Aunque no fui seguidor del programa Yo me llamo y de lo poco que vi me gustó Rubén Blades, llamó la atención al día siguiente de la premiación un artículo en Kien&ke.com de Umberto Valverde, toda una eminencia en el tema de la salsa, quien decidió descender a los frívolos confines de la farándula para denunciar lo que según él fue una “maniobra”, consistente en que “ganó Rafael Orozco porque el Canal Caracol está a punto de lanzar una telenovela o un seriado sobre la vida de este cantante”.
http://www.semana.com/opinion/fraude-no-correcto/168490-3.aspx
En sustento a su tesis (que no deja de ser una acusación), Valverde afirma que “después de la alta votación de Marc Anthony el día anterior, ocupando el primer lugar, Rafael Orozco se clasificó de primero, relegando a Nino Bravo al segundo puesto y al salsero al tercero”.
Podría parecer un asunto trivial pero, en la medida que convocó los más altos niveles de audiencia y de por medio hay consideraciones éticas, es lícito que el tema se trate en un ámbito de mayor altura intelectual. Y que se esclarezca, porque en caso de resultar cierto el señalamiento del musicólogo y escritor se estaría ante un fraude ‘electoral’, en el que miles de televidentes habrían sido engañados en sus verdaderas preferencias, así sus repercusiones no pongan a temblar los cimientos de la democracia. La sensación de engaño se vio reforzada con múltiples testimonios a varios medios, de personas que al parecer intentaron votar por Nino Bravo pero la plataforma de Caracol se los impedía.
Ligado a este tema hay uno que podría parecer de menor trascendencia, pero que hace referencia a otra posible modalidad de ‘fraude’ por parte del mismo canal. Nos referimos a El precio es correcto, un programa de concurso en la franja del mediodía donde de entrada hay que descerrajarse el cerebro para entender por qué el público y los concursantes se la pasan brincando y gritando como micos amaestrados, sin que a nadie le sorprenda. Pero no es ahí donde queremos apuntar, sino a la escogencia que hace el animador, Iván Lalinde, del (la) concursante que pasa a enfrentar cada prueba.
Cada uno de los cuatro participantes previamente seleccionados debe tratar de adivinar el precio correcto de un producto, y el que más se acerque “sin pasarse” es el elegido. Es aquí donde queda la impresión de que el animador escoge a su gusto, porque lee de una tarjeta que tiene en sus manos la supuesta cifra correcta, pero no la muestra, ni a los concursantes ni al televidente. No se descarta que el programa actúe con honestidad y que en todos los casos sea el precio correcto, pero lo incorrecto radica en que el animador no muestra la cifra, dejando así la puerta abierta a que el concursante sea escogido con base en criterios de selección previamente definidos por los productores.
Por ejemplo, por razones de ‘casting’: para tratar de acertar en mi análisis, en varias ocasiones hice el ejercicio de adivinar a quién escogería si yo fuera el animador, y diría que acerté por lo menos en un 90 por ciento, basado en variables como belleza física, histrionismo del concursante o procedencia geográfica. En este último rango pude observar que rara vez (por no decir nunca) se queda por fuera un participante que resida fuera de Bogotá.
Es posible –repetimos- que el programa esté actuando con total corrección, pero la duda germina de modo lícito cuando no se cumple con la obligación de mostrar el reverso de la tarjeta con el precio que el animador ha ‘leído’, obligación entendida en el contexto ético de brindar tranquilidad a todos: público asistente, concursantes, televidentes y malpensados, como el suscrito.
Es pertinente al respecto traer a colación el escándalo que se desató en Estados Unidos en 1958, cuando se supo que el más popular programa de concurso de la NBC, “Twenty One”, había acudido a una trampa para reemplazar a un concursante por otro de noble familia y mejor registro visual, con el único propósito de aumentar la audiencia. Del suceso se conoce una película, Quiz Show, mal traducida al español como El dilema, dirigida por Robert Redford, protagonizada por Ralph Fiennes y John Turturro, nominada a cuatro premios Óscar y ganadora del premio Círculo de críticos de cine de Nueva York a la mejor película de 1992.
Esto da una idea de la importancia que la farándula puede llegar a tener en la sensibilidad emocional de una nación, sobre todo cuando se trasgreden lineamientos éticos para elevar los niveles de audiencia o captar un mayor número de anunciantes, en función en últimas de mejorar la rentabilidad económica de un canal.
Así las cosas, mientras se esclarecen los señalamientos que se le hacen a Caracol TV por la supuesta manipulación que ejerció para escoger en Yo me llamo al cantante más afecto a sus intereses, no sobra recordar una muletilla que a menudo pronuncia un locutor deportivo de RCN: “juego limpio señores, juego limpio”.
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