lunes, 28 de mayo de 2018

Petro es el candidato ‘liberal’




Duélale a quien le duela, Gustavo Petro es el primer candidato de izquierda que pasa a segunda vuelta en una elección presidencial.

Esto constituye un acontecimiento de trascendencia histórica, un verdadero tramacazo electoral, pues pone a temblar los cimientos del ‘establishment’ desde una opción democrática legítima, diferente al escalamiento subversivo que se vivió entre 1998 y 2002, cuando las Farc le metieron el dedo en la boca durante cuatro años al presidente Andrés Pastrana, cuyo estrepitoso fracaso trajo como consecuencia el nefasto régimen de Álvaro Uribe, quien se dedicó a perseguir a sus opositores y a llenar de sangre inocente la geografía nacional con más de 10.000 ‘falsos positivos’ mientras trataba de perpetuarse en el poder.

De aquí en adelante el petrismo no la tiene fácil, pues son más los malquerientes que los adeptos de otras fuerzas que se le quieran sumar entusiastas. En tal sentido ya Fajardo anunció que “ni Petro ni Duque” (en Antioquia sería pecado mortal si anuncia su voto por Petro), y Jorge Robledo cometerá de nuevo la torpeza de 2014, cuando invitó a votar en blanco en la segunda vuelta.

Ahora bien, si le metemos mercadeo político al asunto, la gran ventaja con la que arranca Petro es que él representa la novedad, el cambio, un producto nuevo que mucho abstencionista querrá probar, mientras que Iván Duque es producto viejo con empaque nuevo, un neoconservador vergonzante al que una de dos misiones le cabe si conquista la presidencia: convertirse en aprendiz de las mañas de su mentor, al estilo Corleone, o fungir de traidor, al estilo Santos. En cuyo caso sería digno de admiración, por avispado y por valiente.

Sea como fuere, ningún futuro político respetable le espera al que pretenda ‘repechar’ del inmerecido prestigio de un patrón cuya saga es un rosario de exfuncionarios investigados o condenados por los más diversos delitos, desde narcotráfico y paramilitarismo (su primo Mario, por ejemplo) hasta homicidios (los de su exdirector del DAS Jorge Noguera y su embajador en Chile, Salvador Arana), sin que sea posible omitir los numerosos crímenes (asesinatos, torturas y desapariciones) de los que es acusado su hermano Santiago.

Germán Vargas Lleras no pudo ser presidente pese a la poderosa maquinaria que construyó en los ocho años del gobierno de Juan Manuel Santos (y en los ocho de Uribe) porque descuidó las redes sociales, sin ser consciente de que en el reino de la postpolítica el que no cultive o cautive las redes sociales, está mandado a recoger.

De Humberto de la Calle solo se puede decir que estaba en el lugar equivocado, y su Partido Liberal entró en vías de extinción. Todo lo hicieron mal, desde la absurda consulta de “40.000 millones” de la que nació una candidatura precozmente quemada. Y lo siguen haciendo mal, cuando uno se entera de algunos congresistas 'liberales' que sin ruborizarse anuncian su inclinación por el monigote que un expresidente acorralado por la justicia quiere convertir en Presidente para asegurar su impunidad perpetua.

Pero no todo es caos y confusión, a falta de pan buenas son tortas. Fue precisamente Petro quien comenzó a calar en el imaginario colectivo con un mensaje verdaderamente liberal, al menos más liberal que el de los liberales vergonzantes que con César Gaviria a la cabeza han corrido a refugiarse presurosos bajo las enaguas protectoras del uribismo, sin ser conscientes de lo que nos viene pierna arriba (sin vaselina ni anestesia). 

Petro representa entonces -con todos sus defectos y virtudes- al candidato verdaderamente ‘liberal’ que le hacía falta al país para enfrentar a la godarria nacional, esa caverna política donde un godo como Alejandro Ordóñez parece una monjita de la caridad al lado de un sujeto tan peligroso, tan retardatario y tan untado de toda clase de lazos criminales como Álvaro Uribe Vélez.

Hay dos opciones antagónicas, y en tal medida la segunda vuelta nos regresa a los viejos tiempos bipartidistas, mediante la confrontación de un programa conservador y otro liberal, de corte socialdemócrata. Las dos opciones son el antipetrismo o miedo a Petro, y el antiuribismo o miedo a Uribe.

¿Cuál ganará? Hablando en plata blanca, los votos de Duque y Vargas Lleras se dejan juntar porque pertenecen a la misma casta conservadora, son 8.977.533; y los de quienes están del lado no uribista (Petro, Fajardo, De la Calle) suman 9.840.130. Haciendo claridad en que no todos los votos de Vargas serán para Duque ni todos los de Fajardo para Petro, son casi 900.000 votos de diferencia a favor de la opción antiuribe, así que no resulta fácil entender el llanto y crujir de dientes que se ha apoderado de quienes creen que con Petro en segunda vuelta todo está perdido, apague y vámonos.

No señores (y señoras), que no cunda el pánico: las tres semanas que faltan para la segunda vuelta serán claves para que Petro se reinvente y neutralice la prevención de muchos votantes, pero sobre todo para que sorprenda y atraiga a los temerosos con un mensaje incluyente, que invite a la construcción de un gobierno de concertación nacional basado en la búsqueda de lo mismo que proponía el dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado: un acuerdo sobre lo fundamental.

Parodiando a Sergio Fajardo, se puede.

DE REMATE: Si la memoria no nos falla, fue Gustavo Petro el que le aconsejó a Antanas Mockus lanzarse a la alcaldía de Bogotá después de que este se hizo famoso al bajarse los pantalones y mostrarles el orto a unos estudiantes revoltosos de la U Nacional, de la que era rector. ¿Qué tal si ahora, en gesto de reciprocidad, a Antanas Mockus le diera por declarar que con Petro sí se puede? ¿O es que acaso Mockus piensa que con Petro no se puede…? Que alguien le pregunte, plis.

lunes, 21 de mayo de 2018

Mi voto es por Petro




Una de las decisiones más difíciles que he debido tomar como elector, ha sido escoger el candidato al que le daría mi voto para la presidencia de 2018. Siempre tuve claro que el mejor para gobernar la Colombia del posconflicto y avanzar hacia la reconciliación era Humberto de la Calle.

Ahpra bien, la intranquilidad se apodera del colombiano sensato cuando aplica un simple cálculo matemático: fueron tres los candidatos de la centro-izquierda que hubieran podido ponerse de acuerdo para ejercer un gobierno tripartita, pero no dieron la talla, fueron incapaces de forjar la unidad que habría conducido al más apoteósico de los triunfos. Así las cosas, frente a la primera vuelta se presenta el altísimo riesgo de que en la repartición de votos entre esos tres (Petro, Fajardo, De la Calle) ninguno de ellos quede y, para infortunio mayor, nos toque escoger entre Iván Duque y Germán Vargas.
En mayo de 2014 escribí una columna titulada Tocó votar por Santos. Allí dije que "la peligrosa mafia que rodea a Óscar Iván Zuluaga y el misterioso manto de silencio de Enrique Peñalosa lanzarán a la izquierda en brazos de Juan Manuel Santos desde la primera vuelta", como en efecto ocurrió.

Pues bien, en esta ocasión he llegado a la convicción de que tocó votar por Petro, a sabiendas de que subsiste el riesgo de equivocarnos, como le pasó por ejemplo a Daniel Samper Ospina cuando apoyó a Peñalosa a la alcaldía de Bogotá y luego hubo de arrepentirse. Pero las monedas tienen dos caras, e igual existe la posibilidad de que Petro convoque a todas las fuerzas de la nación en torno a un “acuerdo sobre lo fundamental”, y nos sorprenda con un gobierno jugado a fondo por la justicia social, como en su momento lo hiciera Pepe Mujica en Uruguay.

Petro es la única alternativa realista para impedir el regreso del nefasto régimen de Álvaro Uribe al poder, solo que en persona interpuesta. Y como dije en columna anterior citando a Hegel, “todo sistema engendra la semilla de su propia destrucción”. Las Farc engendraron su némesis en Uribe, quien las golpeó a un punto en que se vieron obligadas a sentarse con Santos a negociar la paz. Pero Uribe a su vez podría estar engendrando en la figura de Gustavo Petro su propia perdición, pues si este fuera elegido presidente, por primera vez adquiriría consistencia -o inminencia- la posibilidad de que el expresidente fuera a parar a una cárcel. De ahí su afán en hacer elegir a Duque.

Según María Jimena Duzán en columna titulada No le temo a Petro, “sin la guerrilla en armas la posibilidad de una izquierda democrática y moderna se está abriendo campo en el país, lo cual lejos de ser una mala noticia, como muchos colombianos aseguran, es una muestra de que nuestra democracia pese a todos los problemas está ganando en pluralismo y en madurez política”.

Así no sea de nuestro agrado, Petro es quien mejor ha sabido recoger la indignación popular frente a una democracia fallida, cuya más dañina expresión han sido unos altísimos niveles de abstención electoral, a conveniencia de la corruptela política que desde los tiempos del Frente Nacional se ha dedicado a comprar el voto o a hechizar con promesas de culebrero barato a un electorado cada vez más reducido. Hoy en día, vaya paradoja, si ese gigante dormido de la abstención (no medible en las encuestas) se despertara… podría hacer a Petro presidente desde la primera vuelta.

Sin caer en el error de Héctor Abad Faciolince, quien insuflado por su odio contra Petro lo etiqueta y estigmatiza como “criptochavista”, es razonable el temor o recelo que existe en ciertos círculos frente a una eventual presidencia del candidato de la Colombia Humana, en parte porque sus poderosos enemigos harían hasta lo imposible por “hacer invivible la República” petrista, y en parte por sus aparentes dificultades para trabajar en equipo o para desarrollar una eficiente labor gerencial.

Pero nadie mejor que Petro encarna el anhelo de un verdadero cambio radical, y su apuesta por la consolidación de la paz es su mayor activo, y se le debe reconocer -y premiar- que fue el único de los tres candidatos de la centro-izquierda que siempre estuvo dispuesto a someterse a una consulta para definir el candidato de la poderosa coalición que habría arrasado en primera vuelta, si no hubiera sido porque se atravesó como palo en la rueda el capricho de Sergio Fajardo cuando iba de primero en las encuestas y le dio por ponerse de niño bonito: si no era con él a la cabeza, no estaba para atender a nadie.

Por eso este domingo 27 votaré por Gustavo Petro, mientras elevo mis plegarias al Altísimo para que haya dejado atrás su perjudicial soberbia o arrogancia y logre armar un equipo ‘mundialista’, a tono con el evento futbolístico orbital. E invitaré a los lectores que hayan contemplado votar por De la Calle o Fajardo a que capten que el paso de Petro a la segunda vuelta está asegurado, o sea que solo resta darle a nuestro voto la ‘utilidad’ de abrir las compuertas de la esperanza al anhelo nacional de una paz duradera y a una justa distribución del ingreso.


Coincido con Mario Jursich en que votar por Petro puede entenderse como un gesto desesperado de supervivencia, susceptible de salir mal, sí, pero que no se puede dejar de hacer. Si no es ahora, ellos se cuidarán de impedir que lo intente de nuevo dentro de cuatro años. En todo caso, a Colombia le iría peor si el elegido fuera Uribe. (Eh, quise decir Duque).

De remate le escuché este diálogo a @juanito2525, que para la ocasión cae como anillo al dedo:

- Me da miedo que nos pase lo mismo que a Venezuela…
- Qué, ¿que un maniático enfermo de poder aproveche su popularidad para montar un mequetrefe desconocido en la presidencia?

martes, 15 de mayo de 2018

Fajardo, desista




Hablemos a calzón quitado: tal como están las cosas, la repartición de votos en primera vuelta entre Gustavo Petro, Humberto de la Calle y Sergio Fajardo puede conducir a que no pase ninguno de ellos y por la tronera que dejan se cuelen los dos de la derecha, Germán Vargas Lleras e Iván Duque.

Si hubiéramos estado tratando con gente madura y responsable, hace rato los tres candidatos de la centro-izquierda habrían encontrado la fórmula que les garantizara un triunfo arrasador en primera vuelta. Requisito único: sine qua non: que se hubieran puesto de acuerdo para que uno de los tres encabezara tan poderosa coalición. Y no pudieron, los muy incapaces.

En honor a la verdad, tanto De la Calle como Petro en su momento le manifestaron a Fajardo su disposición a ir a una consulta entre los tres. Pero como Fajardo iba de primero en las encuestas, creyó ingenuamente que ahí se mantendría el resto de la contienda y se puso de niño bonito, y les mandó a decir a De la Calle que él no se metía con el “corrupto” Partido Liberal, y a Petro que no le gustaban los “extremismos”.

Esa misma terquedad y egoísmo ya se había visto cuando tampoco quiso someterse a consulta con Claudia López y Jorge Robledo, y se impuso a la brava, respaldado en su efímero primer lugar. Y si de extremos se ha de hablar, de ahí en adelante se situó sobre una línea de centro radical: ni a la izquierda ni a la derecha (ni-ni). Eso lo marcó como el candidato de la tibieza en un momento que requería asumir posiciones firmes, transmitir un liderazgo del que ya ha demostrado hasta la saciedad que no lo tiene.

Sumado a lo anterior, para no posar de ignorante prefirió ausentarse al debate de Canal Capital cuyo tema exclusivo era Bogotá, con lo cual dio a entender que la capital de Colombia le queda grande. Y por esos mismos días Diana Calderón en Hora 20 lo cogió fuera de base (o lo corchó, según Semana) cuando le pidió su opinión sobre el paro de maestros que se avecinaba y Fajardo admitió su desconocimiento sobre lo acordado entre el Gobierno y Fecode; él, que ondea como bandera de campaña la idea de un país educado.

Hoy la realidad monda y lironda es que la división de la centro-izquierda en tres grandes bloques atenta contra la posibilidad de una Colombia progresista y moderna, y nos aproxima al inminente riesgo de que en segunda vuelta nos veamos obligados a elegir entre el monigote de Uribe o un Vargas Lleras maniatado por los gamonales corruptos de la política, de los que este promete desmarcarse -y yo le creo- si llega a la Presidencia. (En cuyo caso, a ojo cerrado votaría por Vargas).

Mi candidato desde el comienzo de la contienda fue Humberto de la Calle, y como dije en trino reciente: “Un país que tiene a @DeLaCalleHum en el quinto lugar de las encuestas, se merece la suerte perra que le espera si gana @IvanDuque”. (Ver trino). Por eso nos vemos abocados a votar en primera vuelta por quien tiene más probabilidad de pasar a segunda, Gustavo Petro, para evitar que de pronto en la repartija de votos los tres se queden como el ternero: mamando.

Solo hay una posibilidad de que al menos uno de los tres con toda seguridad pase a segunda vuelta, y muy seguramente dos de esos tres: si uno de ellos decide declinar su aspiración a favor de alguno de los otros dos. No hay cama pa’ tanta gente, mejor dicho, pero si uno de ellos decidiera bajarse del colchón, los dos restantes tendrían casi asegurado un muelle paso a la segunda vuelta.

De los tres candidatos mencionados, a esta altura del partido ni Petro ni De la Calle pueden declinar su candidatura, a no ser que paguen una altísima multa; y los espera una suma de reposición por cada voto, a la que tampoco pueden renunciar.

El único de los tres que sí podría desistir es Sergio Fajardo, porque su candidatura no fue producto de una consulta. Y así renunciara seguiría apareciendo en el tarjetón, el cual de todos modos ya viene ‘manchado’ por el supuesto olvido de un funcionario de la Registraduría que puso a Petro en situación de desventaja, al no haber podido modificar su logo. (Ver noticia).

Aquí entre nos, no sobra recordarle a Fajardo que fue por su negativa a la unidad que hoy persiste tan peligrosa división en la centro-izquierda, y es por tanto a él a quien le correspondería en gesto responsable, honesto y solidario con el futuro de la nación, declinar su candidatura a favor de Humberto de la Calle, por supuesto, pues es de los tres con quien mayores coincidencias tiene, y el que equilibra la balanza: el centro de espíritu liberal con De la Calle, la izquierda radical con Petro.

En este escenario, la ecuación sería demoledora: si tan solo fueran Petro y De la Calle a primera vuelta, a favor de este último se irían en su mayoría los votos de Fajardo, y lo que antes dividía automáticamente se convierte en suma. Dos candidatos progresistas fuertes, en lugar de los tres que hoy conforman montonera. (Y de pronto tronera, por donde se cuelen Duque y Vargas).

Humberto De la Calle sigue siendo el mejor candidato, el más preparado para lidiar con el delicado posconflicto. Eso lo debe saber hasta el mismo Petro. Pero es solo enfrentándose ellos dos en franca lid, al lado de Iván Duque y Germán Vargas, como de verdad se sabría cuál es el nuevo rumbo que quieren los colombianos. Si a babor… o a estribor.

Píenselo, apreciado Sergio: por el futuro de la patria, desista.

DE REMATE: Jorge Londoño de la Cuesta, exgerente de la firma encuestadora Invamer Gallup, fue el artífice de la alcaldía de Medellín para Federico Gutiérrez, cuando volteó las preferencias en los días previos a la elección con una encuesta que lo puso en empate técnico con su rival Juan Carlos Vélez. Fue lo mismo que hicieron con Iván Duque frente a Marta Lucía Ramírez, días antes del 11 de marzo. En gesto de gratitud, ‘Fico’ lo puso al frente de la megamillonaria Empresas Públicas de Medellín (EPM). Por eso no se puede creer en las encuestas.

lunes, 7 de mayo de 2018

Socialismo: lo que va de Karl Marx a Natalia Bedoya




Ahora que se cumplen 200 años del nacimiento del filósofo, economista, sociólogo y​ periodista alemán Karl Marx, no sobra dedicarle algunas palabras al pensador que más contribuyó a moldear mi ‘Weltanschauung’ por los años universitarios, recién llegado a Bogotá de la provincia.

Venía de un seminario al que me metieron desde que cumplí los once años porque dijeron que tenía vocación de sacerdote. Con la formación que recibí, terminé el bachillerato firmemente convencido de que el mundo era gobernado por la mano invisible de Dios. Vivía por tanto más pendiente de lo divino que de lo humano, mientras en lo político seguía lo que imponía la tradición del apellido Pinilla, una línea conservadora arraigada en Laureano Gómez (sin que fuésemos parientes, a Dios gracias).

Pero se dio la grata coincidencia de llegar a estudiar Comunicación Social en una universidad donde la mayoría de sus docentes de cátedra -al menos en mi facultad- pertenecían a algún movimiento o partido de izquierda, y la memoria me trae a un profesor de nombre Lugardo Álvarez que dictaba Metodología y nos ponía a leer desde La ideología alemana de Marx y Engels hasta Materialismo y empiriocriticismo de Lenin, este último un verdadero hueso, muy duro de roer.

Bebí pues en las fuentes de la dialéctica materialista sustentada en Friedrich Hegel, pero sobre todo me nutrí de Karl Marx, de quien leí la mayor parte de sus obras, comenzando por el Manifiesto Comunista y exceptuando El Capital, por denso y abstruso. Y comencé a entender que Marx tenía razón en su diagnóstico del sistema económico hasta entonces existente, al que le pronosticó la defunción que efectivamente comenzó a darse en países tan poderosos como la China de Mao Zedong, o Rusia, que tras el derrumbe del imperio zarista terminó convertida en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

La sociedad comunista sin diferencias de clase que avizoraba Marx seguirá siendo una utopía, aunque es evidente que su corpus teórico condujo a una práctica con resultados exitosos en China (hoy convertida en potencia mundial), más bien dudosos en la Unión Soviética, dictatoriales en Corea del Norte y desde todo punto de vista indeseados en Cuba, sin desconocer el estrangulamiento de su economía debido al bloqueo comercial impuesto por EE.UU.

Ahora bien, no hablemos de comunismo sino de socialismo, entendido como una justa repartición de bienes e ingresos y aplicado por ejemplo en los países nórdicos —Islandia, Noruega, Dinamarca, Suecia y Finlandia—, con una fuerte presencia del Estado para garantizar un flujo de recursos que abastezca por igual a la población, ceñidos a un modelo que protege la propiedad privada, base de toda economía de libre mercado. Y donde impera un sistema de justicia entre los más eficientes y transparentes del mundo. En síntesis, son países conocidos por sus generosos estados de bienestar económico y social, con políticas económicas más socialistas que capitalistas, pero ubicadas entre las naciones más libres del planeta.

Esta reflexión tuvo como punto de partida un trino de la ‘quemada’ excandidata uribista Natalia Bedoya, que me ha causado gracia y a la vez compasión por el estado de confusión o ignorancia que la envuelve, y dice así: “Se cumplen 200 años del nacimiento de Karl Marx, creador de la idea más despiadada e inhumana de la historia. Su legado de muerte y miseria deben (sic) terminar YA”. (Ver trino).

No es por ofenderla si decimos que sabe más de pechugas que de política, pues es obvio que Marx tuvo la gran virtud de haber contribuido a mejorar las condiciones laborales de inmensas legiones de asalariados que en las fábricas inglesas y de Europa en general eran explotados en jornadas de 14 o más horas diarias, y esa explotación incluía a los hijos de sus trabajadores, pues era permitida la contratación de mano de obra infantil.

Además, Marx fue quien nos hizo caer en la cuenta de que todo lo que pensamos es producto de las relaciones de dependencia que se establecen entre las clases dominantes y las clases dominadas, y a eso lo llamó ideología, y de la ideología pasó a meterse con la religión, a la que en su lúcida visión llamó “el opio del pueblo”.

Y fue entonces -gracias a Marx- cuando vinimos a entender por qué Napoleón Bonaparte dijo que “la religión es lo que evita que los pobres asesinen a los ricos”. Y no contento con lo anterior, agregó: "¿Cómo puede haber orden en un Estado sin religión? Si un hombre se está muriendo de hambre cerca de otro que nada en la abundancia, aquél no puede resignarse a esta diferencia, a menos que haya una autoridad que declare 'Dios así lo quiere'. La religión es excelente para mantener tranquila a la gente común."

Pero no solo los mamertos hablan bien de Marx: la BBC de Londres con motivo del bicentenario le recordó a la señorita Bedoya que “si cree que el autor del Manifiesto comunista nunca ha hecho nada por usted, es hora de que replantee esa teoría”. Y expuso 5 cosas que Karl Marx hizo por nosotros y por las que no le damos crédito, entre las cuales clasifican -además de la abolición del trabajo infantil- la jornada laboral de ocho horas con descanso el fin de semana, la dignificación del empleo y el reconocimiento de la actividad sindical, entre muchas otras “comodidades”. (Ver artículo).

Lo que le falló a Marx fue su predicción del socialismo como panacea de la humanidad, pero no porque una sociedad socialista no sea posible, sino porque a los hombres de carne y hueso que han conquistado el poder político para lograrlo, ese mismo poder los ha envilecido e impedido el triunfo de metas más nobles. Citando a lord Emerich Acton, “toda forma de poder corrompe y el poder absoluto corrompe de modo absoluto”. Pero ha habido líderes que sí han logrado la transición a sociedades más justas, alejadas del capitalismo salvaje que nos quieren imponer como norma.

Si vamos a la coyuntura actual, dicen que el socialismo del siglo XXI fracasó y muestran como prueba reina la debacle venezolana en cabeza de Nicolás Maduro, pero omiten mencionar al exguerrillero Pepe Mujica en Uruguay o a Rafael Correa en Ecuador, ambos seguidores de las mismas tesis ‘castrochavistas’ y reconocidos por haber entregado sus respectivos países con buenos índices de desarrollo, pero nadie nos advierte del peligro de volvernos como Uruguay o como Ecuador...

Y mejor no sigo -porque luego irán a tildarme de ‘petrochavista’-, pero no quería pasar la ocasión sin rendirle el merecido homenaje al hombre cuyos pensamiento y lucha apuntaron a dignificar la condición humana, al margen de las circunstancias que han impedido detener el cáncer del consumismo capitalista que ávido y voraz carcome el planeta, de manera irreversible.

DE REMATE: Hablando de Marx, la reciente adhesión de Viviane Morales a la campaña de Iván Duque nos recuerda a su homónimo el comediante Groucho Marx, a quien se le escuchó decir: “Estos son mis principios. Si no le gustan… tengo otros”. O como dijeran las muy chismosas Tola y Maruja: “Viviane pasó del mejor pastor al mejor postor”.