La frase pronunciada por el presidente Juan Manuel Santos este domingo
25 de agosto, según la cual “ese tal paro nacional agrario no existe”, le dio
la razón a Antonio Navarro Wolff cuando el día anterior había dicho: “veo al
gobierno confundido, presionado por la situación social que está viviendo el
país”.
Confundido, sí, pues uno no se explica cómo la misma mañana en que dio
la largada a la Caminata Nacional de la Solidaridad, el mandatario pudo haber
usado palabras tan insolidarias con la situación por la que vienen atravesando
los campesinos colombianos, en particular los de Boyacá, que ante la avalancha
de importaciones y la consecuente caída en los precios de la leche, la papa y
demás vegetales que ellos producen, ya sienten en carne propia el ímpetu
arrasador de los TLC que Colombia suscribe a la topa tolondra con todo país que
lo solicite, como la chica fácil del paseo.
Lo preocupante es que el presidente en los últimos días viene usando
un lenguaje cada vez más retador, y esa autosuficiencia verbal no se compagina
con la capacidad de manejo que hoy tiene de su gobernabilidad, sino todo lo
contrario. De un tiempo para acá ha comenzado a hablar como el tigre antes
sigiloso pero que de pronto se siente acorralado y en medio de la oscuridad
lanza zarpazos a enemigos virtuales o reales, a lo que se le atraviese.
Una especie de extraña incongruencia nos advierte que este es quizá el
momento en que los colombianos más deberíamos estar siendo solidarios con
nuestro presidente, sobre todo en su propósito de aclimatar la paz, pero él no
deja. Al día siguiente de iniciado el paro ya había dicho que “no ha sido de la
magnitud que se esperaba”, y es ahí donde no se entiende a qué le está
apostando, pues sus palabras desconocen que las mayorías nacionales coinciden
en la plena justificación de la protesta social, mientras Santos –que no es
ningún angelito- adopta actitudes belicosas y provocadoras, que solo sirven
para exaltar los ánimos de una gallera enardecida.
Fue como lo ocurrido el viernes 23, cuando las Farc decidieron no
levantarse sino retirarse de la mesa por unos días, para “estudiar” lo de una
eventual referendo a los acuerdos en día de elecciones (que sin querer
queriendo soltó Roy Barreras delante de un micrófono), y el presidente juzgó “perfectamente
legítimo y válido que lo estudien”, pero al día siguiente se despertó
camorrero, hizo venir de La Habana a sus negociadores y anunció que “en este
proceso el que decreta las pausas y pone las condiciones no son las FARC”.
No sabemos si nuestro mandatario es consciente de hasta qué punto está
alborotando el avispero en su empeño de imponer la autoridad y mostrarse en
control de la situación, cuando lo único que ha conseguido es que todos se le vengan en gavilla. El aspecto
más llamativo del golpe que debido al paro sufrió su imagen se manifestó con
inusitada fuerza en las redes sociales, donde se convirtió en el rey de burlas
de tirios y troyanos, que ahora desde la derecha lo bautizan “el cínico”, desde
el centro lo pintan poniéndose “de ruana” a los campesinos, y desde la
izquierda William Ospina lo define con acierto como el “Doctor sí, doctor no”.
La enfermedad por la que hoy atraviesa Juan Manuel Santos se llama
incoherencia, y su consecuencia más inmediata es que con cada nueva bravuconada
suya extiende y fortalece más la semilla de la indignación, cual si hubiera
sido patentada por Monsanto, y cuyos intereses pareciera defender más que los
de sus nacionales. Incoherencia porque está sentado a la mesa de la paz con
quienes ha combatido a muerte, pero ‘pordebajea’ como integrantes de un “paro
pobre” a los colombianos de cincha y alpargatas que se atraviesan en la vía no
para que les den plata, sino para forzar al gobierno a que aplique políticas y
medidas agrarias que les permitan sobrevivir.
Una realidad de a puño –y en esto el presidente tiene razón- es que el
paro está siendo aprovechado por
"infiltrados" que utilizan a los campesinos para "sembrar
el miedo en el país". Pero esta vez no quiso hablar de guerrilleros porque
los infiltrados son otros, son políticos de todas las tendencias que están
pescando en el río revuelto de la indignación popular, desde el senador Jorge
Robledo y el Partido del Tomate hasta las mismas camarillas uribistas que lucharon
a brazo partido para lograr la aprobación del TLC con EEUU, y así le pusieron
el abono a la semilla de las protestas que hoy comienzan a florecer por todos
los confines del territorio.
Diríase entonces que Juan Manuel Santos se está quedando con el pecado
pero sin el género, donde el género es el manejo de una situación política y
social que pareciera salírsele de control por cuenta de un trato verbal
pendenciero y arrogante hacia los protestantes, como de Luis XIV (“el Estado
soy yo”), mientras el pecado radica en que la aplicación de sus políticas
agrarias lo identifican con el “rufián de esquina” que, vaya paradoja, es quien
más ventaja política le está sacando a esa indignación que con sus propias y
torcidas manos él mismo se encargó de engendrar y germinar…
Twitter: @Jorgomezpinilla
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