Para decirlo en términos coloquiales, la pelea que hoy tienen casada la Fiscal General de la Nación, Viviane Morales, y el excomisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, está más enredada que un costal de anzuelos. Míresela por donde se la mire, queda la impresión de que hay cosas en las que ambos tienen razón, por lo que resulta tarea bien difícil tomar entusiasta partido por uno de los dos bandos.
http://www.semana.com/opinion/restrepo-tiene-razon-pero-no-toda/169507-3.aspx
Para empezar, en relación con la carta que Restrepo le envió a Morales donde le hace veladas acusaciones a Carlos Alonso Lucio por su participación en las conversaciones de Ralito, tiene razón la Fiscal en que "él (Restrepo), en su calidad de funcionario, estaba en la obligación de denunciar. ¿Por qué le falló la memoria durante seis años y se viene a acordar ahora de ese hechos, supuestamente delictivos?" Además, después de leer la carta citada queda la impresión de que tiene cierto tono intimidatorio, pues hace un recuento farragoso de la presencia de Lucio en dichas conversaciones, pero no apunta a nada específico ni señala X o Y comportamiento delictivo, sino que se va por las ramas, como diciendo “yo sé quién sabe lo que usted no sabe”.
Ahora bien, el enredo radica precisamente en que la Fiscal carga con un lastre muy pesado, llamado Carlos Alonso Lucio, del que se agarran tanto los uribistas inculpados para descargar toda su artillería contra el ente acusador, como las personas que de buena fe quieren advertir sobre el riesgo que para una correcta administración de justicia representa la cercanía íntima con un personaje tan cuestionado, cuyas ejecutorias y saltos entre bandos opuestos lo ubican fácilmente en la categoría de Rasputín criollo, como también en la de traidor a más de una causa, para caer luego cobijado por una sospechosa conversión al cristianismo.
Es de todos modos de admirar el valor civil que hoy muestra Viviane Morales, en medio de una tormenta en la que tiene mil ojos encima escudriñando los alcances de cada decisión que toma, mientras sale en defensa de su marido ante los señalamientos que desde todos los frentes le(s) caen. Lo que no sabemos es si ese valor civil le(s) alcanzará para resistir la tormenta que apenas se anuncia, o si terminará por triunfar la gavilla.
Para acabar de enredar el costal de anzuelos, el presidente Juan Manuel Santos metió baza cuando salió en defensa de la Fiscal ("yo tengo que juzgarla por sus resultados”), al tiempo que en lo referente a la falsa desmovilización del frente Cacica La Gaitana descargó todo el peso de la prueba en Luis Carlos Restrepo: "quien tenía que hacer todos los trámites para una desmovilización de esa naturaleza, que es colectiva, era el Alto Comisionado para la Paz". Y cual si rindiera versión libre, exoneró de culpa al general Mario Montoya: "tendría que ser Mandrake para haber inventado esa desmovilización como comandante del Ejército, porque él había sido nombrado tres días antes".
Es aquí donde el sentido común nos obliga a ponernos del lado de Restrepo, pues un montaje tan sofisticado –sobre todo en lo logístico- como el de la citada falsa desmovilización se ajusta más al calibre de un operativo de inteligencia militar que al de una trama orquestada por un funcionario gubernamental que antes de ese cargo se había desempeñado como consultor Científico de Naciones Unidas. (Lo sé porque trabajé a su lado, como consultor de Medios).
El argumento del presidente Santos a favor de Montoya es deleznable, pues daría para pensar que como apenas llevaba tres días en la comandancia del Ejército, en los días anteriores no supo qué pasaba en los cuarteles, de modo que le habrían montado a sus espaldas un operativo que –vaya paradoja- enaltecía la imagen de la institución castrense. Y agrega Santos: "no creo que el general hubiera sido el que se craneó esta falsa desmovilización, porque no tenía la capacidad ni la atribución". Mentira elefantástica, porque cuando aún no era comandante del Ejército el general Montoya –cercano como ninguno al presidente Álvaro Uribe- sí tenía la capacidad y la atribución y los recursos a su disposición para ‘cranear’ dicho montaje.
El enredo se hace todavía más enmarañado cuando vemos que el propio Uribe salta cual liebre en defensa tanto de su excomisionado como del general Montoya ("Luis Carlos Restrepo y el Ejército actuaron de buena fe"), desconociendo que es el propio Restrepo quien ahora reclama explicaciones al más alto nivel: “Al general Montoya le pido que dé la cara y explique qué fue lo que sucedió, porque ahora solo quieren echarme a mí la responsabilidad”.
En medio de semejante berenjenal, lo que comienza a quedar claro es que desde el más alto nivel están buscándole un chivo expiatorio a la desmovilización del falso contingente guerrillero, y que quien mejor reúne el perfil para ese propósito es el ex comisionado de Paz. Salta también a la vista que Restrepo comienza a sentirse acorralado, pues ha espetado unas declaraciones cargadas de emoción contra el presidente Santos (“mentiroso”, “enano político”, “traidor que guarda el puñal bajo la capa”) que en nada le favorecen, porque con ellas sólo contribuye a quedarse aún más solo, quizá sin prever que la daga asesina pueda provenir de quien menos lo espera.
Sea como fuere, no es posible dejar de advertir que a su modo Luis Carlos Restrepo también terminó traicionando una causa, pues de moverse en un círculo académico e intelectual ligado al progresismo y a la izquierda migró sorpresivamente a las filas del más recalcitrante uribismo, lo cual le brindó un enorme poder político y lo catapultó a la cúspide de la fama, pero lo condenó al desprestigio entre quienes antes más lo admiraban, y lo sumergió en una vorágine de la que hoy está pagando las más caras consecuencias.
Pero ahí sí, como dice el dicho popular: “quien le manda...”
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