lunes, 1 de junio de 2020

De Uribe a Underwood: cuando la realidad supera la fantasía




En el imaginario popular la expresión “uña y mugre” alude a dos personas que tienen una amistad tan estrecha que andan juntos de arriba para abajo, son “compinches” y en tal medida cómplices de los secretos que se guardan, tanto de su vida privada como de otros ámbitos.

En días pasados acabé de ver House of Cards y encontré una serie de llamativas coincidencias entre su protagonista, Frank Underwood, y el expresidente Álvaro Uribe, que harían pensar que los libretistas de la serie se inspiraron -en parte- en la vida del político colombiano.

Por limitación de espacio es imposible extenderme en las abundantes coincidencias, a no ser en columna posterior, pero hoy apunto a una en particular. Uribe y Underwood tuvieron a alguien muy cercano a sus afectos, coincidentes incluso en su nombre de pila: Peter (Russo) en el Underwood de la ficción, Pedro (Juan Moreno) en el Uribe de carne y “huesitos”.

Segunda coincidencia, Russo y Moreno fueron representantes a la Cámara de sus respectivos países. A Russo el senador Underwood lo hace su aliado en el Congreso después de que lo saca del alcoholismo y le encubre un lío con una prostituta, mientras que Pedro Juan era el mejor amigo de Uribe y fue su secretario de Gobierno en la Gobernación de Antioquia, desde donde promovieron la creación de las cooperativas de autodefensa conocidas como Convivir.

Según conocedores de la relación entre Moreno y Uribe, y según testigos que luego fueron asesinados (entre ellos Francisco Villalba), Moreno asistió en representación del gobernador de Antioquia a las reuniones con paramilitares donde se planearon masacres como la de El Aro y La Granja, o el asesinato del defensor de derechos humanos Jesús María Valle. Con base en esos testimonios el Tribunal de Medellín consideró que “existen suficientes elementos de juicio (…) que probablemente comprometen la responsabilidad penal de personas como el gobernador de Antioquia de ese entonces Álvaro Uribe Vélez”. En el mismo fallo se advierte de los “ganaderos (que) asistieron a una reunión en la que también estuvo el fallecido Pedro Juan Moreno, secretario de Gobierno de la Gobernación de Uribe Vélez, y allí se determinó la necesidad de "silenciar al doctor Valle". (Ver noticia).

Hablando de silenciar, llega un momento en la vida de Frank Underwood en que el amigo que quiso lanzar a la gobernación de Pensilvania se le convierte en una carga, porque sabe demasiado y pone en peligro su ambiciosa carrera política. Frank aprovecha una recaída de Russo y lleva al borracho hasta su casa, ya fundido del sueño; allí cierra el garaje, limpia sus huellas dentro del vehículo y deja encendida la ignición para que parezca que su muerte obedeció a que el hombre quiso suicidarse.

Mucho se ha especulado sobre las circunstancias que rodearon la muerte de Pedro Juan Moreno el 24 de febrero de 2006, dentro de un helicóptero que se precipitó a tierra cuando adelantaba su campaña al Senado. Moreno Villa se había distanciado de su exjefe, ya convertido en presidente de la República, y anunciaba que tras su llegada al Congreso iba a contar grandes verdades.

En este contexto, no puede hacerse caso omiso de lo que escribió Daniel Coronell el domingo pasado en Losdanieles.com (ver El vuelo fatal), donde muestra tres hechos que unidos caen en la categoría de fundadas sospechas:

       1. El primer propietario del helicóptero donde Moreno encontró la muerte fue Israel Londoño Mejía (cuñado y testaferro de los narcotraficantes Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa Vásquez), a quien Uribe le había vendido un apartamento en julio de 1979 y luego, en junio de 1980, siendo director de la Aerocivil, le autorizó la compra de ese mismo helicóptero.

     2. Después de que al helicóptero le aplican extinción de dominio, según Coronell “terminó –vaya uno a saber cómo– en manos de la empresa Helicargo, controlada por el amnistiado narcotraficante Luis Guillermo ‘Guillo’ Ángel, hombre también cercano a los Ochoa”.

    3.Tras el accidente donde perece Moreno, el reporte de la Aerocivil es firmado por su entonces director, Fernando Sanclemente, quien en días pasados debió renunciar a la embajada de Colombia en Uruguay por el hallazgo de un laboratorio de cocaína en su finca. En el reporte se descarta el sabotaje al aparato, aduciendo que “la misma empresa Helicargo (!) efectuó pruebas para que no hubiera agua en el tanque de gasolina”.

Mientras Underwood acomoda la escena de su crimen para que parezca suicidio, en el caso de Uribe la oportuna muerte de su amigo daría para pensar que se trató de un accidente… provocado. Esto no se lo inventó Coronell, tampoco un juicioso informe de la Redacción Judicial de El Espectador donde se lee que “un año después del fallecimiento de Moreno apareció ejecutada en un hangar del aeropuerto Olaya Herrera una mujer llamada Nancy Esther Zapata Orozco, quien habría advertido que el helicóptero en que viajaba Moreno pudo haber sido alterado en uno de sus repuestos”. (Ver informe).

Podría pensarse que llegará el día en que la justicia resuelva si lo de Pedro Juan Moreno fue accidente u homicidio, pero es preferible permanecer escépticos, al menos mientras la Fiscalía siga en manos del mejor amigo de Iván Duque, subalterno político del “presidente eterno”.

Ficción o realidad, no sobra terminar citando aquí una frase de Bill Shepherd, poderoso enemigo de los Underwood en la serie: “Francis era un hijo de puta, sí, pero un hijo de puta talentoso”.

Si quisiéramos seguir saltando de lo real a lo fantástico, durante el rodaje de House of Cards el actor Anthony Rapp acusó a Kevin Spacey, intérprete de Underwood, de haber abusado de él cuando tenía 14 años. En coincidencia podríamos recordar a una periodista colombiana que denunció haber sido violada años atrás por alguien que “tiene todo el poder para salirse con la suya”; pero me abstengo, pues luego dirán que estoy hilando muy delgado. En todo caso, resulta pertinente citar otra frase de Bill Shepherd: “El infierno es la verdad vista demasiado tarde”.

DE REMATE: Las opiniones aquí expresadas tuvieron como soporte documental dos artículos de El Espectador, un artículo de El Tiempo, una columna de Daniel Coronell y una de Claudia Morales.

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