En alguna ocasión Horacio Serpa contó cómo en el momento más álgido
del gobierno de Ernesto Samper fue invitado por un grupo de “periodistas y
autoridades” a una cena, y que allá le pidieron que renunciara al cargo de
ministro del Interior, y su respuesta fue “no, por supuesto”.
Esa reunión encierra una importancia crucial para la historia, pues esa
noche Serpa tuvo en sus manos la suerte del Presidente y si su respuesta
hubiera sido otra (o sea la que los anfitriones esperaban), otra habría sido la
suerte de Colombia, no sabemos si para bien o para peor. Serpa contó además que
al día siguiente le informó a Samper de todo lo que allí ocurrió y de quiénes
habían asistido, y prometió que nunca se lo iba a contar a nadie más, como
hasta ahora en apariencia ha ocurrido.
Despierta gran curiosidad saber quiénes fueron los periodistas, pero
sobre todo cuáles las “autoridades” allí presentes, pues si lo eran del
gobierno de Samper habrían incurrido en una especie de doble militancia, para
no hablar de deslealtad o de traiciones, que las hubo y en abultado número. En
lo periodístico, se sabe de buena fuente que allí estuvieron entre otros Enrique
Santos Calderón y María Isabel Rueda, pero Serpa habló además de “unas personas
que no merecían ni merecen ninguna solidaridad de parte mía, aunque había otras
que estaban de buena fe”.
No sabemos si ese desaire al otrora todopoderoso grupo de periodistas fue
la piedra de toque para el trato que sigue recibiendo de algunos medios, o si
esa circunstancia pudo influir para que no hubiera podido alcanzar la presidencia,
básicamente porque nunca lo han querido ver como Presidente de Colombia, de
modo que siempre se han encargado de forzar o propiciar situaciones que impidan
tal eventualidad.
Volviendo a la cena de los ‘conspis’, sé también de buena fuente que en
la tarde anterior una de las dos Marías del combo de QAP le dijo a una amiga
suya que esa noche habrían de “cenar presidente”. En otras palabras, ella
estaba convencida de que ante los argumentos de la propuesta que le iban a
hacer, Serpa habría de renunciar a su cargo al día siguiente y ese sería el
puntillazo que les faltaba para que Ernesto Samper entregara la Presidencia. Como
eso no ocurrió, más de un y una periodista habrían quedado primero aturdidos y
luego ‘ardidos’, y eso explicaría el celo con que a partir de esa fecha le han
hecho una guerra sin cuartel, como resultado de que su invitado a manteles no respondió
a la encerrona como presagiaban sus apuestas.
La oposición mediática a Horacio Serpa –sobre todo de poderosos medios
afectos a la derecha política- es un hecho indubitable, y es mayor el prestigio
que él solo con su batallar se ha labrado, que el reconocimiento que merece
pero que la ‘clase dominante’ se ha negado a concederle. El caso de María
Isabel Rueda reviste atención especial, porque ahí es posible hablar de una
‘mala leche’ tan amarga que adquiere ribetes de animadversión, como la que
también le tiene ésta a Gustavo Petro.
En lo referente a Serpa, al día siguiente del lanzamiento de su
campaña al Senado se le oyó a la Rueda pensando con el deseo cuando en La W dijo
que las “revelaciones” de William Rodríguez Abadía “llevarán a que la propuesta
del renacer liberal planteada por Simón Gaviria de pronto termine no incluyendo
al doctor Horacio Serpa”. Y afirmó a renglón seguido que Rodríguez Abadía
“confesó cosas muy graves, como las visitas del entonces ministro Serpa en compañía
suya a Fernando Botero (…) para convencerlo de que no contara lo que Botero
sabía de la financiación de la campaña de Samper”, y “cómo se le pagó a la
Comisión de Acusaciones del momento para que todo quedara enterrado”. Y remata
con esta perla: “¿No será que aquí no estamos ante el renacer del Partido
Liberal, sino ante el renacer del Proceso 8.000?”
El gran error –ético, ante todo- de la columnista es que asume las
declaraciones del narco como la gran verdad revelada, porque es lo que más le
conviene a su retorcido interés de atravesársele a la aspiración de Serpa al
Senado, acomodando las cosas para hacer creer que tal posibilidad le está
vedada. Y no entra a considerar –como lo haría todo periodista responsable- la
catadura moral de un individuo que en marzo de 2006 declaró contra su padre ante
un juez de Miami para obtener rebaja de la pena, frente a unos delitos de los
que fue coautor y cómplice: “es muy
difícil para mí, su señoría, porque se trata de mi padre y mi tío, pero acepto
cooperar”.
Si un individuo es capaz de vender a su propio padre, ¿no sería a su
vez capaz de ‘confesar’ lo que le pidan que diga, a cambio de dinero o de lo
que tengan para ofrecerle? ¿Y por qué esas declaraciones se dieron a conocer
justo el día del lanzamiento de la campaña de Serpa? Porque fue una trama
armada y urdida sobre una fecha específica, con el claro propósito de provocar
un efecto político, a lo cual se prestó Vicky Dávila –también de manera
irresponsable y antiética- a cambio de un rating.
Sea como fuere, pertenece al reino del absurdo concebir que un
político tan sagaz y habilidoso como Serpa iba a dar papaya para que de pronto lo
grabaran en compañía del hijo de Miguel Rodríguez Orejuela, justo en medio de
la tormenta por el comprobado ingreso de dineros calientes a la campaña de
Samper.
Resulta también traído de los cabellos imaginar a Samper y a Serpa
mandando razones a unos mafiosos del Norte del Valle para que asesinaran a
Álvaro Gómez (que es lo que “revela” otro narco, alias ‘Rasguño’), como si de
puro masoquistas hubieran querido agregarle a los problemas que ya tenían otro
más morrocotudo, y como si la muerte del dirigente conservador fuera a
representar un alivio para un gobierno sometido a fuego graneado desde todos
los frentes. La convicción personal de quien esto escribe es que a Gómez Hurtado lo mataron porque al
hacerlo sería fácil dirigir todas las miradas acusatorias contra Ernesto
Samper, mientras una segunda convicción apunta a que hay fuerzas oscuras muy activas
que vienen trabajando en forma coordinada para ocultar los verdaderos móviles y
autores de dicho asesinato.
Los enemigos de Horacio Serpa se han encargado ahora de resucitar el
Proceso 8.000, porque es lo que tienen más a la mano para atacarlo y hacerle
daño en su aspiración al Senado. No es extraño que la mayoría de críticas y andanadas
de odio provenga de los sectores más afectos a Álvaro Uribe Vélez, su principal
rival en la contienda electoral que se aproxima, a sabiendas de que su presencia
en el Congreso podría hacerle un fuerte contrapeso o incluso opacar con su
oratoria y su dialéctica la figura del caudillo de la extrema derecha.
Son si se quiere dos imágenes golpeadas las de Serpa y Uribe, uno por
cuenta de servirle con lealtad a un gobierno cuyo presidente se negó a
reconocer la responsabilidad política implícita en haberse rodeado de personas
como Fernando Botero o Santiago Medina, y otro porque se niega a aceptar la
responsabilidad penal implícita en haberse rodeado de sujetos como Jorge
Noguera, Salvador Arana, Álvaro García o los generales Mauricio Santoyo, Flavio
Buitrago o Rito Alejo del Río, para mencionar tan solo a los condenados por
homicidios, desapariciones, masacres o narcotráfico.
Son dos concepciones antagónicas de la política y del mundo las que
allí se enfrentan, y cuando aún no ha sonado la campana se percibe que una de
las dos partes ya está practicando la guerra sucia o lanzando golpes bajos, que
es como a la sibilina María Isabel Rueda le gusta poner a rodar su juego.
Twitter: @Jorgomezpinilla
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