martes, 8 de enero de 2013

Un libro colombiano con ‘swing’ inglés



Son tantas las cosas que se podrían escribir sobre el libro-entrevista que en diciembre pasado sacó Felipe López con Juan Carlos Iragorri, que darían incluso para otro libro. Comenzando por su título, El hombre detrás de la revista Semana, que de entrada daría para pensar que encierra un gazapo, pues, ¿por qué detrás y no al frente? Pero con el paso de las hojas se descubre que quien está detrás de Semana es López, en efecto, porque el que está al frente es su director, Alejandro Santos.



La afirmación anterior no debe prestarse a malentendidos: si algo queda claro al terminar la lectura es que el presidente de Publicaciones Semana es un hombre de centro derecha, mientras que la orientación de la revista podría definirse –a Dios gracias- como “radical de centro”, para usar una expresión del papá de su director, Enrique Santos Calderón. Y eso salva a la revista, pues donde expresara las ideas políticas del propietario y no las del director, la cosa sería a otro precio.

No deja de ser arriesgado parodiar además al papá de Felipe, Alfonso López Michelsen (arriesgado porque cualquier incauto podría tomar esto como solemne lambonería), pero una verdad de a puño es que el libro pone a pensar a los colombianos, como en vida lo hacía el expresidente liberal con frases que simplemente venían cargadas de verdades sencillas, pero que a nadie antes se le habían ocurrido.

Ya entrados en materia, hay muchos apartes del libro en que Felipe López asume posiciones liberales –en temas como aborto, matrimonio gay o consumo de drogas-, y otras en que expresa opiniones que sólo podrían salir de la boca de un hombre con talante conservador, como cuando dice, refiriéndose a la Constitución de 1991, que “nunca me ha convencido”.

Esto se refleja también en sus puntos de vista sobre el expresidente Álvaro Uribe, cuyo gobierno le pareció “muy bueno” y a quien le sigue teniendo “mucho aprecio”, y el resultado de esa estimación es que lo exime de culpa en temas como las ‘chuzadas’ del DAS (“en Colombia a todos nos graban desde hace mucho tiempo”), o en lo de los falsos positivos: “que propiciara o tolerara eso, simplemente no es verdad”.

Posiciones éstas que no se compadecen con la arremetida verbal que a raíz del destape de las ‘chuzadas’ sufrió el director de Semana, a quien el 11 de abril de 2006 Uribe tildó de irresponsable, frívolo y gracioso, pese a que las actuaciones de la justicia terminaron por concederle la razón a Alejandro Santos.

Es aquí entonces donde la revista cumple con su deber de ejercer un periodismo implacable (recordemos no más la oposición frontal a la segunda reelección, con carátula a bordo), mientras a su dueño quizá le corresponde tratar de no enemistarse con la mayoría de empresarios e industriales que simpatizan con Uribe, transitando por la línea del justo centro… con leve inclinación hacia la derecha.

Esta búsqueda de un camino por la línea media de los enfrentamientos se evidencia luego en sus impresiones sobre el gobierno de Juan Manuel Santos, donde ya se olvida de sus afectos por Uribe y manifiesta que “la voluntad de combatir a la guerrilla sigue siendo la misma”, y considera además que no hubo traición de este hacia su exjefe, en la medida en que “a él no lo puso nadie. Él se puso a sí mismo. Uribe lo aceptó porque se le colgó la candidatura de Andrés Felipe Arias, que era el que le gustaba”.

Lo que hace en apretada síntesis el libro de Felipe López es un repaso de la historia política de Colombia en los últimos setenta años, desde una perspectiva filosófica que no dudaríamos en calificar de realismo escéptico, comenzando por el primer gobierno de su abuelo Alfonso López Pumarejo y continuando con los de Eduardo Santos, Lleras Camargo, Mariano Ospina, Laureano Gómez (a quien considera “de extrema derecha”), Rojas Pinilla, Guillermo León Valencia y demás, hasta llegar al actual. Y ahí radica su gran aporte: en que facilita la comprensión de los más importantes sucesos de la política nacional durante ese período, y en esa medida se convierte en importante material de consulta.

En lo que atañe a su vida personal, cuenta el autor que vivió en Londres durante toda la época de The Beatles: “llegué cuando saltaron a la fama y me fui cuando se acababan de separar. Era el momento del Swinging London, de la cultura de los sesenta, de la minifalda, de Carnaby Street, de las primeras películas de James Bond, del amor libre. Era divertidísimo”.

Algo debió haberlo impactado de lo que se intuye fue la época más feliz de su vida, cuando Londres era la capital mundial de la cultura y de la moda, pues en cada una de sus respuestas se percibe el aliento de un fino humor inglés, irónico y punzante pero sin caer en el sarcasmo barato (si se quiere a lo Óscar Wilde), con la intención calculada de brindarnos un rato de lectura inteligente y entretenida a la vez.

Esto, sumado a que estamos ante una de las personas mejor informadas del país (si no la que más), permite confeccionar de remate una breve antología personal de frases que fueron quedando subrayadas en el papel:

“Creo en Dios, pero no estoy seguro de que Jesucristo sea el hijo de Dios”.

“Prefiero vivir en un país gobernado por Álvaro Uribe que por Hugo Chávez”.

“Si algún defecto tenía el gobierno anterior, era que estaba mal rodeado”.

“Santos había sido considerado toda la vida de derecha y terminó siendo de izquierda”.

“Medírsele en Colombia a resarcir víctimas y restituir tierras es una apuesta con pocas posibilidades de éxito”.

“En los libros de historia le va a acabar yendo mejor a Santos” (que a Uribe).

“Yo tengo información de que hay desacuerdos serios entre Timochenko e Iván Márquez”.

“Si Íngrid Betancourt y Piedad Córdoba han sido candidatas al Nobel, ¿cómo no va a serlo Santos si logra firmar un acuerdo de paz?”

“En Colombia a todos nos graban desde hace mucho tiempo y eso es de conocimiento público”.

(Misael) “Pastrana pudo haber ganado por fraude, pero no por un fraude hecho por Carlos Lleras”.

“Fumé una vez marihuana. (…) Era por los días en que se estaba casando Enrique Santos con María Teresa Rubino y había un poco de celebraciones”.

“Estoy de acuerdo con la legalización de la marihuana y la cocaína. (…) La marihuana prácticamente no es una droga. Es como fumar cigarrillo”.

“A mi abuelo lo acusaron de socialista, pero lo que hizo fue pasar al país del feudalismo al capitalismo”.

“Ahora no existen los partidos y la que elige es la televisión”.

“Lo más importante para destacar (de la Constitución de 1991) han sido la tutela, la independencia del Banco de la República y la Fiscalía”.

(Ernesto) “Samper metió la pata pero no metió la mano. (…) Fue más culpable por omisión que por acción”.

“Una enorme metida de pata de (Andrés) Pastrana fue su intento de revocar el Congreso. (…)  Horacio Serpa sugirió que se le agregara al referendo la pregunta de si se quería revocar también al presidente de la república. Ahí paró la cosa”.

“La política es satisfactoria y hasta divertida si uno llega a la Presidencia, pero a nivel intermedio consiste en buscarle puestos a la gente mientras lo acusan a uno de clientelista”.

“Todo lo que tiene el apellido Galán es bien recibido. Con el apellido Turbay tiende a pasar lo contrario. Ambas cosas tienen algo de injusticia”.

Simón Gaviria “tiene un gran futuro. Es estadista y manzanillo al mismo tiempo”.

En el caso de María del Pilar Hurtado, “la culpa fue más del presidente Uribe que de esa señora. El nombramiento de ella fue una barbaridad”.

“Puede haber muchos motivos para que (Alberto) Santofimio esté en la cárcel, pero no por el que lo condenaron”.

“No es que uno sea mejor, sino que llegó primero”.

“Los únicos que se quieren casar hoy son los gays”.

“A los empresarios colombianos hay dos cosas que los indignan: que se publique que ganan plata, o que se publique que pierden plata”.

“Los presidentes tienen tanto lagarto y tanto adulador encima, que aprecian a la gente que no los molesta y no les pide nada”.

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