martes, 10 de noviembre de 2015

Petro, Peñalosa, polarización, presidencia…




Lo que acaba de pasar con la elección de Enrique Peñalosa y el voto de castigo contra Gustavo Petro por su atropellada aunque bien intencionada Bogotá Humana deja una huella en la historia de Colombia, pero de ningún modo significa que Peñalosa tiene ganado el cielo ni que Petro desaparezca de la escena política, a pesar de lo golpeado que quedó.

Como primer dato llamativo, Peñalosa ganó con una proporción de votos casi igual a la que obtuvo Petro hace cuatro años, 33 por ciento. Esto augura una nueva administración polarizada si el alcalde entrante no abre compuertas hacia el entendimiento con sus contradictores, que al día de hoy serían el 65 por ciento que votó por los otros candidatos, después de descontar el 12 por ciento que el Centro Democrático le puso a Francisco Santos, quien corrió a endosárselos al triunfador de la jornada en un gesto que habla del talante servil del endosador.

Desde el 1 de enero de 2012 todos los enemigos de Gustavo Petro estaban interesados en que le fuera mal, y el primer recuerdo que llega es una columna de María Isabel Rueda titulada La paja de Petro, escrita apenas a los 15 días de posesionado, donde se despachó con un ‘balance’ pormenorizado de sus anuncios y concluyó que “el 95 por ciento de sus propuestas no es viable, como se ha venido a demostrar en los pocos días que lleva como alcalde”. ¿Cómo es posible que cuando aún le faltaban 1.400 días de gestión, alguien pueda hacer un balance tan negativo de una obra de gobierno? ‘Pensar con el deseo’ llaman a eso, pero lo peor es que parte de sus anhelos se le cumplieron.

Desde esos primeros días ya se veía que la consigna era hundir a Petro, y a ella concurrieron entusiasmados desde los medios de comunicación –a cuyos propietarios no les convenía la administración exitosa de un ex guerrillero en el segundo cargo del país- hasta su más enconado adversario, el Procurador General de la Nación, quien se agarró de una decisión administrativa en torno a las basuras para descargar su furia divina mediante una fulminante destitución que a todas luces tenía el propósito de abortarle una futura aspiración a la Presidencia de la República. Si hubo alguien que se encargó de polarizar la escena política en Bogotá fue Alejandro Ordóñez con su arbitrario despido, tan arbitrario que el mismo despido le abortó: no se alcanzó a formar la criaturita, o mejor, el engendro.

Pero fue el propio Petro quien se encargó de colmarles las expectativas a sus contrarios, pues desarrolló un estilo de gobierno pendenciero y soberbio, a veces camorrista, del que no se salvaron ni amigos suyos de la talla de Antonio Navarro, Carlos Vicente de Roux o Daniel García-Peña, quien le renunció después de llamarlo “déspota de izquierda”.

Lo cierto es que al final de sus días de alcalde Petro terminó respondiendo por escrito a los duros cuestionamientos de María Isabel Rueda –con lo cual la graduó de opositora-, y aliándose con la candidata del Polo como medida extrema de supervivencia, pese a haber salido de ese partido dando un portazo en compañía de De Roux tras acusar a su dirigencia de corrupta.

Hoy sus enemigos y detractores están de plácemes con la llegada de Enrique Peñalosa, y es tal el arrebato de triunfalismo mediático, que cobra sentido este trino de @julian_ortegam_: “La pregunta no es cuál medio está con Peñalosa, sino cuál no lo está”. No se puede negar que durante la gestión de Petro hubo una especie de matoneo por parte de medios como Caracol, RCN, El Tiempo, CM& e incluso Semana, pero me atrevo a decir que fue expresión concomitante de la lucha de clases que el propio alcalde se encargó de encender y atizar desde el Palacio Liévano, con las consecuencias ya conocidas no solo para él sino para la izquierda, que trunca así –y quién sabe hasta cuándo- lo que parecía un camino expedito hacia la Presidencia de Colombia con su llegada a la alcaldía de Bogotá.

Hablando de presidencia, la noche del triunfo Peñalosa dijo en medio de emocionado llanto que su interés no era ser presidente sino “el mejor alcalde de Bogotá en toda su historia”. Se le abona la aclaración, aunque a sabiendas de que nada hay repudiable en querer aspirar al primer cargo de la Nación, siempre y cuando el desempeño del segundo le otorgue los méritos requeridos para el ascenso.

A eso mismo aspiraba y sigue aspirando Gustavo Petro, con la diferencia de que este arranca con la pólvora mojada y, como dijo su propio hijo Nicolás, “la izquierda necesita renovar sus liderazgos”. A Petro se le desea le mejor en su bien intencionado propósito de cambiar el país, pero se le hace una cordial invitación a domesticar esa soberbia suya tan afín a la de otro político de cuyo nombre no puedo acordarme.

DE REMATE: Con motivo de los 30 años de la barbarie en el Palacio de Justicia, dos frases estremecedoras en la última columna de Alfredo Molano
- "Fue la fuerza pública la que emboscó a la guerrilla, la dejó entrar a la ratonera para liquidarla y de paso liquidar como autoridad el gobierno de Belisario".
- "¿Cuántos tiros de las armas del M-19 tenían los muertos? Ni uno solo. Todos salieron de los fusiles oficiales".

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