como López Pumarejo o un combativo Horacio Serpa, si se me permite evocar al último de los grandes liberales que se fueron.

Los acontecimientos de los últimos días harían pensar que esta campaña a la presidencia -que arrancó precoz por la ineptitud manifiesta del subpresidente en ejercicio- tiene un Antes y un Después, signado por la súbita irrupción de Alejandro Gaviria en la contienda electoral. No sabemos si su lanzamiento fue ideado por sesudos estrategas del mercadeo político, como parece, pero lo cierto es que con la “imagen de marca” de tan fotogénico candidato entraron pisando duro.

Otra cosa es el mensaje, y es aquí donde crece la incertidumbre, porque hoy les creo por igual a Petro y a Gaviria. Del exalcalde he dicho que puede ser una persona difícil de tratar, pero “¿cómo hacemos si tiene el mejor programa de gobierno y cuenta con ocho millones de votos, que al día presente quizá son muchos más por cuenta de la indignación generalizada?”. (Ver columna).

Y si la memoria no traiciona, ahí mismo decía que ante la sempiterna tibieza de Fajardo, el centro político estaba a la espera de que surgiera un candidato fuerte “que en primera vuelta desplace al candidato del uribismo al tercer lugar y en una eventual segunda vuelta se enfrente a Petro y lo supere, confiados en que Colombia preferiría la moderación del centro al radicalismo de la izquierda”.

¿Ha llegado ese momento? Averígüelo Vargas…

Pero no todo son peras en almíbar. Si algo preocupa en Alejandro Gaviria es que su coincidencia con el director actual del Partido Liberal no está solo en el apellido, sino también en su lema de campaña: mientras César Gaviria prometía en sus afiches que “Habrá Futuro”, Alejandro prende motores diciendo que “Colombia tiene futuro”. (Ver meme). La preocupación reside entonces en el entronque -o maquinaria política- que habría de contribuir para que el segundo Gaviria sea elegido presidente. Parodiando la situación, es como cuando mi madre decía “fíjese muy bien con quién se mete”.

En todo caso, obviamente pensando con el deseo, nada sería más provechoso para Colombia que fueran precisamente Alejandro Gaviria y Gustavo Petro quienes terminaran enfrentados (por así decirlo) en la segunda vuelta. Es más, desde ya deberían buscar puntos de convergencia, antes que de destrucción del rival político. Los dos se van a necesitar, antes y/o después de la segunda vuelta, sea quien sea el que gane. Y ambos poseen ideas liberales, aunque diferente método para implementarlas.

Post Scriptum: Si Alejandro Gaviria ha comenzado a vender futuro, Petro podría también pensar en mandar un mensaje optimista. Como cuando meses atrás se le hizo un guiño, que al parecer no atendió, referente al lema de campaña que sacó al dictador Augusto Pinochet del poder en Chile: La alegría ya viene.

Aclaración necesaria: Después de que envié esta columna a El Espectador se le escuchó decir a Alejandro Gaviria que “Alberto Carrasquilla es probablemente la persona que más conoce de política monetaria en Colombia". Si a continuación hubiera dicho que Carrasquilla con su reforma tributaria fue el causante del estallido social reciente, o que actuó en forma indebida con los Bonos de Agua que empobrecieron a muchos municipios, habría quedado como un príncipe. Pero no lo hizo y yo quedé desconcertado, súpito, atónito, y así lo hice saber en este trino.

martes, 24 de agosto de 2021

Una amnistía general… para Uribe en particular

 


Tomado de El Espectador

Dejando de lado el trato grosero, descortés y amenazante de Álvaro Uribe y su basto vástago Tomás contra la magistrada Lucía González, el aspecto más llamativo del encuentro entre el padre Francisco de Roux y el finquero de Rionegro fue su propuesta de una amnistía general: “El país debe pensar en algún modelo de amnistía”.

Esto encierra una confesión tácita de culpa y demuestra, como dijo El Espectador en editorial reciente, que “su oposición al Acuerdo de Paz no es en esencia un problema de impunidad, sino más bien de quiénes se quedan por fuera de ella”. (Ver editorial).

A la velocidad del rayo una corifea suya, María Fernanda Cabal, expresó su apoyo a la propuesta, que interpretó alborozada como la eliminación de un solo tajo de la JEP y la Comisión de la Verdad, alegando la necesidad de detener el desangre financiero que representan ambas instituciones: “La JEP nos cuesta más de 330 mil millones de pesos al año y la Comisión de la Verdad 117 mil millones. Son más de 447 mil millones de pesos, por qué no ahorrarle (sic) a los ciudadanos casi medio billón de pesos al año y darle (sic) esa multimillonaria suma a las víctimas”. (Ver noticia).

Loable su preocupación por las víctimas, si no fuera porque su verdadera preocupación es tratar de salvarle el pellejo a Uribe. La Corte Penal Internacional (CPI) ha venido tomando atenta nota de las evidencias sobre la “práctica sistemática” de ejecuciones extrajudiciales entre 2002 y 2010, a las cuales se les dio el eufemístico nombre de ‘falsos positivos’ para restarles importancia.

De esta máquina genocida del horror, equiparable en salvajismo al holocausto nazi, da cuenta un desgarrador informe de Human Rights Watch (HRW) que puede verse aquí, donde es claro el rosario de pruebas materiales y certezas concluyentes que señalan responsabilidad directa de la cúpula militar de entonces, sobre un teatro de operaciones en el que brilla con luz propia el más alto mando responsable de todas las atrocidades cometidas, Álvaro Uribe Vélez.

En este contexto, la propuesta de Uribe no es la de un estadista interesado en contribuir a consolidar un ambiente de paz y reconciliación, sino la del que ya está enterado de lo que le corre pierna arriba.

Ahora bien, una amnistía general no es algo del todo descabellado, y en tal sentido suena razonable el editorial de El Espectador citado arriba cuando agrega que “Si la paz total es todavía un anhelo alcanzable, vale la pena cualquier esfuerzo para abrir nuevas avenidas de diálogo”. Pero se presenta un obstáculo: una amnistía general es incompatible con el Estatuto de Roma y con los compromisos en derechos humanos, y en tal medida constituiría una exclusión injustificada de las víctimas.

¿Qué hacer, entonces? Pues ponerle condicionamientos claros a dicho perdón colectivo, y el primero de estos tendría que ser la verdad absoluta, franca, categórica, iluminante. Súmenle si se quiere la reparación y las garantías de no repetición, pero lo fundamental es que se conozcan y se asuma la responsabilidad sobre las más atroces verdades que falta conocer. Incluso, aquí se le podría recordar a Uribe una sentencia atribuible a Jesucristo: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres". Juan, 8 – 32.

A lo que más les temen hoy Uribe y la Cabal es a las verdades que han comenzado a contar paramilitares y exoficiales del Ejército, en parte ante la JEP y en parte ante organismos internacionales.

Por allá en 2013, cuando apenas iniciaban las conversaciones de paz en La Habana, pregunté esto en columna titulada ¿Es Uribe un peligro para la sociedad?: “¿Qué pasaría si en la práctica resultara que tanto Uribe como ‘Timochenko’ tuvieran su respectiva cuota de responsabilidad y, por tanto, ambos merecieran ir a la cárcel?”. (Ver columna). Esto fue en respuesta a una declaración del entonces procurador Alejandro Ordóñez, quien escandalizado afirmó que “así como vamos, Uribe irá a la cárcel y ‘Timochenko’ al Congreso”. ¿Será que Ordóñez nos salió adivino?

Sea como fuere, la pata coja del proceso de paz que adelantó Juan Manuel Santos estuvo en que no se negoció a la par con el jefe del tercer bando en conflicto, el mismo de quien una providencia emitida en 2013 por la Sala de Conocimiento de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Medellín dio a conocer -en orden cronológico- cómo en el curso de diez años Uribe estuvo rodeado de tal cantidad de personas involucradas hasta el cuello con grupos armados de extrema derecha, que era imposible que ignorara lo que estaba sucediendo a su alrededor. En otras palabras, que “no es posible estar dentro de una piscina y no mojarse”. (Ver providencia).

Y es el mismo que a la cabeza de todos esos grupos, unos legales y otros ilegales, en 2018 maniobró para tomarse el poder y hoy tiene a una cúpula militar renovada. Aunque, vaya coincidencia, de nuevo identificada con abusos y atropellos indiscriminados contra la población, como en el anterior escenario de guerra, destrucción y tierra arrasada que desde la comandancia del Ejército lideró el general (r) Mario Montoya.

Es evidente que lo que busca el comandante en jefe de las más sanguinarias fuerzas de combate -regulares e irregulares- que han existido en Colombia, es impunidad a perpetuidad. Sabe que está como el tipo subido al lomo de un tigre, que si no logra que Colombia le vuelva a votar por “el que diga Uribe” y pierde las elecciones, le toca bajarse del poder y el tigre se lo come. Lo más procedente entonces sería sentarlo a conversar, ahora sí, pero bajo el cumplimiento de la condición sine qua non mencionada atrás: “la verdad, toda la verdad, nada más que la verdad”.

Post Scriptum: Ponen el grito en el cielo porque los musulmanes ortodoxos se tomaron el poder en Afganistán, pero les parece de lo más chirriado que nuestra Policía Nacional tenga como lema Dios y Patria. Y se la pasan con “Dios te bendiga” por acá y “Dios te bendiga” por allá. ¿Cuál es la diferencia, entonces, si aquí también nos meten a Dios hasta en la sopa?

lunes, 16 de agosto de 2021

El magnicidio de Álvaro Gómez: ¿en serio fueron las Farc?

 


Tomado de El Espectador

La pregunta que encabeza esta columna ronda mi mente desde que el partido Farc, hoy Comunes, se autoinculpó del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado con un comunicado donde dejaron rodar una frase que ahora suena a lapsus: “sabemos que nuestros adversarios en la guerra pueden ser nuestros aliados en la paz”. (Ver noticia).

¿Qué tenían que ver esos “adversarios en la guerra” con el hecho de que hubieran decidido confesar su participación en el magnicidio? Ni idea. Por cierto, va uno a buscar copia de ese comunicado en Google y/o las redes sociales… y no aparece por ningún lado.

En todo caso, desde el día en que Julián Gallo (alias Antonio Lozada) dijo haber recibido del ‘Mono Briceño’ la orden y haber sido él quien la ejecutó, ha ocurrido una serie de sucesos que darían para pensar que el exguerrillero se encuentra acorralado por su propia versión de los hechos.

Primero, porque no ha brindado una sola prueba material de lo que afirma: dice haber recibido la orden de alguien que ya murió, y lo mismo les habría pasado a los que supuestamente dispararon contra el dirigente conservador: todos muertos. Segundo, informes de prensa y declaraciones de compañeros suyos de lucha parecen desmentirlo.

En este último ámbito lo más destacado es un “informe secreto” de Ricardo Calderón, exjefe de Investigaciones de Semana y ahora de Caracol TV, quien comienza por desnudar una aparente contradicción cuando un magistrado de la JEP le pregunta si “¿estos comandantes podrían decir si ocurrió o no esta declaración pública del homicidio de Gómez Hurtado?”, y Gallo responde: “los que están en este momento, la gran mayoría ya no están, murieron en la confrontación. Los que están vivos, Mauricio, obviamente Catatumbo, Alberto Martínez”. (Ver informe).

La contradicción reside en que ninguno de los hasta ahora escuchados por la JEP -entre ellos Jaime Parra, alias ‘El médico’ o ‘Mauricio’, confirman su versión, y para colmo de la incredulidad Rafael Gutiérrez, excomandante del Frente 22 de las Farc, no solo desmintió conocer la autoría de las Farc en el crimen de Gómez Hurtado sino que le entabló a Gallo denuncia ante la Fiscalía por amenaza después de que este le dijera "Yo pagaría por ver en qué termina usted, el día que usted me entierre o yo lo entierre hablamos". (Ver noticia).

Pero ahí no termina la cosa, porque en el mismo informe de Calderón se muestra “un segundo y grave problema en la versión de Lozada”: un correo del 8 de diciembre de 1995, un mes y seis días después de ocurrido el magnicidio, donde Manuel Marulanda le pregunta al 'Mono Jojoy' si las Farc tuvieron algo que ver con lo de Álvaro Gómez y este responde: “Alfonso (Cano) me dice que Miguel preguntó “seguro que fuimos nosotros”. Por ello llamamos a Carlos Antonio (Lozada) y dijo que no y que además no tienen contacto con el partido”.

Unos días después de esta revelación Julián Gallo convocó a una precipitada rueda de prensa, donde presentó como nueva prueba una supuesta comunicación de Tirofijo, fechada el 2 de diciembre de 1995, en la que le dice al secretariado: “Lo del señor Gómez, debemos mantenerlo en secreto, para ver cómo vamos ayudando a profundizar las contradicciones, mientras bajamos otros”.

Según Lozada, los mensajes confirman lo que él ha venido diciendo ante la JEP, incluso fue más allá: “Para qué iban a salir las Farc a exculpar a la brigada 20 de inteligencia, si eran nuestros enemigos”.

Podría mostrar otras inconsistencias, pero quisiera detenerme en esta afirmación. Lozada tomó como fuente (nunca antes lo había hecho) de su exculpación un libro a todas luces apócrifo, cuya primera “edición” la había lanzado en 2012 a la luz pública José Obdulio Gaviria, quien dijo haberlo recibido de un exguerrillero de las Farc y fue distribuido profusamente entre los medios por la Jefatura de Acción Integral del Ejército… y los medios no le creyeron. Y tiene este pomposo título: Manuel Marulanda Vélez. 1993-1998. Correos y correspondencia. (Ver columna sobre ese libro).

Es llamativa la alusión a la brigada 20 de Inteligencia, en parte porque algunos detractores suyos dentro de las mismas Farc han llegado a acusarlo de ser un infiltrado del Ejército, pero sobre todo porque la tesis de los militares golpistas es la misma que expone mi libro, Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado. Y si algo consigue la versión que ahora pretende hacernos creer Julián Gallo, es precisamente exculpar a esa brigada, cuyo entonces director, el coronel Bernardo Ruiz Silva, fue llamado a juicio con base en el abundante material probatorio que existía, pero luego fue “exculpado” de manera muy sospechosa por una jueza, según cuento en el libro.

También es llamativa una entrevista reciente de Lozada con El Espectador, donde dice que “no es mi problema que no haya más testigos”. Allí habla de una reunión que él habría sostenido con el mono Jojoy unos días antes del magnicidio, y afirma que “esa reunión tuvo que ser como el 28 o 29 de octubre, la misma semana del hecho, porque yo le respondí: “Eso es el viernes. Si se hace, es este viernes, porque después salen a vacaciones (en la Universidad Sergio Arboleda)”.

Pues bien, el 2 de noviembre de 1995 no era viernes, sino jueves. Eso también lo digo en el libro que hoy he querido reivindicar aquí, porque desde que salió el partido Farc (hoy Comunes) con el cuento de que ellos habían matado a Álvaro Gómez, muchos asumieron esa como la única verdad posible.

Y no es justo, porque ni las Farc ni Carlos Antonio Lozada han dado una sola demostración fehaciente de que fueron ellos, mientras mi libro sí aporta abundantes pruebas de que fue un grupo de militares golpistas, unos retirados y otros en servicio activo.

En charla con Los Danieles el domingo 15 de agosto, donde expuse mi versión sobre los verdaderos autores de ese crimen, Daniel Coronell me hizo esta recomendación: “Usted tiene que ponerse con juicio a escribir a escribir estas cosas otra vez y a situarlas contextualmente. Además de los militares, hubo unos civiles de la extrema derecha que también participaron y que después adquirieron una preponderancia que no tenían para esa época. Y es bueno que usted se ponga a juntar esos pedazos, aprovechando además que está ahí cerquita de Bucaramanga”. (Ver charla). ¿Qué habrá querido decir con “cerquita de Bucaramanga”? En todo caso, he tomado atenta nota.

DE REMATE: No le creo para nada a la encuesta de Invamer donde de la noche a la mañana aparece Rodolfo Hernández de tercero en preferencia electoral. Me recuerda la trepada -o catapultada- que le montaron a Iván Duque en marzo de 2018, mediante sofisticada tramoya que expuse en esta columna y que terminó por darle la presidencia.

jueves, 12 de agosto de 2021

¿Un concurso de periodismo amañado?

 


Tomado de El Espectador

Una noticia divulgada por la W Radio es el punto de partida de esta columna: “En Santander entregan por error un premio a persona que no le correspondía”. Allí se dice que “similar a lo que pasó con Miss Universo, sucedió en Santander durante la ceremonia de los premios de periodismo Luís Enrique Figueroa, evento organizado por la Gobernación”. (Ver noticia).

Anunciaron como ganador de Mejor Crónica Deportiva de Prensa a Sergio Bustos, de Q´hubo, y subió por la placa que le entregó el gobernador, pero dos días después se supo que el verdadero ganador era Néstor González, de Vanguardia. Sería interesante dilucidar dónde se originó el yerro, si en el teclado de una secretaria o en la mano traviesa que quiso alterar el acta del jurado para favorecer a fulano o acatar la orden del jefe que pidió no olvidarse de zutano.

Pero allí no paran las extrañezas, y hablo desde la orilla del que participó con una columna de opinión y asistió a la ceremonia de premiación. Fui no porque esperara alguna distinción (absurdo que premiaran a un crítico radical del clan Aguilar) sino porque quería ser testigo de un evento donde lo más granado del periodismo santandereano se sentaba frente a un gobernador cuyos papá y hermano están presos.

Semanas atrás habían anunciado un premio de 13 millones de pesos para cada una de las 17 categorías en juego, pero solo hasta llegar al empinado Cerro del Santísimo en la noche lluviosa del miércoles 4 de agosto nos enteramos de que no serían 17 sino 34 los premiados, pues a última hora habían decidido que, como no hubo premio el año anterior motivo pandemia, en esta ocasión habría doble premio. ¿Por qué la decisión no la dieron a conocer desde el día que anunciaron la convocatoria al premio y solo se vino a saber esa noche? Primera anomalía a la vista; pero los periodistas estaban complacidos, porque tendrían doble chance.

La segunda anomalía -si así se le puede llamar- se presentó cuando algunos miembros del jurado enviaron en video un mensaje al público y, entre ellos, desde un estadio de Tokyo 2020 se le escuchó decir esto al periodista deportivo Tito Puccetti, palabras más palabras menos: “hubo muy buenos trabajos, los felicito a todos, pero lamentablemente solo se podía escoger a un ganador”.

Quizás haber dejado pasar esta declaración de Puccetti fue un lapsus de los organizadores del entuerto, pues, mientras este afirmaba enfático que había cumplido con la tarea de escoger a un ganador en las categorías que le correspondieron, la presentadora de la ceremonia acababa de anunciar que en esta ocasión habría doble premio, ambos con el mismo reconocimiento monetario. Y, vaya coincidencia, fue en una categoría Deportiva donde la W Radio constató que se adjudicado un premio a la persona equivocada.

La duda razonable está en saber si a los miembros del jurado se les invitó a escoger un ganador en cada categoría… o dos. La evidencia parece indicar que la Gobernación les habría dado un vuelco politiquero a los resultados, consistente en que luego de recibidos estos, habrían decidido un doble estipendio para poder premiar a los propagandistas de la administración de Mauricio Aguilar.

La duda se transforma en sospecha cuando el anuncio del doble premio se da justo en la ceremonia de premiación, no antes. Diríase entonces que huele a embuchado, y es a los colegas miembros del jurado a quienes les corresponde actuar con entereza e informar -en amable invitación que desde aquí formulo- si les pidieron que escogieran a un solo ganador o a dos, y si eran dos por qué Tito Puccetti fue la excepción cuando dijo que le habían pedido escoger a un solo ganador por categoría.

No se debe olvidar que, como antecedente cercano a dichas anomalías, el diputado conocido como el Profe Ferley Sierra había denunciado apenas en días previos que, valiéndose del plan de medios, la Gobernación de Santander les estaría pagando a influencers, twitteros y medios fantasmas para mejorar su imagen. Esto lo habrían hecho a través de un contrato con el Canal TRO, firmado el 11 de septiembre de 2020 por 2.750 millones de pesos y este año renovado por un monto superior a los 5.800 millones. (Ver denuncia).

El jurado del Concurso Departamental de Periodismo Luis Enrique Figueroa Rey en su versión número 24 estuvo integrado por Claudia Palacios (CM&), Tito Puccetti (Caracol Televisión), Johnatan Nieto (CityTv) y Raúl Rodríguez Puerto, decano de Comunicación de la universidad Externado de Colombia. Fungiendo como coordinador por parte de la Gobernación estaba el también periodista deportivo (nueva coincidencia) Jairo Giraldo Jiménez.

Este último debería explicar por qué fue precisamente en lo deportivo que se cometió el error de entregarle un premio al que no era, y por qué si él estuvo presente en la premiación y conocía la verdadera lista de ganadores, no hizo la debida corrección en el momento que se presentó el error (como sí se hizo en la coronación de Miss Universo atrás mencionada).

Del mismo modo, a los restantes miembros del jurado les corresponderá aclarar si los nombres y la cantidad de periodistas premiados se ajustó al acta que ellos entregaron, o si posterior a su envío alguna “mano amiga” arregló el acta al amaño del clan Aguilar.

DE REMATE: Esa noche uno de los dos premios “A la Obra y Vida de un Periodista” (con cuantía de 22 millones) le fue entregado al autodenominado periodista Héctor Gómez Cabarique, quien al recibir la distinción manifestó su "gratitud eterna (...) al señor gobernador Mauricio Aguilar". (Ver panegírico). Eso no lo hace un periodista sino un lambón del poder, y refuerza la impresión respecto a que el premio no lo concedió un jurado imparcial y transparente, sino el funcionario objeto de tan efusivo agradecimiento. ¿"Gratitud eterna" al hijo del coronel preso por paramilitar y hermano del exgobernador preso por corrupto? Vea pues, lo torcido que anda el periodismo en Santander…

martes, 3 de agosto de 2021

Voto obligatorio versus “¡Inscriba ya su cédula!”

 


Tomado de El Espectador 

De un tiempo para acá se volvió tendencia en las redes sociales una serie de mensajes de famosos pidiéndole a la gente que inscriba su cédula, acompañados de trinos donde explican la importancia de renovar la composición del Congreso como un camino necesario para sanear la democracia. Dicen que “si aprendemos a votar, no volveremos a marchar”.

Loable tarea, pero recuerda aquel refrán según el cual el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

Partamos de considerar que el voto debería ser libre y voluntario, en eso no hay discusión. Ahora bien, eso aplica para una ciudadanía actuante y deliberante como la danesa de la magnífica serie Borgen, no para una democracia imperfecta (imperfectísima, para perfeccionar la idea) como la nuestra, donde lo habitual es que entre el 50 y 70 por ciento del censo electoral se abstiene de votar en cada elección y la mayoría de los políticos se hacen elegir mediante prácticas corruptas.

El abstencionismo es la primera fuerza política de Colombia, y es lo primero que debemos combatir si queremos un mejor país: la apatía electoral del colombiano, justificada de algún modo en el Frente Nacional, cuando se acordó la alternancia del poder cada cuatro años y la gente se aburrió de votar porque descubrió que sin importar por quién votaban, ya se sabía quién iba a ganar. Así fue durante 16 años.

Desde ese entonces comenzaron a ganar terreno los gobiernos de coalición, consistentes en que se ponen de acuerdo los que ganaron con los que perdieron, desde una alcaldía o una gobernación hasta la misma Presidencia, para repartirse la marrana entre todos. O sea, se estableció como norma la corrupción, tanto la electoral expresada en la compra indiscriminada de votos a muy bajo precio, como la administrativa: “hay para todos”.

Esto obliga a adoptar medidas de urgencia, y la primera a la mano, viable con voluntad política, es haciendo aprobar en el Congreso una ley que convierta el voto electoral en un deber ciudadano de cumplimiento obligatorio, como el de pagar impuestos, digamos que de modo temporal (por ejemplo con la misma duración del Frente Nacional) y con propósito pedagógico.

La composición de un Congreso como el que necesita Colombia solo puede salir de la voluntad nacional expresada en una primera jornada de voto obligatorio, y una segunda y una tercera, hasta que aprendan: ahí se va a saber qué es lo que de verdad quiere la gente, a quién quieren ver gobernando.

Así las fuerzas políticas de izquierda del Pacto Histórico y las centristas de la Coalición de la Esperanza no se hayan puesto de acuerdo en un solo candidato a la Presidencia (que arrasaría en primera vuelta), es de carácter URGENTE que sí logren coincidir en impulsar el voto obligatorio como una medida de saneamiento de la democracia.

Debemos tratar de unir al mayor número posible de voluntades en la tarea de imponer el voto obligatorio, con la plena seguridad de que son más los beneficios que el daño que pudiera ocasionar a nuestra democracia.

Es ahora o nunca, como dije hace dos años en columna para El Espectador. Puesto que la urgencia sigue inaplazable, reproduzco aquí los apartes que pretenden reiterar la premura requerida para actuar con criterio quirúrgico en la extirpación de esta llaga, la del abstencionismo.

- Una votación en la que vota menos del 50 por ciento del censo electoral debería declararse ilegítima, porque no permite conocer la voluntad de la mayoría de los electores.

- La gente no vota porque cree que todos los políticos son corruptos, pero es cuando se abstiene de votar que patrocina la elección de los corruptos. A nadie más que a un político corrupto le conviene que la gente no vote, porque le queda más fácil hacerse elegir acudiendo a la compra de votos al menudeo.

- El voto en blanco como medida de protesta tiene un peso político mayor -y decisivo- cuando va acompañado del voto obligatorio. Ahí sí, se dan las condiciones para forzar a una nueva elección cuando el voto en blanco gana por la mitad más uno.

- Instrumento pedagógico: cuando los votantes comparen los resultados entre lo que era una elección donde ganaba el abstencionismo y otra en la que todos votan, aprenderán a valorar la importancia de cada voto individual.

Es importante y crucial inscribir la cédula para votar en la próxima elección, por supuesto, pero la solución definitiva reside en unir el mayor número posible de fuerzas políticas, incluso de la derecha civilizada, para sacar adelante en el Congreso la norma del voto como un deber ciudadano de obligatorio cumplimiento.

Permanente o temporal, eso luego se verá, en el camino se arreglan las cargas.

¿Por qué ningún político ha adoptado como bandera electoral el voto obligatorio? ¿Quizá porque los colombianos no quieren que se metan con su pereza? Sin riesgo de equivocación, si para el plebiscito de 2016 el voto hubiera sido obligatorio, habría arrasado el Sí a la paz y el uribismo habría sido derrotado, y hoy tendríamos un gobierno muy diferente al que desde el 7 de agosto de 2018 nos ha tocado soportar.

Ah malhaya suerte la nuestra…

Post Scriptum: Recomiendo a ojo cerrado la columna del profesor universitario Germán Ayala para El Unicornio, donde plantea una tesis coherente con la evolución de los acontecimientos tras el asesinato del presidente de Haití: "La defensa estatal de los sicarios que ha asumido la Cancillería en cabeza de Marta Lucía Ramírez, parece poner en evidencia que desde nuestro Gobierno intentan ocultar el entramado criminal montado por la extrema derecha latinoamericana para asesinar a Moïse". (Ver columna).