Eso de fingir pertenencia a una organización política mayoritaria pero practicar una ideología antagónica es una estrategia sin duda brillante, aunque perversa, pues se ajusta al ‘todo vale’, algo que desde la contraparte se conoce como la aplicación de todas las formas de lucha. Son estrategias que desde orillas opuestas apuntan básicamente a lo mismo, la conquista del poder a como dé lugar, en fría constatación de que los extremos se juntan.
Ahora bien, lo que ni el propio Uribe esperaba era que su exministro de Defensa, Juan Manuel Santos, hubiera resultado tan buen alumno de sus enseñanzas que en contraprestación dialéctica se camufló habilidosamente en el uribismo para llegar a la Presidencia y, ya llegado a ésta, se dedicó tanto a fortalecer al partido de sus amores, el Liberal, como a minar los cimientos del proyecto uribista y del conservatismo, mediante lo que se percibe como una lucha frontal contra la corrupción que campeó en el gobierno de Uribe.
Es de caballeros admitir que a Santos no se le conoce participación en dicha corruptela –a excepción quizá de los ‘falsos positivos’, que él mismo destapó-, pero sobre todo es de elemental justicia apoyar los esfuerzos que ha venido haciendo para reunificar a un liberalismo diezmado y golpeado por las hordas uribistas en las que éste fingió militar y sentirse a gusto, tan a gusto que fue el artífice del partido de la U, en apariencia para reelegir a Uribe pero en realidad fabricado a la medida de sus aspiraciones.
En la que ya se conoce como una confrontación cada vez más enconada entre Santos y Uribe, no se pueden pasar por alto las coincidencias: del mismo modo que éste nombró en su gobierno a un ‘talentoso’ exponente del conservatismo como Andrés Felipe Arias e intentó depositar en él la semilla de su continuidad (semilla que no germinó, por motivos de autos conocidos), Santos llamó a su gabinete a un reconocido contradictor de Uribe como Juan Camilo Restrepo en la cartera que Arias ya había ocupado, y no contento con lo anterior nombró en el ministerio de la política a Germán Vargas Lleras, culpable en gran parte de haberle dañado la segunda reelección a Uribe, y ‘quemó’ a Rodrigo Rivera dejándolo un rato en el ministerio de Defensa, y en semanas recientes incorporó a Rafael Pardo, quien pasó de la presidencia del partido Liberal al ministerio del Trabajo, en clara demostración de lo que se trae entre manos.
Es más, para no dejar duda sobre sus verdaderas intenciones intentó honrar con su presencia la Constituyente Liberal del pasado fin de semana, pero viendo que podía parecer una jugada políticamente incorrecta delegó la representación en cuatro de sus ministros, entre ellos el del Interior, quien leyó un sentido mensaje de su jefe donde manifestaba que “nunca he renunciado al ideario liberal”. Constituyente en la que por cierto “triunfó la línea dura santista”, según palabras del nuevo presidente de ese partido, Simón Gaviria.
Estamos pues ante un Juan Manuel Santos que de la noche a la mañana pasó de míster Hyde a doctor Jekyll (parodiando a R.L. Stevenson), en una maniobra si se quiere del más fino corte uribista, pero en la que el principal damnificado ha sido hasta ahora su propio ‘maestro’. Sea como fuere, la reunificación del liberalismo aupada por el mismísimo presidente de Colombia en ejercicio invita al optimismo nacional, pues es en la correcta aplicación de las ideas liberales –tanto en lo filosófico como en lo político- que el país puede retomar la extraviada senda de la justicia y la paz social.
Sólo hay una circunstancia desde ningún punto de vista liberal (sino todo lo contrario) que pone a flaquear la confianza depositada, y es la resurrección que mediante la reforma a la justicia se pretende hacer del fuero militar, en un contexto donde pareciera que se intenta aprovechar el rotundo prestigio del gobierno actual para colar una eventual impunidad por lo de los ‘falsos positivos’, eufemístico nombre que designa el asesinato a mansalva de más de 2.000 jóvenes inocentes por parte de miembros del Ejército para hacerlos pasar como bajas propinadas a la guerrilla, en lo que constituye un monstruoso crimen de lesa humanidad.
Así las cosas, del mismo modo que hoy nos alegramos al comprobar que un personaje tan de doble faz como Álvaro Uribe Vélez encontró en Juan Manuel Santos Calderón la semilla de su propia destrucción, no deja de preocuparnos que el que hoy se presenta como el más ponderado, ecuánime y liberal Presidente de todos los colombianos, el día menos pensado se nos transforme de nuevo en el ominoso míster Hyde...
Ahora bien, lo que ni el propio Uribe esperaba era que su exministro de Defensa, Juan Manuel Santos, hubiera resultado tan buen alumno de sus enseñanzas que en contraprestación dialéctica se camufló habilidosamente en el uribismo para llegar a la Presidencia y, ya llegado a ésta, se dedicó tanto a fortalecer al partido de sus amores, el Liberal, como a minar los cimientos del proyecto uribista y del conservatismo, mediante lo que se percibe como una lucha frontal contra la corrupción que campeó en el gobierno de Uribe.
Es de caballeros admitir que a Santos no se le conoce participación en dicha corruptela –a excepción quizá de los ‘falsos positivos’, que él mismo destapó-, pero sobre todo es de elemental justicia apoyar los esfuerzos que ha venido haciendo para reunificar a un liberalismo diezmado y golpeado por las hordas uribistas en las que éste fingió militar y sentirse a gusto, tan a gusto que fue el artífice del partido de la U, en apariencia para reelegir a Uribe pero en realidad fabricado a la medida de sus aspiraciones.
En la que ya se conoce como una confrontación cada vez más enconada entre Santos y Uribe, no se pueden pasar por alto las coincidencias: del mismo modo que éste nombró en su gobierno a un ‘talentoso’ exponente del conservatismo como Andrés Felipe Arias e intentó depositar en él la semilla de su continuidad (semilla que no germinó, por motivos de autos conocidos), Santos llamó a su gabinete a un reconocido contradictor de Uribe como Juan Camilo Restrepo en la cartera que Arias ya había ocupado, y no contento con lo anterior nombró en el ministerio de la política a Germán Vargas Lleras, culpable en gran parte de haberle dañado la segunda reelección a Uribe, y ‘quemó’ a Rodrigo Rivera dejándolo un rato en el ministerio de Defensa, y en semanas recientes incorporó a Rafael Pardo, quien pasó de la presidencia del partido Liberal al ministerio del Trabajo, en clara demostración de lo que se trae entre manos.
Es más, para no dejar duda sobre sus verdaderas intenciones intentó honrar con su presencia la Constituyente Liberal del pasado fin de semana, pero viendo que podía parecer una jugada políticamente incorrecta delegó la representación en cuatro de sus ministros, entre ellos el del Interior, quien leyó un sentido mensaje de su jefe donde manifestaba que “nunca he renunciado al ideario liberal”. Constituyente en la que por cierto “triunfó la línea dura santista”, según palabras del nuevo presidente de ese partido, Simón Gaviria.
Estamos pues ante un Juan Manuel Santos que de la noche a la mañana pasó de míster Hyde a doctor Jekyll (parodiando a R.L. Stevenson), en una maniobra si se quiere del más fino corte uribista, pero en la que el principal damnificado ha sido hasta ahora su propio ‘maestro’. Sea como fuere, la reunificación del liberalismo aupada por el mismísimo presidente de Colombia en ejercicio invita al optimismo nacional, pues es en la correcta aplicación de las ideas liberales –tanto en lo filosófico como en lo político- que el país puede retomar la extraviada senda de la justicia y la paz social.
Sólo hay una circunstancia desde ningún punto de vista liberal (sino todo lo contrario) que pone a flaquear la confianza depositada, y es la resurrección que mediante la reforma a la justicia se pretende hacer del fuero militar, en un contexto donde pareciera que se intenta aprovechar el rotundo prestigio del gobierno actual para colar una eventual impunidad por lo de los ‘falsos positivos’, eufemístico nombre que designa el asesinato a mansalva de más de 2.000 jóvenes inocentes por parte de miembros del Ejército para hacerlos pasar como bajas propinadas a la guerrilla, en lo que constituye un monstruoso crimen de lesa humanidad.
Así las cosas, del mismo modo que hoy nos alegramos al comprobar que un personaje tan de doble faz como Álvaro Uribe Vélez encontró en Juan Manuel Santos Calderón la semilla de su propia destrucción, no deja de preocuparnos que el que hoy se presenta como el más ponderado, ecuánime y liberal Presidente de todos los colombianos, el día menos pensado se nos transforme de nuevo en el ominoso míster Hyde...
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