El video
donde aparece Álvaro Uribe “disparando” (fue lo que dijo) trinos contra Juan
Manuel Santos en medio de una entrevista para el canal SOi TV de Miami tiene el
mismo valor estratégico que en diciembre de 2007 tuvo la grabación en la que se
le escucha gritarle a un amigo suyo, apodado ‘La mechuda’, que “le voy a dar en
la cara, marica’.
Se trata de un acto ante todo histriónico, si se quiere forzado o de
mal gusto para un público que prefiere las buenas maneras, pero eso no le
preocupa a su autor (o mejor, actor), pues está concebido a la medida y gusto de
una audiencia políticamente inculta pero ávida de actos de fuerza que proyecten
sensación de liderazgo, así sea desde lo atávico.
Un día reciente consideré “una suerte para los columnistas de prensa
que la pelea entre Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe se agudice cada día más,
no sólo porque aporta temas entretenidos, sino porque contribuye a desenredar
aun más los entuertos del gobierno anterior”. Así lo pensé, y encabecé con esas
palabras una columna que hube de desechar a medida que constaté –atónito,
súpito, estupefacto- que la reacción del expresidente Uribe ante el conspicuo
atentado contra Fernando Londoño fue tomando los ribetes de una campaña
orquestada y ejercida por una especie de logia que parece actuar coordinada,
pero cuyos orígenes e intenciones no son del todo claros. (Y ojo que estoy
hablando de la reacción, no del atentado, aunque pudiera tratarse de ambos).
Es factible que la confrontación entre estos dos pesos pesados de la
política alcance en efecto niveles de inusitado interés, y por ende de
atracción para el periodismo, pero hay un error de apreciación al creer que
ello ayudará a desenredar o desenterrar entuertos, pues podría ocurrir lo
contrario: que sea tal la exposición mediática que Uribe comience a desplegar
en torno a su figura, sus tuiterazos y sus ‘happenings’ fríamente calculados, que
hasta los más sonados crímenes del régimen anterior y los más rotundos triunfos
de la administración actual pasen a segundo plano, porque ha llegado de nuevo el
más grande genio de la manipulación para copar la escena, secundado por influyentes
medios que hacen eco a lo vulgar y lo emocionalmente primario. En últimas, es
eso lo que reclama la mayoría.
De aquí en adelante Colombia asistirá inerme a una confrontación tanto
abierta como soterrada, y en consecuencia cada vez más enrarecida, entre las
fuerzas de Álvaro Uribe y las que decidan acompañar a Juan Manuel Santos (porque
habrá los que vuelvan a cambiar de bando), en torno a quién tomará la sartén
por el mango, en un ambiente de polarización muy superior al que pudo haber contra
Gustavo Petro, Daniel Coronell o la Corte Suprema de Justicia, otrora pesos livianos
frente al combate que ahora se anuncia con dos ‘púgiles’ de la talla del último
Presidente constitucional que tuvo Colombia y… el actual.
Continuando con el símil de la sartén, el peligro reside en que ésta
nada en aceite hirviendo, y el forcejeo entre quienes la quieren agarrar por el
mango sólo terminará el día en que alguno logre arrebatársela al otro, no sin
antes haber derramado su ardiente contenido sobre el país entero.
En este contexto semántico de causarle una derrota al enemigo se inscriben
dos columnas publicadas este domingo 20 de mayo en El Colombiano de Medellín,
ambas convenientemente replicadas por el sibilino asesor José Obdulio Gaviria en
su cuenta de Twitter: una de Jorge Giraldo Ramírez titulada Conspiraciones y otros modos, cuya
primera frase dice así: “El atentado terrorista contra la vida del señor
Fernando Londoño Hoyos debiera causar consternación”.
En asombrosa coincidencia (mentiras, no hay tal) la segunda columna se
titula A Santos le llegó la hora de la verdad, es de Cristina del Toro y su primera
frase es ésta: “Los nocivos efectos del aleve y repugnante atentado de que
fuera objeto el exministro y periodista Fernando Londoño Hoyos se extendieron
como una ola expansiva y dejaron sembrado nuevamente, a lo largo y ancho del
país, el miedo, la angustia y, lo que es peor aún, la desesperanza”.
Si se fijan bien (bueno, no hay que fijarse tanto), comprobarán que
ambas frases dicen exactamente lo mismo, pues remiten al mismo propósito de
“causar consternación”.
Para entender mejor cuán perverso es dicho planteamiento en la
circunstancia presente, basta advertir qué habría pasado si cuando se presentó
el atentado contra el Club El Nogal, con un carro bomba que causó 36 muertos y
más de 200 heridos (7 de febrero de 2003, siendo Londoño presidente de su junta
directiva y ministro del Interior de Uribe), a algún columnista se le hubiera
ocurrido escribir precisamente eso, que “los nocivos efectos del aleve y
repugnante atentado de que fuera objeto Fernando Londoño Hoyos se extendieron
como una ola expansiva y dejaron sembrado a lo largo y ancho del país el miedo,
la angustia y, lo que es peor aún, la desesperanza”.
Imaginemos además cuales habrían sido los “nocivos efectos” que habría
tenido sobre la carrera política de Juan Manuel Santos –a la sazón miembro del Partido
Liberal, del que se retiró en 2004 para respaldar el gobierno de quien sería su
jefe un año después- si hubiera sido él quien después de esa noche luctuosa de
El Nogal se hubiera atrevido a afirmar (en una columna de El Tiempo, por
ejemplo) que ese suceso “debiera causar consternación”, cuando lo que el país
entero hizo fue cerrar filas en torno al presidente en ejercicio, muy contrario
a lo que un mezquino y soberbio Uribe ha proferido y espetado ante quien lo
remplazó, con motivo del segundo atentado a Fernando Londoño, el del pasado
martes 15 de mayo.
En el argot subversivo se habla de la necesidad de “agudizar las
contradicciones entre la burguesía y el proletariado hacia la conquista del
poder, empleando todas las formas de lucha, en la medida de lo posible”.
Lo sorprendente, para el caso que nos ocupa, es que esa tarea hoy la
está desempeñando casi a la perfección Álvaro Uribe Vélez.
INTERROGANTE FINAL:
Tratándose de una operación tan milimétricamente diseñada, ¿por qué la bomba
lapa fue adherida a la puerta delantera y no a la parte posterior, que era
donde viajaba Londoño? ¿Quisieron acaso ‘protegerlo’ con el cuerpo del
conductor?
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