miércoles, 2 de julio de 2014

El huracán que todos llevamos dentro



Hay un capítulo de Los Simpson que plantea una posible relación entre religión y salud mental. Es el octavo episodio de la octava temporada, se llama El huracán Neddy, tiene su propia página en Wikipedia (el capítulo) y cuenta cómo el muy piadoso, creyente, devoto y practicante Ned Flanders pierde su fe en Dios.

El argumento encierra una profunda carga filosófica y psicológica, y no sobra contarlo aquí. Como se sabe, Flanders tiene la particularidad de que siempre está de buen humor, por lo que no hay absolutamente nada que logre enojarlo, y menos hacerlo entrar en cólera. Pero un buen día un huracán ataca con fuerza a Springfield, y la única casa que destruye es la de Flanders, de la que solo deja en pie las lápidas familiares del patio trasero. Queda intacta por ejemplo la casa de su vecino más próximo, Homero Simpson (quien odia a Flanders) y cuya esposa –Marge, la de Homero- ha rezado esta oración minutos antes de la tromba: "Querido Dios, soy Marge Simpson. Si detienes el huracán y salvas a nuestra familia, te estaremos eternamente agradecidos y te recomendaré con mis amigas".

Pasado el cataclismo (que se asemeja al huracán Katrina), Ned agradece que al menos su familia estuviera bien de salud, pero le entristece saber que tendrán que mudarse al Centro de Rescate de la iglesia, ya que no estaban asegurados, pues él consideraba que los seguros son como un juego de azar, algo contrario a sus creencias.

Flanders procura no desanimarse cuando se entera de que su negocio, el Leftorium (todo para zurdos), también ha sido destruido por el huracán y saqueado por maleantes. Ante tanta calamidad, comienza a creer que Dios lo castiga. En busca de una respuesta se va a la iglesia a leer la Biblia, pero se corta un dedo –de su mano izquierda- con un marco dorado. Interpreta esto como un castigo más, y se lamenta por lo ocurrido, pero no entiende por qué justo a él le pasa eso, pese a ser tan creyente y reconocido como un profundo conocedor de la Biblia.

Lo que Flanders no sabe es que los habitantes de Springfield se han unido para ayudarlo, y en un santiamén le reconstruyen su casa. Feliz la inspecciona, pero se deprime al ver que está plagada de imperfecciones, muy al estilo M. C. Escher. Cuando sale y cierra la puerta, la casa se viene abajo, de nuevo. Flanders comienza entonces a sentirse muy enfadado, hasta que llevado por un ataque de ira insulta con nombre propio a los más representativos habitantes de Springfield, comenzado por el jefe de la Policía, y por supuesto a Homero, en quien descarga los epítetos más violentos. Luego se sube a su carro y maneja hasta el Hospital Siquiátrico, que se llama "Bosque en calma", donde se interna para recibir terapia.

Allí Flanders es visitado por el mismo siquiatra que lo había tratado en su infancia, el doctor Foster, quien cuenta que él era un niño malcriado debido a que sus padres no creían en la disciplina, y que para solucionar su problema le había aplicado un tratamiento conductista consistente en ocho meses de nalgadas, día y noche. La terapia en apariencia funcionó, pero Flanders se había convertido en un ser incapaz de expresar ninguna clase de ira. Su furia había permanecido reprimida por muchos años, hasta que estalló cuando su casa se derrumbó por segunda vez.

En busca de lograr que Flanders exprese sus emociones, el doctor Foster llama a Homero, a quien le da la orden de tratar de irritarlo. Éste, siguiendo un libreto, le dice cosas como “me acosté con tu esposa y/o cónyuge”. Luego de muchas provocaciones inútiles, Homero por fin logra que Flanders exprese lo esencial:

- Odio a mis padres.

- ¿Oíste? ¿Sabes lo que eso significa?- le dice el siquiatra a su ayudante. ¡Significa que está curado!

Esto no significa que todo el que odie a sus padres está curado, no. Significa más bien que llegar al origen de una alienación puede resultar terapéutico, e incluso permitiría entender por qué la ira y un deseo irracional de venganza se llegan a apoderar de alguien cuando por ejemplo le asesinan a su padre. En cuyo caso, mientras no logre elaborar el duelo por la pérdida del ser querido, el paciente nunca estará curado. En su corazón siempre anidará el huracán de ese recuerdo.

En Twitter: @Jorgomezpinilla

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