Tomado de Revista Cambio
(Diciembre 23 de 2022)
Ernesto Samper Pizano
publicó en días pasados su libro La verdad siempre es lógica,
nunca miente, (Cuéllar Editores,
2022). El escritor y periodista Jorge Gómez Pinilla, autor del libro Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, entrevista
al expresidente para contrastar las versiones de ambos sobre el magnicidio del
líder conservador.
Por: Jorge Gómez Pinilla
Jorge Gómez Pinilla: Dice usted que, de las personas mencionadas en el Acta del Poder
Constituyente -documento que le fue hallado a Rommel Hurtado, uno de los
conspiradores contra su gobierno-, “menciono el caso de Pablo Victoria, quien
era el animador del proceso”. (Pág. 70). Cuando dice “animador del proceso” ¿lo
señala como la cabeza de la conspiración golpista?
Ernesto Samper Pizano: La información sobre el
papel protagónico que jugó Pablo Victoria salió de una declaración que el mejor
amigo de Álvaro Gómez, Eduardo Matuk, le dio al proceso. Un día Gómez lo invitó
a su casa y allí le dijo que estaba indignado con el entonces senador
conservador, que no quería volver a tener nada que ver con él. De ahí infiero
que Victoria estaría tratando de meterlo en la conspiración, si no era que ya
lo había metido. Así que el enlace entre los conspiradores y Álvaro Gómez, que
yo creía que era solo su hermano Enrique, también era Pablo Victoria. En algún
momento, por alguna situación enojosa que se presentó entre ambos, Gómez
Hurtado le perdió la confianza a Victoria. En todo caso, es una coincidencia
que en la providencia decretada por una fiscal que no llevaba el caso de Álvaro
Gómez Hurtado, según la cual su muerte era un crimen de lesa humanidad, las
fuentes citadas en esa determinación hayan sido precisamente Pablo Victoria y
la periodista alvarista María Isabel Rueda.
J.G.P.: Hablando del hermano, en mi libro dije que a partir de una reunión
que sostuvo en su propia casa con quien siempre fue el principal sospechoso, el
coronel Bernardo Ruiz Silva, Enrique Gómez lucía como “un Caín en turbio lance”.
(Pág. 88) ¿Qué piensa usted de esto?
E.S.P.: Yo creo que el hermano
siempre estuvo vinculado a la conspiración, a lo mejor dándoles a entender a
los ‘conspiretas’ que Álvaro estaba enterado o dispuesto a meterse, para darles
confianza en el tema. Ellos dos como hermanos eran muy cercanos, pero el uno
manejaba la política y el otro los negocios. Y Enrique era el de los negocios. No
es de extrañar entonces que este hubiera hecho los contactos empresariales de
la conspiración. Yo he pensado incluso que los últimos años de Enrique debieron
ser una pesadilla, porque si bien no creo que hubiera tenido que ver con su
asesinato, él sí pudo haber sido el que le llevó los conspiradores al hermano. Álvaro
les dijo que no, y entonces lo mataron. En una hipótesis nada compasiva, yo diría
que le fueron dando cada vez más información sobre el golpe que planeaban,
hasta que hubo un momento en que ya sabía tanto, que no lo podían dejar vivo.
J.G.P.: Usted dice en su libro que los conspiradores se reunían sobre
todo en Santander.
E.S.P.: Claro. Es que está el
siquiatra derechista Juan Carlos Martínez Santoro, amigo del político conservador
Hugo Mantilla, quien huyó a Suiza para evitar que también lo mataran por lo que
sabía. Y Alejandro Ordóñez, y todos los militares que luego resultaron
vinculados: Ricardo Cifuentes, Harold Bedoya, el coronel Ruiz Silva. El punto
de reunión de ellos era allá. Y siendo presidente supe que había un vínculo
entre los organismos de inteligencia que se manejaban en Bucaramanga y los que
operaban en Sincelejo, bajo la cuerda común de la 2ª brigada. De Sincelejo salió
el sicario condenado por disparar contra Gómez Hurtado.
J.G.P.: Dice usted también que Myles Frechette “al marcharse del país me
solicitó una audiencia. Aunque el motivo no me disgustaba -su despedida- no se
la concedí, más por cuestión de dignidad nacional que de vanidad personal”. (Pág.
71) ¿No cree que quizás fuese un error suyo no haberlo recibido, pues de pronto
le hubiera contado algo sobre los que mataron a Álvaro Gómez?
E.S.P.: No. Yo tengo la impresión
de que a Frechette lo sacó su propio gobierno. O sea, que no se fue voluntariamente,
sino que lo echaron. Porque después de que regresó a Washington proveniente de
la embajada, no ocupó ningún cargo relevante. Si de allá salió en malos términos,
con mi gobierno ni se diga. Frechette empleó todo tipo de contactos para despedirse,
inclusive el general Rosso José Serrano intervino ante el canciller para que lo
recibiéramos. Pero yo dije “no me voy a despedir de ese sinvergüenza, ya
bastante daño le hizo al país”.
J.G.P.: Luego del atentado contra Antonio José Cancino y de que Serpa
hubiera respondido “me suena, me suena” cuando le preguntaron si creía que detrás
estaba la DEA, usted dice que “Serpa me puso al tanto de la información que tenía
para haber hecho tan tajante afirmación. La fuente era incontestable”. (Pág.
72) ¿Es posible conocer esa fuente incontestable?
E.S.P.: Horacio me habló de parlamentarios vinculados al cartel de Cali,
que tenían contactos con la gente que ya estaba presa y que escucharon que la
DEA estaba metida. Yo siempre confié en las informaciones que me daba Serpa.
Era muy serio en eso. No fue un arrebato de franqueza santandereana, él tenía
información previa según la cual la DEA pudo estar metida en eso.
J.G.P.: Dice usted que con Álvaro Gómez “coincidimos en que teníamos en
Andrés Pastrana un enemigo común”. (Pág. 73) ¿En qué se basa para hacer esta
afirmación?
E.S.P.: Él despreciaba a
Pastrana. A los dos, padre e hijo. Era conocida la rivalidad política que tenían;
de hecho, cada uno representaba a un sector diferente del Partido Conservador.
Gómez Hurtado y yo teníamos muy buena relación, para mí era como el Alfonso López
Michelsen del conservatismo. En un viaje que hice a París, estando de embajador
en España, me fui un día a hablar con él. Recorrimos el Petit Palais, almorzamos en un
restaurante muy sabroso en Les Champs Elysées. Ahí me confesó que no tenía ninguna afinidad con Pastrana, que
le parecía políticamente despreciable y un desatino que se lanzara a la
presidencia; que era un capricho del papá, que él hubiera preferido de
candidato a Ávaro Leyva. Y esa versión me la confirmó el mismo Leyva: que él
aspiraba a llegar a la presidencia a nombre de su partido.
J.G.P.: Durante esa campaña a la presidencia, ¿qué papel jugó entonces Álvaro
Gómez?
E.S.P.: Pues a mí Elvira Cuervo
de Jaramillo me organizó un coctel un coctel que causó escándalo, porque fue
todo el alvarismo, estando yo de candidato…
J.G.P.: En referencia al vehículo del general Ricardo Cifuentes en la
escena del crimen, usted se pregunta: “¿Una comisión de gente armada para
comprar un ejemplar atrasado de una revista?”. (Pág. 75). ¿Veía usted acaso
-como sí la vi yo- una línea de complicidad entre los generales Harold Bedoya y
Cifuentes, y el coronel Bernardo Ruiz, quienes por cierto habían trabajado
juntos en la Brigada V de Bucaramanga?
E.S.P.: Yo fui víctima de la
conspiración que montó Bedoya desde antes del asesinato de Álvaro Gómez. Bedoya
venía conspirando y se sabía que tenía un círculo que incluía al general Iván
Ramírez, comandante de la Brigada II. Y lo que los unía era la Inteligencia
Militar. Ambos eran de esa misma rama, era la sintonía que ellos tenían para
actuar juntos.
J.G.P.: Después de lo que dijeron las Farc al declararse autoras del
magnicidio, ¿se sostiene en lo que me acaba de decir sobre la posible
culpabilidad de esos militares?
E.S.P.: Durante varios años la
hipótesis del asesinato estuvo vinculada a la de la conspiración, pese a que
Valdivieso nunca quiso abrir un proceso formal por ésta última. Sigo pensando
que esta hipótesis tiene su propia coherencia y veracidad. La segunda hipótesis,
la del crimen de Estado, que sacó la familia Gómez de un cubilete después de
que la Corte Suprema de Justicia condenara a Botero por el hurto agravado de mi
campaña, tenía el claro propósito de allegar argumentos para una reclamación
económica. Para justificar lo del crimen de Estado, lamentablemente incurrieron
en el error de vincularnos a Serpa y a mí. Inclusive a Ramiro Bejarano, con lo
cual esa hipótesis perdió toda credibilidad. Y hay una tercera hipótesis, que
resulta de la reciente autoincriminación de las Farc ante la JEP, que también
tiene elementos convincentes, que se están constatando. Siempre he pensado que
mi obligación, como jefe de Estado, no es la de “casarme” con una sola hipótesis
-excepto la que nos vincula a Serpa y a mí porque sé que es falsa-, y permitir
que sea la justicia la que decida dónde está la verdad. Tampoco descarto que
las distintas hipótesis pudieran estar interconectadas.
J.G.P.: Dice usted en la página 93 que “pudieron haber fallado los
mecanismos de inteligencia, porque podían haber estado involucrados en el
asesinato”. Ahí usted parece coincidir con mi libro, en que se trató de un
operativo de Inteligencia Militar del Ejército...
E.S.P.: A mí en la Comisión de
la Verdad me preguntaron algo parecido y yo contesté que no era de descartar
una combinación de dos hipótesis. O sea, que hubiera sido una operación de las
Farc, pero con apoyo de Inteligencia Militar, de la cual tuviera conocimiento
el mismo Bedoya. No sé si usted ha considerado la posibilidad de que hubiera un
imbricamiento entre unos y otros, porque sí se sabía que las Farc tenían
fuentes o recibían información de Inteligencia Militar.
JGP: Le respondo: puesto que las Farc no han podido aportar una
sola prueba material, documental o testimonial de su supuesta autoría, yo
percibo un posible acuerdo ‘por debajo de la mesa’ entre los verdaderos autores
del crimen y ese sector de las Farc que se desmovilizó, para que estas se
inculparan. El motivo todavía lo desconozco, pero sigo investigando. Sé que ‘Antonio
Lozada’, a quien veo convenciendo al secretariado de que se adjudicaran el
crimen, tenía vínculos con el Ejército o actuaba como infiltrado de
Inteligencia, me lo han dicho variadas fuentes de sus propias filas.
Lo único cierto hasta hoy es que la Corte Suprema de Justicia
ratificó la sentencia del juez que condenó como autor material al sicario Héctor
Paul Flórez a 40 años de cárcel, de quien se probó que con cuatro disparos cegó
la vida de Álvaro Gómez. O sea, es caso cerrado, hasta el punto de haber rechazado
por improcedente la acción de revisión contra ese fallo que insólitamente
promovió el sobrino de Álvaro Gómez Hurtado. Y ahora aparece Julián Gallo a
decir que no, que fueron cuatro muchachos de la Red Urbana Antonio Nariño
(RUAN) que él comandaba…
ESP: Permítame invitarlo,
Jorge, a que no descarte posibles imbricaciones entre las dos hipótesis. Yo no
me he “bajado” de su hipótesis; desde el día del crimen Horacio y yo siempre
estuvimos defendiéndola. Ahora, si la JEP comprueba y reconoce que sí fueron
las Farc, o sale otra sentencia en la justicia ordinaria diciendo que fue el
general Bedoya, a mí me da lo mismo. Yo me voy con eso a la Comisión de
Acusaciones, donde me tienen sometido a un proceso canalla hace 20 años, y
entrego esa sentencia como prueba reina de mi inocencia: el reconocimiento de
la JEP a mi juicio tiene efectos de cosa juzgada. Y colorín colorado, el caso queda cerrado.
JGP: Yo lo que veo, desde lo jurídico, es que la investigación
de la JEP está muy bien encaminada. Así que hoy propondría que esperemos a ver
qué resuelve ese alto tribunal, si fueron las FARC o si están mintiendo.
ESP: Si la JEP llega a decir
que no fueron las Farc, se acaba la JEP. Es que todo el secretariado está comprometido
en esa autoinculpación. O sea que si la JEP dice que es mentira, van a parar a
la justicia ordinaria.
JGP: ¿No sería solamente Lozada el que va para allá? A mi modo
de ver, fue él quien comprometió a las Farc en ese tema…
ESP: No, porque todo el
secretariado respalda esa versión.
JGP: Yo a las Farc ni
siquiera les creo cuando además se adjudican los crímenes del general Fernando
Landazábal y de Jesús Antonio ‘Chucho’ Bejarano. En mi libro digo que a ellos
dos los asesinaron los autores del magnicidio porque también se convirtieron en
hombres que sabían demasiado. El hijo de ‘Chucho’, Eduardo Bejarano, tampoco
les cree una sola línea a las Farc. (Ver entrevista). Y el investigador Germán Marroquín, el que mayores aportes le
hizo a la investigación, se preguntaba: Entonces qué, ¿fueron las Farc las que
trataron de matarme? ¡Por supuesto que no, fue el Ejército! (Ver entrevista).
ESP: Lo sorprendente es ver
ahora a Enrique Gómez Martínez de defensor del único autor material condenado. ¿Usted
sabe a qué obedece eso, Jorge? A que necesitan desbaratar esa condena para
poder reclamar una indemnización, como ya lo intentó la familia Gómez con una
solicitud ante la CIDH, de la que desistieron recientemente.
JGP: Eso es así, lo digo en mi libro.
ESP: En su libro está todo,
es un gran libro. Pero entiéndame que no puedo descartar ninguna hipótesis, ni
que al final hayan terminado mezclándose.
“Fernando Botero montó un lavadero de pesos”
J.G.P.: Hay un último tema que
no quiero dejar por fuera y que usted también trata. En relación con el Proceso
8.000, deja ver su molestia porque el fiscal Alfonso Valdivieso no quiso
investigar las cuentas de su exministro de Defensa, Fernando Botero Zea, en
Nueva York. (Pág. 58).
E.S.P.: El gran beneficio que le
dio Valdivieso a Botero (la gente pensaba que le iba a dar casa por cárcel o
que le iba a condonar sus culpas), fue no abrir sus cuentas de los bancos en
Nueva York. Botero sabía que en esas cuentas estaba la verdad, no solamente de
todo lo que había pasado en la campaña, sino de lo que había hecho con las
cuentas del papá. Él usó esa cuentas para consignar ahí los dineros que estaban
consiguiendo para la campaña personas tan importantes como Julio Mario
Santodomingo.
J.G.P.: ¿Y el papá le permitía eso?
E.S.P.: El papá le tenía
confianza porque eran las cuentas en las cuales se manejaban los giros artísticos
por la venta de sus cuadros o esculturas. El gran temor de Botero era a que le abrieran
esas cuentas, y Valdivieso nunca ordenó abrirlas. Las cuentas los vino a abrir
Alfonso Gómez Méndez. Él encaró al gobierno de Justicia de EE. UU., les exigió que
las dejaran revisar. Y ahí estaba la verdad.
J.G.P.: ¿La prueba reina de la culpa de Botero?
E.S.P.: Claro, porque confirmaba
que lo que había hecho era montar un lavadero de pesos. Él recibía los pesos,
los hacía pasar como dineros que estaba monetizando a través de Panamá y Nueva
York, y entonces la sensación que había en la campaña era que estaba trayendo
la plata de Nueva York. Es decir, Botero engañó a la mafia y robó a la campaña.