Son tantas las cosas que se podrían escribir sobre el libro-entrevista
que en diciembre pasado sacó Felipe López con Juan Carlos Iragorri, que darían
incluso para otro libro. Comenzando por su título, El hombre detrás de la revista Semana, que de entrada daría para
pensar que encierra un gazapo, pues, ¿por qué detrás y no al frente? Pero con
el paso de las hojas se descubre que quien está detrás de Semana es López, en
efecto, porque el que está al frente es su director, Alejandro Santos.
La afirmación anterior no debe prestarse a malentendidos: si algo
queda claro al terminar la lectura es que el presidente de Publicaciones Semana
es un hombre de centro derecha, mientras que la orientación de la revista
podría definirse –a Dios gracias- como “radical de centro”, para usar una
expresión del papá de su director, Enrique Santos Calderón. Y eso salva a la
revista, pues donde expresara las ideas políticas del propietario y no las del
director, la cosa sería a otro precio.
No deja de ser arriesgado parodiar además al papá de Felipe, Alfonso
López Michelsen (arriesgado porque cualquier incauto podría tomar esto como
solemne lambonería), pero una verdad de a puño es que el libro pone a pensar a
los colombianos, como en vida lo hacía el expresidente liberal con frases que
simplemente venían cargadas de verdades sencillas, pero que a nadie antes se le
habían ocurrido.
Ya entrados en materia, hay muchos apartes del libro en que Felipe
López asume posiciones liberales –en temas como aborto, matrimonio gay o
consumo de drogas-, y otras en que expresa opiniones que sólo podrían salir de
la boca de un hombre con talante conservador, como cuando dice, refiriéndose a
la Constitución de 1991, que “nunca me ha convencido”.
Esto se refleja también en sus puntos de vista sobre el expresidente
Álvaro Uribe, cuyo gobierno le pareció “muy bueno” y a quien le sigue teniendo
“mucho aprecio”, y el resultado de esa estimación es que lo exime de culpa en temas
como las ‘chuzadas’ del DAS (“en Colombia a todos nos graban desde hace mucho
tiempo”), o en lo de los falsos positivos: “que propiciara o tolerara eso,
simplemente no es verdad”.
Posiciones éstas que no se compadecen con la arremetida verbal que a
raíz del destape de las ‘chuzadas’ sufrió el director de Semana, a quien el 11
de abril de 2006 Uribe tildó de irresponsable, frívolo y gracioso, pese a que
las actuaciones de la justicia terminaron por concederle la razón a Alejandro Santos.
Es aquí entonces donde la revista cumple con su deber de ejercer un
periodismo implacable (recordemos no más la oposición frontal a la segunda
reelección, con carátula a bordo), mientras a su dueño quizá le corresponde
tratar de no enemistarse con la mayoría de empresarios e industriales que
simpatizan con Uribe, transitando por la línea del justo centro… con leve inclinación
hacia la derecha.
Esta búsqueda de un camino por la línea media de los enfrentamientos
se evidencia luego en sus impresiones sobre el gobierno de Juan Manuel Santos,
donde ya se olvida de sus afectos por Uribe y manifiesta que “la voluntad de
combatir a la guerrilla sigue siendo la misma”, y considera además que no hubo
traición de este hacia su exjefe, en la medida en que “a él no lo puso nadie.
Él se puso a sí mismo. Uribe lo aceptó porque se le colgó la candidatura de
Andrés Felipe Arias, que era el que le gustaba”.
Lo que hace en apretada síntesis el libro de Felipe López es un repaso
de la historia política de Colombia en los últimos setenta años, desde una
perspectiva filosófica que no dudaríamos en calificar de realismo escéptico, comenzando
por el primer gobierno de su abuelo Alfonso López Pumarejo y continuando con
los de Eduardo Santos, Lleras Camargo, Mariano Ospina, Laureano Gómez (a quien
considera “de extrema derecha”), Rojas Pinilla, Guillermo León Valencia y
demás, hasta llegar al actual. Y ahí radica su gran aporte: en que facilita la
comprensión de los más importantes sucesos de la política nacional durante ese
período, y en esa medida se convierte en importante material de consulta.
En lo que atañe a su vida personal, cuenta el autor que vivió en
Londres durante toda la época de The Beatles: “llegué cuando saltaron a la fama
y me fui cuando se acababan de separar. Era el momento del Swinging London, de
la cultura de los sesenta, de la minifalda, de Carnaby Street, de las primeras
películas de James Bond, del amor libre. Era divertidísimo”.
Algo debió haberlo impactado de lo que se intuye fue la época más
feliz de su vida, cuando Londres era la capital mundial de la cultura y de la
moda, pues en cada una de sus respuestas se percibe el aliento de un fino humor
inglés, irónico y punzante pero sin caer en el sarcasmo barato (si se quiere a
lo Óscar Wilde), con la intención calculada de brindarnos un rato de lectura
inteligente y entretenida a la vez.
Esto, sumado a que estamos ante una de las personas mejor informadas
del país (si no la que más), permite confeccionar de remate una breve antología
personal de frases que fueron quedando subrayadas en el papel:
“Creo en
Dios, pero no estoy seguro de que Jesucristo sea el hijo de Dios”.
“Prefiero
vivir en un país gobernado por Álvaro Uribe que por Hugo Chávez”.
“Si algún
defecto tenía el gobierno anterior, era que estaba mal rodeado”.
“Santos
había sido considerado toda la vida de derecha y terminó siendo de izquierda”.
“Medírsele
en Colombia a resarcir víctimas y restituir tierras es una apuesta con pocas
posibilidades de éxito”.
“En los
libros de historia le va a acabar yendo mejor a Santos” (que a Uribe).
“Yo tengo
información de que hay desacuerdos serios entre Timochenko e Iván Márquez”.
“Si Íngrid
Betancourt y Piedad Córdoba han sido candidatas al Nobel, ¿cómo no va a serlo
Santos si logra firmar un acuerdo de paz?”
“En Colombia
a todos nos graban desde hace mucho tiempo y eso es de conocimiento público”.
(Misael)
“Pastrana pudo haber ganado por fraude, pero no por un fraude hecho por Carlos
Lleras”.
“Fumé una
vez marihuana. (…) Era por los días en que se estaba casando Enrique Santos con
María Teresa Rubino y había un poco de celebraciones”.
“Estoy de
acuerdo con la legalización de la marihuana y la cocaína. (…) La marihuana
prácticamente no es una droga. Es como fumar cigarrillo”.
“A mi abuelo
lo acusaron de socialista, pero lo que hizo fue pasar al país del feudalismo al
capitalismo”.
“Ahora no
existen los partidos y la que elige es la televisión”.
“Lo más
importante para destacar (de la Constitución de 1991) han sido la tutela, la
independencia del Banco de la República y la Fiscalía”.
(Ernesto)
“Samper metió la pata pero no metió la mano. (…) Fue más culpable por omisión
que por acción”.
“Una enorme
metida de pata de (Andrés) Pastrana fue su intento de revocar el Congreso. (…) Horacio Serpa sugirió que se le agregara al
referendo la pregunta de si se quería revocar también al presidente de la
república. Ahí paró la cosa”.
“La política
es satisfactoria y hasta divertida si uno llega a la Presidencia, pero a nivel
intermedio consiste en buscarle puestos a la gente mientras lo acusan a uno de
clientelista”.
“Todo lo que
tiene el apellido Galán es bien recibido. Con el apellido Turbay tiende a pasar
lo contrario. Ambas cosas tienen algo de injusticia”.
Simón
Gaviria “tiene un gran futuro. Es estadista y manzanillo al mismo tiempo”.
En el caso
de María del Pilar Hurtado, “la culpa fue más del presidente Uribe que de esa
señora. El nombramiento de ella fue una barbaridad”.
“Puede haber
muchos motivos para que (Alberto) Santofimio esté en la cárcel, pero no por el
que lo condenaron”.
“No es que
uno sea mejor, sino que llegó primero”.
“Los únicos
que se quieren casar hoy son los gays”.
“A los
empresarios colombianos hay dos cosas que los indignan: que se publique que
ganan plata, o que se publique que pierden plata”.
“Los
presidentes tienen tanto lagarto y tanto adulador encima, que aprecian a la
gente que no los molesta y no les pide nada”.
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