A la par con el calentamiento global, la temperatura en Colombia
subirá indefectiblemente en las próximas semanas y meses, hasta alcanzar
niveles quizá sofocantes. El pronóstico no es meteorológico sino político, y se
sustenta en una previsible agudización de la calentura en dos frentes: la
reacción del gobierno, el Congreso y el pueblo ante el fallo de la Corte
Internacional de Justicia, y el avance de las conversaciones de paz con las
Farc en La Habana.
En lo referente al diferendo limítrofe, el aire comienza a enrarecerse
cuando la canciller María Ángela Holguín le anuncia al mundo que “Colombia no
someterá su soberanía a tribunales internacionales”, convirtiéndose así en caja
de resonancia de los congresistas y políticos que ayer instaban al gobierno a
que desconociera el fallo y hoy hacen causa común, en peligrosa coincidencia,
con las tesis del expresidente Álvaro Uribe.
Es posible que a Colombia la acompañen los más sólidos argumentos,
pero el primer efecto a corto plazo será el aislamiento internacional, sobre
todo con los países de la región (como en los tiempos del trinador paisa),
mientras en la esfera nacional habrá una rapiña entre políticos de todo
pelambre por conquistar los votos que a raudales vierte el escarbar en la
herida de un nacionalismo ofendido.
Sea como fuere, la primera impresión que recibe el mundo es que
Colombia está pisando sobre terreno minado, pues las consecuencias de un
eventual desconocimiento del fallo pueden dejar una huella indeleble, como de
Estado paria, que no se somete a las decisiones de un tribunal cuya
jurisdicción había acogido, pero que desacata cuando la sentencia no es de su
agrado.
Ya en el otro terreno –también minado- del “orden público”, no deja de
ser llamativo que no habían pasado siquiera 48 horas desde que las Farc
sorprendieron a tirios y troyanos con el anuncio de un cese unilateral del
fuego, cuando los medios comenzaron a ser bombardeados desde todos los flancos
con informaciones que daban cuenta de combates, ataques de las Farc a la
población civil y voladura de torres en Antioquia.
A esto se sumaron declaraciones del ministro de Defensa Juan Carlos
Pinzón, donde en respuesta a lo que en apariencia sería un gesto de buena
voluntad, el gobierno les respondió a las Farc tildándolas de "mentirosas
y traidoras".
En relación con los ataques y voladuras de torres, se ajusta a las
posibilidades matemáticas que haya frentes guerrilleros decididos a no acatar
la orden de cese al fuego, pues es sabido que dentro de esa organización se
presentan divisiones en torno a las intenciones reales de hacer la paz. En
otras palabras, es un hecho que no existe unanimidad al respecto, y ello
explicaría que –con base hemos de suponer en informes de inteligencia- el
ministrode Defensa haya manifestado que “las Farc se están desmoronando por
dentro”.
Ahora bien, es también factible que los enemigos agazapados de la paz
no hayan resistido la tentación de poner su cuota desestabilizadora.
En cualquier caso, está visto que la Mesa de negociaciones en La
Habana no ha tomado el guante de las provocaciones o los retos, pues allí se
sigue avanzando en un ambiente donde todo indica que prevalece el
entendimiento, a pesar del mutismo del gobierno y el quizá excesivo
‘protagonismo’ de las Farc, que hablan como un perdido cuando aparece.
Lo preocupante del asunto es que el fallo de La Haya sobre San Andrés
desencadenó una nueva y severa crisis política, cuyo primer coletazo fue el
deterioro del apoyo popular con el que arrancaron los diálogos de paz con las
FARC, ligado a una caída de la favorabilidad del presidente Santos del 60 al 45
por ciento, según los resultados de la última encuesta 'Colombia Opina’ de RCN
Radio y Televisión, La FM y revista Semana.
Esta mezcla de orgullo nacional herido con exacerbación –real o
provocada- de los sentimientos contra la guerrilla es altamente explosiva, en
la medida en que puede ser utilizada tanto por las Farc para “agudizar las
contradicciones de la burguesía”, como por los enemigos de la paz que desde la
extrema derecha, ‘sin querer queriendo’, encuentran el terreno abonado para la
consumación de sus oscuros propósitos.
Por todo lo anterior, es apenas de sentido común concederles la razón
a los que piensan que en Colombia “un pesimista es un optimista bien
informado”.
Twitter: @Jorgomezpinilla
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