martes, 16 de febrero de 2016

Tres dinosaurios más papistas que el Papa


Unas declaraciones recientes de José Galat en las que descalifica y regaña al Papa Francisco son la mejor muestra de hasta dónde pueden llegar la alienación, la estulticia o el fanatismo cuando de religión se trata.

Galat es el rector y propietario de la muy conservadora Universidad La Gran Colombia, con unos 30.000 alumnos, la cual a su vez es dueña del canal cristiano Teleamiga, del que era socio y gerente Diego Arango Osorio hasta que la ‘fidelidad’ de este con la Iglesia Católica provocó un cisma en la amistad que los unía y condujo a su desvinculación de dicho medio.

Hoy Galat frisa los 90 años y en 2010 se presentó como precandidato a la Presidencia de la República por el Partido Conservador, donde fue derrotado por Martha Lucía Ramírez. Pero el asunto de fondo es que el hombre anda muy disgustado con el máximo representante de Dios sobre la Tierra por los desplantes que Francisco le está haciendo al “dogma”, y es el motivo por el cual Galat ha llegado hasta el herético extremo de afirmar que el capítulo 13 del Apocalipsis anuncia la venida un falso profeta, conocido como el Anticristo, y ante esto “hay signos de alarma, porque ningún Papa anterior ha negado verdades de la fe y este comienza a negarlas”. Mejor dicho, señala al Papa actual de ser algo así como un calanchín del demonio.

A la luz de esa fe es comprensible la preocupación del nonagenario personaje: a él solo le interesa seguir la verdad suprema contenida en la Biblia,  y en tal medida se niega a admitir, por ejemplo, eso de que para el nuevo Papa todo el mundo se salva. Cómo así, le pregunta Galat a Édgar Artunduaga: “¿acaso Cristo no dijo que muchos son los llamados y pocos los escogidos?”

Galat se siente miembro de un selecto club de creyentes que practican los 10 mandamientos al pie de la letra y están ciegamente convencidos de que eso los hace merecedores de una salvación que no está disponible para el resto de la chusma. “¿Cómo nos vamos a salvar gratis sin cumplir los mandamientos?” –reacciona enérgico el novel guardián de la fe. “¡Eso es una estupidez!”. Una inquietud concomitante tiene que ver con el diablo, cuya existencia hoy descarta el Papa pero según Galat “si el infierno y el diablo no existen (…) daría lo mismo cumplir mandamientos que no cumplir. Y si no existe el pecado, ¿a qué vino Jesús? ¿A liberarnos de pecados que no existían?”.

Esto significa que solo se salvan los católicos creyentes en el dogma que emana de la Palabra de Dios, o sea que no podrán entrar al cielo los equivocados practicantes de otras religiones y menos los pecadores, en cuyo caso tampoco tendría cabida el mismísimo Santo Padre, pues al desconocer el dogma estaría incurriendo en pecado y se haría por tanto merecedor a arder en las llamas del infierno… si no se arrepiente a tiempo.

Aquí entre nos, alguien debería tener un gesto de compasión con el venerable anciano y explicarle la más grande de todas las verdades: que en el latino Francisco la Iglesia Católica encontró al más idóneo exponente para la renovación de su aporreada imagen institucional, la cual venía en picada desde que muchos sacerdotes (en cantidades industriales que impiden hablar de casos aislados) perdieron el modelo de rectitud que los caracterizaba y cometieron gravísimos delitos de pederastia sobre niños y adolescentes, que pusieron a la jerarquía de la Iglesia en el ojo de la picota pública y le hicieron perder adeptos en cantidades también industriales.

Fue esa crisis –con la consecuente pérdida de credibilidad a todo nivel- la simiente para el surgimiento de nuevas congregaciones cuyo común denominador ha sido la explotación de la confusión colectiva, dando lugar a la proliferación de las más variadas tendencias (evangelistas, mormones, adventistas, testigos de Jehová, carismáticos, cienciólogos, Bethesda, MIRA, Casa sobre la roca, Pare de sufrir, etc.), dirigidas por pastores o ‘profetas’ dedicados en su mayoría a engatusar incautos o pescar en río revuelto.

Podría pensarse entonces que Galat se está demorando en romper filas y crear su propia iglesia, más sabiendo que cuenta con canal propio y que se asume poseedor de una verdad que antes ostentaba en su infalibilidad el Sumo Pontífice. Pero hoy esa infalibilidad parece pertenecerle a él, y así pretende demostrarlo cuando le habla a Artunduaga de “la verdad ante todo, por encima de las jerarquías y por encima de los obispos. La verdad teológica, la verdad de los evangelios”.

Este rompimiento con la doctrina papal se asemeja al que en su momento protagonizó el arzobispo integrista Marcel-François Lefebvre cuando se manifestó contrario a las enseñanzas del Concilio Vaticano II y en acto de rebeldía comenzó a ordenar sus propios sacerdotes y a oficiar la misa en latín, de espaldas al público. Lefebvre constituyó en 1971 la fraternidad San Pío X, a la que por cierto pertenece el Procurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez, y en coincidencia lleva el mismo nombre del parque de Bucaramanga donde el 13 de mayo de 1987 –día de la Virgen de Fátima- organizó una quema de libros pecaminosos. (Ver El misterio de los lefebvristas).

“No se puede dialogar con los masones o con los comunistas porque no se dialoga con el diablo”, declaró Lefebvre en agosto de 1976 durante una eucaristía en Lille (Francia). Esto coincide al dedillo con lo que piensan Ordóñez y Galat, ambos militantes –también- del Partido Conservador, y forma parte de la cosmovisión integrista que les permite asumirse como dueños de una verdad que trasciende la extravagante modernidad del Papa gaucho, de quien solo pueden esperar que un día Dios se lo lleve a su reino celestial para que la Iglesia pueda recuperar la cordura del dogma primigenio y regrese al camino perdido…


DE REMATE: El Integrismo se entiende como la actitud vertical de determinados colectivos hacia los principios de la doctrina tradicional, de manera que rechazan cualquier cambio que pretenda alterar tales principios. El término tiene su origen en grupos católicos ultramontanos del siglo XIX, autodenominados “integristas”, que así reaccionaban contra el laicismo que proponía separar la Iglesia del Estado.

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