Está bien que María Isabel Rueda sea quizá una de las mejores periodistas del país, pero no está bien que con relativa frecuencia deje ver su mala leche cuando se trata de ‘tirarse’ a las personas que no son de su agrado, del mismo modo que utiliza las tribunas que le dan para inflar a los que sí lo son. En lo segundo es de recordar la ponchada radial que se pegó por La W durante la pasada campaña a la alcaldía de Bogotá, cuando Julio Sánchez Cristo le preguntó al aire en qué estaba pensando pero la cogió distraída, de modo que se le alcanzó a escuchar con toda nitidez: “hay que subir a Gina”.
En lo primero –o sea en lo de la mala leche- brilla con luz propia su columna de este domingo 15 de enero en El Tiempo, donde comienza por decir que “a nadie le interesa que a Petro le vaya mal”, pero al final queda la impresión de que la consigna era otra: “hay que hundir a Petro”. Para empezar, eso de que a nadie le interesa que a Petro le vaya mal es una gran mentira, pues no tiene ningún asidero pensar que personajes como Álvaro Uribe (a quien la columnista le profesaba admiración hasta hace unos meses), José Obdulio Gaviria, María del Pilar Hurtado, Samuel e Iván Moreno o los parapolíticos que envió a la cárcel, desean de todo corazón que a Petro le vaya bien.
http://www.semana.com/opinion/hundir-petro/170464-3.aspx
Pero la animadversión no sólo contempla a sus enemigos, sino también a los de su misma tendencia política. ¿O es que acaso contradictores de la talla de Carlos Gaviria, Jorge Enrique Robledo o Jaime Dussán elevan hoy sus oraciones para que por intermedio de Petro se pueda demostrar que la izquierda sí puede gobernar? Así las cosas, no nos llamemos a engaños: hay mucho malqueriente interesado en que a Petro le vaya mal como alcalde de Bogotá, y es de sospechar que la columna citada apunta en la misma dirección.
Para la muestra, otro botón: “es una realidad que Petro ganó la alcaldía a punta de echar paja”. Esta frase bien podría entrar en la antología de las más discriminatorias, descalificadoras y elitistas (al menos en lo intelectual), tanto para el nuevo alcalde como para quienes votaron por él, pues pinta al primero como un embaucador y a los segundos como unos idiotas que cayeron en una trampa verbal barata, bajo el hechizo de alguien que sólo sabe hacer eso, “echar paja”.
Lo cierto es que a sólo dos semanas de posesionado –cuando todo periodista serio le daría un compás de espera al político objeto de su análisis- la columnista se despacha sibilina contra Petro mediante un ‘balance’ pormenorizado de sus anuncios (no de sus ejecutorias, considerando la brevedad de su gestión), de donde infiere que “el 95 por ciento de sus propuestas no era viable, como se ha venido a demostrar en los pocos días que lleva como alcalde”. ¿Cómo es posible, nos preguntamos ceñidos a la más estricta lógica cartesiana, que a sólo quince días de gobierno haya sido posible dictaminar que el 95 por ciento de sus propuestas no era viable? ¿Fatiga del ‘metal’ periodístico? ¿Despecho por la derrota de su preferida, Gina Parody? Vaya uno a saberlo…
Otro tema –que en realidad no es otro, sino el tema central- que le preocupa a María Isabel es que Petro “se dedique a construir una plataforma presidencial, a diferencia de Peñalosa y de Mockus, que fueron dos excelentes alcaldes que no se ocuparon de construir plataformas políticas propias, en un acto de honestidad con Bogotá”. Es aquí donde la comentarista incurre adrede en una segunda mentira (a no ser que le hubiera fallado la memoria) pues olvida u omite que Antanas Mockus también usó su administración como plataforma, a tal punto que al final de su primera alcaldía renunció para buscar la presidencia, y los electores le cobraron su veleidad.
El infantilismo de su sesgada columna recae en creer que aspirar a la presidencia es concomitante a ejercer una mala alcaldía, cual si los bogotanos y el país en general fueran a premiarle a Gustavo Petro el no haber cumplido sus promesas por dedicarse a otra cosa. Lo que en últimas pretende la columnista, para decirlo con palabras de Humberto de la Calle es “permitirles la liturgia a los seminaristas, pero negarles a los curas la posibilidad de decir misa” (El Espectador, domingo 15 de enero).
En otras palabras, que si Petro quiere hacer una buena alcaldía debe olvidarse de aspirar a la presidencia, cuando los hechos tozudos indican lo contrario: que una buena alcaldía es el mejor pasaporte para conquistar más elevadas cumbres. En el fondo (o más bien en la epidermis de tan superficial ‘análisis’) el temor de la Rueda radica precisamente en que Petro resulte un buen gobernante, pues ello lo pondría de inmediato en asiento de primera fila hacia el primer cargo de la nación.
Parodiando a la columnista citada, “es una realidad” que tanto ella como los demás enemigos y malquerientes de Gustavo Petro coinciden en que hay que hundirlo a como dé lugar, y para ello nada mejor que tratar de recortarle los pies cuando apenas comienza a dar sus primeros pasos en la alcaldía de Bogotá, no vaya a ser que se les crezca el enano.
En este sentido, el tonito autoritario y despectivo que emplea en la expresión “dejémoslo a ver qué es capaz de hacer”, lo dice todo. De donde se concluye que a María Isabel Rueda le gusta ver la ‘paja’ en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.
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