En días pasados recibí en el correo un comentario a mi última columna en
Semana.com, que me dejó “de una pieza”. El remitente era Enrique Serrano, oriundo
de Barrancabermeja, como el suscrito. Pero el desconcierto no vino por el paisanaje
sino por tratarse de un escritor digno de todo mi respeto y consideración, más
reconocido en España que en Colombia, ganador del Premio Juan Rulfo en 1996 por
El día de la partida, y autor de Tamerlán, una novela de exquisita factura sobre
la vida (o mejor, sobre la muerte) del gran guerrero turco-mongol, donde se nos
enseña que “todas las victorias se
tornarán recuerdo, pero allí se harán inexpugnables”.
En la columna
citada expresé mi indignada protesta por la elección de Álvaro Uribe Vélez
como El Gran Colombiano, porque me pareció “una gran vergüenza para Colombia”,
y basé mi argumentación en que “si se hiciera una elección antónima, algo así
como La Gran Vergüenza Nacional, Álvaro Uribe sería también uno de los
candidatos a llevarse el título”. Pues quién dijo miedo, Serrano me escribió
una simple frase corta, donde me decía: “usted, que pretende que los demás
piensen lo que usted, sería otro de los candidatos”.
Confieso que con ese mail quedé súpito, estupefacto, en parte por
provenir de alguien cuya prosa tengo en alta estima, pero sobre todo porque me
acusaba de pretender que los demás piensen como yo, como si eso fuera un gran
pecado. Me quedó entonces la inquietud de confirmar si su airado mensaje podía
obedecer a una recóndita y profesa admiración hacia el expresidente de
marras, y le contesté en estos términos:
“¿admira usted a Álvaro Uribe, o siente alguna gratitud por su gobierno?” Y así
respondió: “claro que lo admiro y siento gratitud por su gobierno. Eso no hace
que no lo critique, pero sin el frenesí que usted predica”.
En ese momento comprendí que el escritor me hablaba desde la otra orilla,
pues con su “claro que lo admiro” sentaba por obvio que todos debemos sentir o
pensar lo mismo, siendo que hay otros cuya visión del personaje es
diametralmente opuesta, al punto de considerar que no le debemos admiración
alguna a esa especie de Dr. Jekyll and Mr. Hyde cuyo gobierno fue más
propagandístico y mediático que propulsor de cambios reales, que aumentó el
número de pobres y enriqueció aún más a los ricos y que, en consecuencia, le
hizo mucho daño a mucha gente.
Son nutridos y variados los insultos de ‘furibistas’ que en cada
columna recibo, y en lugar de irritarme me complacen, pues son la prueba reina
de que ante la ausencia de argumentos sólidos para refutar desde lo racional,
sólo les queda el desahogo de la ofensa. Esos insultos no se contestan porque,
como decía el filósofo, “nunca discutas con un imbécil: él te llevará a su
nivel y, ya allí, te ganará por experiencia”. Pero cuando el insulto proviene de
un escritor en apariencia culto y educado, es de caballeros recoger el guante y
dirimir el duelo en el único terreno concebible, el de la controversia
dialéctica.
El asunto de fondo es que Serrano se emparenta con esos insultadores
baratos de los foros de Internet cuando dice que yo “sería otro de los
candidatos” a La Gran Vergüenza Nacional, porque ahí no hay ningún argumento de
peso sino el simple y llano deseo de ofender, puro desahogo emocional, como ya se
dijo.
Podría pensarse de todos modos que yo también pretendí ofender cuando
dije que Uribe sería candidato a dicho título, pero la diferencia es que yo sí
presenté argumentos, como cuando pregunté a quién perteneció el helicóptero que
aterrizó en la hacienda Guacharacas el 14 de junio de 1983, o al recordar el
holocausto de los falsos positivos, a cuyos autores Uribe sigue considerando “héroes
de la patria” y “perseguidos por la Fiscalía”.
Ya entrados en la controversia que el propio escritor convoca, citaría
a Voltaire donde dice que "no estoy de acuerdo con lo que dices, pero
estoy dispuesto a morir por defender tu derecho a decirlo". Esto significa que si a Enrique Serrano López
le diera por escribir que los colombianos debemos admirar y sentir gratitud por
Álvaro Uribe, estaría en su muy respetable derecho de hacerlo, y si lo hiciera yo
no le enviaría ningún mensaje espetándole que es una vergüenza nacional, porque
eso sería emparentarlo con Uribe y, por tanto, revelaría una clara intención de
agraviar. Que fue, por el contrario, lo que Serrano sí hizo conmigo.
Ahora bien, ¿por qué considera mi denostador que soy una gran vergüenza?
Muy fácil: porque pretendo que los demás piensen como yo. Y es entonces cuando
pregunto: ¿no se supone que uno escribe precisamente para tratar de influir
sobre los demás, sea en la percepción de lo estético –algo que Serrano logra
con creces- o en sus niveles de pensamiento? ¿Cuando un político en una plaza
pública arenga a una muchedumbre, no está acaso tratando de hacer que piensen
como él, para que voten por sus ideas?
Es por todo lo anterior que he llegado a pensar que a tan importante escritor
se le fueron las luces, y es cuando recuerdo cómo lo conocí, una noche de hace
cuatro años en el Centro Cultural del Oriente en Bucaramanga, donde disfruté de
una amena conferencia suya sobre “La identidad del santandereano”. Allí mencionó
tres atributos de los nacidos en nuestro departamento, a saber: el orgullo, la
tacañería y la envidia.
Esa noche coincidí con él en lo del orgullo y la tacañería (porque es
cierto, los tacaños no están sólo en Zapatoca, sino regados por todo
Santander), pero en lo de la envidia consideré que no se podía mostrar como
autóctono lo que es pandemia nacional, y así se lo expresé al final de la
charla, cuando, a excepción de haberle notado su nariz más roja de lo habitual
en cualquier persona, me pareció haber tratado con alguien lúcido y
medianamente inteligente, aunque de trato distante, que es otra característica
del santandereano.
Y menciono el orgullo porque creo que por ahí es la cosa: que el
hombre se sintió herido en su orgullo raizal al ver que alguien pretendía poner
en entredicho su admiración y su gratitud hacia el expresidente Uribe y,
ofuscado al no encontrar argumentos de peso para rebatir mis planteamientos,
sólo le quedó acudir al recurso barato del agravio.
No es posible conocer el grado de lucidez mental en que se hallaba
cuando profirió el denuesto, pero viendo que en el diccionario de Word aparece
ventolera como sinónimo de orgullo, sólo nos queda hacernos los desentendidos ante
la ofensa y pedirle al paisano Enrique:
-
No se arreche, mano. Deje la ventolera…
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