En lo jurídico, el hoy ministro de Justicia Alfonso Gómez Méndez se
refirió hace unos meses a la facultad concedida al Ministerio Público para despojar
de su investidura a personas elegidas popularmente: “carece de sentido que
existiendo otros mecanismos en la propia Constitución, un funcionario elegido
por el Congreso pueda por vía disciplinaria decretar la muerte política de
alguien democráticamente elegido”.

En Colombia lo jurídico tiende a confundirse con lo político, y la
pregunta del millón es si con semejante poder para destituir a diestra y siniestra,
el procurador consideraría ser tan magnánimo o indulgente con Gustavo Petro como
lo ha sido con sus copartidarios o personas afines a su pensamiento.
Y la respuesta llega en forma de cita bíblica: “por sus obras los
conoceréis” (Mateo 7-15:20). Sería injusto no reconocer que Ordóñez ha batido
récord en destituciones, inhabilidades y peticiones de condena para políticos
que han incurrido en actos ilegales, pero brilla a su vez con luz propia el
rosario de perdones o solicitudes de perdón que ha proferido a favor de
políticos conservadores, militares o funcionarios que comulgan con sus tesis
doctrinales de derecha, como lo acredita con peso documental una columna de Juan
Pablo Barrientos en El Espectador, titulada “Los
perdones del procurador” (noviembre 18-2013).
Allí el periodista –miembro de la Mesa de Trabajo de La FM- muestra en
meticuloso recuento cronológico los casos donde el procurador ha librado de
culpa o abogado a favor de personas como Álvaro Araujo (condenado a 9 años de
prisión porque "hacía parte de una estructura criminal y sus nexos con
Jorge 40".); Iván Díaz Mateus (paisano suyo y conservador, condenado a 72
meses de prisión por la yidispolítica); Alfonso Plazas Vega (condenado a 30
años de prisión por la desaparición de 11 personas); Mario Uribe (primo de
Álvaro Uribe, condenado a 7 años y seis meses por paramilitarismo); Mauricio
Pimiento (senador de la U, condenado a siete años por vínculos con
paramilitares); general Jesús Armando Arias Cabrales (condenado a 35 años de prisión
por desaparición forzada); Humberto de Jesús Builes (senador antioqueño
condenado a 90 meses por vínculos con paramilitares); Oscar Josué Reyes
(conservador, condenado a 90 meses por concierto para delinquir); Javier
Cáceres, (condenado a nueve años por parapolítica); Fuad Rapag y Óscar Suarez
Mira (condenados en el mismo caso por parapolítica); coronel Hernán Mejía
Gutiérrez (condenado a 19 años por paramilitarismo y asesinatos
extrajudiciales); Juan Pablo Sánchez (representante caldense condenado a 90
meses por vínculos con paramilitares y concierto para delinquir agravado);
Mario Nader (senador condenado a 90 meses de cárcel por vínculos con
paramilitares); y más recientemente el exgobernador de Antioquia Luis Alfredo
Ramos y el parlamentario andino Óscar Arboleda, de quienes el procurador pidió
su libertad inmediata, ambos copartidarios suyos acusados de vínculos con
paramilitares.

Si abordamos el tema religioso, diríase que tiene un peso definitorio muy
superior al político y al jurídico, en la medida en que el procurador desde su tesis
de grado aboga cual cruzado de Cristo por un Estado Católico, donde “la
autoridad viene de Dios y el poder terrenal está limitado por el plan divino”. Esto
se traduce en que el hombre se cree iluminado o imbuido de una atribución no emanada
de lo corpóreo sino de lo empíreo, que está más allá del bien y del mal y por
tanto no obedece a leyes humanas sino a su concepción de la majestad celestial,
que le señala el camino a seguir.
Es un hecho irrefutable que todos sus pronunciamientos en temas vinculados
con ideas liberales como el aborto terapéutico, el matrimonio homosexual o el
consumo de drogas se ajustan al dedillo a sus convicciones religiosas, lo cual
daría para pensar que si en el caso del alcalde de Bogotá decidiera dejarlo
permanecer en el cargo, estaría traicionando tan sagradas creencias.

Así las cosas, ¿qué decisión sensata puede esperarse de alguien que se
cree más papista que el Papa?
Lo cierto es que hoy Alejandro Ordóñez representa un serio peligro
tanto para la institucionalidad como para la legítima carrera política de
Gustavo Petro, pero parece que nadie quisiera tomar el asunto en serio, en
cuanto a las implicaciones que tendría que un funcionario de tan alto coturno
como el Procurador General de la Nación, en uso de unas atribuciones en
apariencia legales pero contrarias a la democracia y al sentido común, siguiera
actuando a sus anchas.
¿O será que estamos locos, Lucas?
Twitter: @Jorgomezpinilla