martes, 2 de julio de 2019

Respuesta al joven que le vendió el alma al diablo




Hubiera querido dedicar esto a otro tema, pero una extensa carta presentada como “derecho de petición” (que  no lo es) al director de El Espectador por parte de Jonathan Stivel Vásquez Gómez, donde se refiere a mi columna titulada En Barrancabermeja un joven le vendió el alma al diablo (ver columna), me obliga a responderle. Obligación no como imperativo legal sino para poner las cosas en su sitio, puesto que se trata de un claro intento de censura, que no prosperó.

Comencemos por decir que de los 1.122 municipios regados por la geografía nacional, nací en uno cuyas condiciones de vida siempre han sido extremas, en parte por sus altas temperaturas y en parte por los conflictos entre ‘extremos’ que se han hecho sentir desde su fundación, hace cien años. Barrancabermeja no es tierra fácil, pero se deja querer, sobre todo si allí trascurrió una infancia mágica que luego yo vería reflejada -guardadas las proporciones- en ese Macondo de Cien años de soledad con sus personajes marcados por la reciedumbre y sus “casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas y enormes como huevos prehistóricos”.

Esto para aclarar que escribo sobre mi ciudad natal porque la llevo en la sangre, no soy un foráneo que apareció de la nada como un “alfil pagado por los corruptos”, según dijo el aludido en una entrevista para Enlace TV, donde se defendió atacando y no brindó las explicaciones requeridas (Ver entrevista desde minuto 15). Los que sí llegaron de lejos fueron aquellos a quienes les vendió su alma, el clan Gnecco de corrupta recordación, y la venta quedó “escriturada” en un artículo de La Silla Vacía que informó sobre un evento -con profusión de fotos- en el que Vásquez selló su alianza con “el senador de La U José Alfredo Gnecco, alfil del controvertido clan Gnecco en el Cesar”. Según su autora, Jineth Prieto, “la unión tomó por sorpresa a buena parte de la Barranca política, porque (…) hasta ahora el senador y el excandidato estaban en orillas políticas diferentes”. (Ver artículo).

Es irrefutable además que la tal “bloquera solidaria” no fue idea suya, sino de los mismos Gnecco, quienes a su vez la tomaron -para hacer política en el Cesar- de la empresa Cemex, consistente en que por cada ladrillo que le regalan a una familia necesitada de construir casa, la ponen a fabricar una cantidad igual para que la empresa la venda. Ello le permitió a Jonathan Vásquez cogerles ventaja a los demás competidores, pues comenzó a hacer campaña mucho antes de lo permitido, bajo el ropaje de un proyecto “cívico”. ¿O acaso esto no es publicidad política, con el pretexto de una recolección de firmas, pese a que busca el aval del Partido de la U?: Ver foto. Fue a esas “vallas” a las que hice referencia en mi columna, ubicadas en puntos estratégicos de la ciudad, y por ello fue objeto de denuncia ante el Consejo Nacional Electoral (CNE): por haber violado la ley que establece plazos y cronogramas fijos para hacer campaña política. (Ver denuncia).

Volviendo al “derecho de petición” arriba citado, mientras yo dije que hoy es aliado del destituido alcalde Darío Echeverri, Vásquez asegura que “he luchado incansablemente por combatir el flagelo de la corrupción impuesto por el gobierno de Echeverry Serrano”, y que “jamás he sostenido reuniones con este personaje tan cuestionable”. Es plausible que lo haya dicho en la carta de seis páginas que dirigió a El Espectador, pero igual es llamativo que no se haya distanciado públicamente con la misma contundencia en las declaraciones que dio luego de la publicación de mi columna, al igual que tampoco lo hizo con los Gnecco (desmarcarse), porque sabe que no lo puede hacer.

No sobra citar entonces un aparte de la respuesta que le dio don Fidel Cano a la exigencia de “retractación” solicitada por Vásquez Gómez: “La opinión del señor Jorge Gómez Pinilla, así como la de cualquiera de los columnistas de El Espectador, es por su misma naturaleza inviolable y exclusivamente determinada por él”. Esto significa que si el suscrito hubiera mentido, calumniado o atentado contra el buen nombre del supuesto agraviado, a este le correspondía era entablar denuncia penal por calumnia y/o injuria contra el columnista. Y no lo hizo.

Hay una realidad ineludible, y es que Barrancabermeja podría pasar de Guatemala a Guatepeor: viene de una administración signada por la corrupción y el clientelismo, pero podría caer en algo más nefasto si comienza a ser gobernada por los “padrinos” que se trae el antes “independiente” y hoy politiquero Jonathan Vásquez.

Reza el dicho popular que nadie es profeta en su tierra. Es posible que aquí también se aplique, que al final de la jornada el mañoso pelado se salga con la suya y, contra las evidencias de violación de la legislación electoral, logre hacerse elegir alcalde. Sea como fuere, si así ocurriere yo quedaré con mi conciencia tranquila, recordando lo que en muchas ocasiones le escuché al genial humorista Hebert Castro: “se les dijo, se les advirtió, se les recomendó, pero no hicieron caso…”.

MORALEJA Y CONCLUSIÓN: La política se ha convertido en una plataforma más para hacer negocios, con contadas excepciones. Los dueños del billete grueso van en cada campaña al supermercado de los candidatos, a comprar los que más les sirven para hacer crecer sus inversiones. Para la muestra un vistoso botón, Barrancabermeja y el clan Gnecco, poderoso comprador.

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